David Cameron es el protagonista de una de las carreras más fulgurantes en la historia de la política británica. En menos de 10 años ha pasado de diputado novato y desconocido a liderar su partido y a tener al alcance de la mano las llaves del número 10 de Downing Street. Pero aún no las tiene.

Los británicos no terminan de fiarse de este producto de la alta sociedad británica, hijo de un broker de la City y de una aristócrata, educado en Eton y en Oxford, que trata de vender la imagen del "nuevo partido conservador". Los tories, según Cameron, ya no son el partido de la gente "rica, blanca y de cierta edad", como lo definió el historiador Robert Blake.

"Me considero el heredero de Tony Blair", decía Cameron en octubre del 2005. Y si Blair en los años 90 tuvo que reformar el partido laborista para ganar las elecciones, Cameron ha debido modernizar el suyo. Lo ha hecho más tolerante con las minorías y los homosexuales y lo ha reconducido al centro político, apartando de los puestos de influencia a la vieja guardia y rodeándose de un equipo de íntimos, más joven, aunque no por ello menos elitista. Algunos británicos creen ver la patita del lobo bajo la piel rosada de este cordero angelical.