Es difícil encontrar en Estados Unidos una figura pública tan hostil a la guerra de Afganistán como Donald Trump, el hombre que a lo largo de los años definió la contienda como un "despilfarro" y un "desastre total", y dijo que su país "debería marcharse inmediatamente". Pero, como en tantas otras cosas, el ahora presidente ha descubierto que el mundo es mucho más complejo que un tuit de 140 caracteres y ha renunciado a sus convicciones a las primeras de cambio. El lunes por la noche, Trump acabó plegándose a los designios de sus generales y anunció un cambio de estrategia en Afganistán que irá acompañado de un modesto aumento de tropas. Un plan para eternizar la guerra que, como mucho, solo le servirá para no perderla.

Dieciséis años después del inicio de la invasión estadounidense, Afganistán es un puzle imposible de resolver. Barack Obama fue incapaz de ganarla con 100.000 soldados en el 2011, pero también de completar una retirada honrosa cuando le puso fecha al fin de la contienda años después y ordenó a sus militares que se limitaran a formar a las fuerzas de seguridad afganas y a lanzar operaciones antiterroristas contra Al Qaeda y el Estado Islámico. Los talibanes se han vuelto a hacer fuertes y controlan ahora más del 40% del territorio. Los esfuerzos del Pentágono para sentarles en la mesa de negociación no han servido de nada. Pero tampoco compran la retirada porque están convencidos de que el débil y corrupto Gobierno proocidental de Kabul se desmoronaría en dos telediarios.

MESES DE DELIBERACIONES

Trump ha acabado haciendo suya esa tesis tras meses de deliberaciones con sus militares. "Una retirada apresurada crearía un vacío que los terroristas llenarían inmediatamente, incluidos el Estado Islámico y Al Qaeda", dijo en su discurso a la nación del lunes. La ecuación le ha desquiciado. Ninguna opción le gustaba. Por momentos, contempló reemplazar a las tropas con mercenarios privados, como le sugirió su defenestrado estratega jefe, Steve Bannon. Amenazó con despedir al comandante de sus fuerzas en Afganistán, John Nicholson, y fabuló con hacer las maletas y marcharse.

Al final prevalecieron los generales y Trump enterró su "América, primero" para desesperación de sus bases más incondicionales. "Da igual por quién votes: el complejo militar-industrial gana", escribió la comentarista ultraconservadora Ann Coulter, autora del libro ‘In Trump We Trust’ (En Trump confiamos). El resultado final es una suerte de compromiso. Cuatro mil tropas más que se sumarán a los 8.400 soldados estadounidense que hay en el país y los 5.000 que quedan de la OTAN, muy lejos de los planes más ambiciosos del Pentágono, pero suficientes para mantener el pulso y prolongar la guerra más larga en la historia de EEUU.

RECUPERAR LA AGRESIVIDAD

También se relajarán las reglas de combate para recuperar la agresividad coartada por Obama y, quizás en el cambio más significativo, aunque para nada nuevo, se pretende apretar las tuercas a Pakistán, al que Trump acusó de dar cobijo a "los agentes del caos". "Mi instinto original fue la retirada, pero toda mi vida he oído que las decisiones son muy diferentes cuando te sientas en el Despacho Oval", dijo el presidente a modo de enmienda.

Obsesionado siempre con ganar, Trump fijó como objetivos "obliterar al ISIS (Estado Islámico), destruir a Al Qaeda e impedir que los talibanes se hagan con el control del país". Pero nada tuvo su sombrío discurso de marcha triunfal. Solo con la boca pequeña se atrevió a decir que, "al final, ganaremos", aunque sabe que no es verdad. Como le dijo al 'Washington Post' un analista de la New American Foundation, "¿Qué pueden hacer unos pocos miles de soldados más que no hicieron cientos de miles antes?". La guerra eterna continuará.