Donald Trump nunca quiso saber nada de la guerra de Afganistán, pero ahora esa guerra es suya y lo será durante mucho tiempo porque ha renunciado a la “rápida retirada” que durante tantos años reclamó. El presidente de Estados Unidos anunció anoche un cambio de estrategia en la guerra más larga de la historia de su país al plegarse finalmente a las demandas de sus militares, que temen que una salida del avispero asiático deje su control a merced de los talibanes y otros grupos extremistas que han ganado terreno a marchas forzadas en el último año. Trump ofreció más margen de maniobra a sus soldados para entrar en combate y señaló su intención de apretarle las tuercas a Pakistán, que ha hecho de su frontera un santuario para grupos como la red Haqqani. “Nuestras tropas combatirán para ganar”, afirmó en un discurso a la nación en horario de máxima audiencia.

El nuevo rumbo es producto de siete meses de evaluación por parte del Pentágono, al que Trump ordenó nada más llegar al poder que preparara un listado de opciones para una contienda que EE UU no ha perdido del todo, pero tampoco ha sabido ganar tras 16 años de combate, miles de millones invertidos y más de 2.400 bajas entre sus militares. “Mi instinto inicial era la retirada e históricamente me gusta seguir mis instintos, pero toda mi vida he oído que las decisiones son muy diferentes cuando se está detrás del Despacho Oval”, dijo a modo de enmienda el hombre que tantas veces describió Afganistán como un “desastre total” y un “completo despilfarro”. Como le sucedió a Barack Obama, la realidad acaba siendo más terca que los eslóganes de campaña. “Una retirada apresurada crearía un vacío que los terroristas llenarían inmediatamente, incluido el Estado Islámico y Al Qaeda”.

Para tratarse de un “dramático cambio de estrategia”, el empresario fue vago y muy parco en detalles. No anunció incrementos de tropas, aunque su Administración ha comunicado a los líderes del Congreso que se enviarán otros 4.000 soldados adicionales para reforzar a los 8.400 que hay actualmente en Afganistán, muy lejos en cualquier caso de los casi 100.000 que llegó a haber en 2011. Durante la campaña, Trump criticó reiteradamente la tendencia de Obama a telegrafiar cada uno de los pasos de sus militares o a ponerle plazos a la guerra y, en ese sentido, sí se mostró consecuente. “No vamos a hablar de número de tropas o de nuestros planes para futuras actividades militares”.

La estrategia ya no se ceñirá a un calendario si no a las condiciones que se den sobre el terreno, donde los talibanes controlan actualmente cerca del 40% del territorio afgano y acechan con ímpetu creciente al débil y corrupto gobierno proocidental de Kabul. “A partir de ahora la victoria se definirá de forma clara: atacar a nuestros enemigos, obliterar al ISIS, destrozar a Al Qaeda, prevenir que los talibanes se hagan con el control del país y frenar ataques masivos contra los estadounidenses antes de que se produzcan”.

Algo parece haber aprendido Trump, que no habló de victoria total y más que un plan para ganar una guerra invencible, esbozó la intención de gestionarla. ¿Cuántos años más? Nadie lo sabe. Quizás los más novedoso y significativo fue la dureza que empleó hacia Pakistán, aliado envenenado como Arabia Saudí, que coopera por la mañana con el Pentágono y por la noche da cobijo a los radicales. El estadounidense no solo sugirió que ha llegado el momento para que Islamabad escoja un bando, sino que llamó a la India, su archienemigo histórico, a implicarse más en el conflicto afgano, un llamamiento que levantará ampollas en el país de los puros.

Para los aliados de la OTAN, como España, la nueva apuesta estadounidense por relanzar la guerra podría tener consecuencias. ‘El País’ publicó en junio que el gobierno de Rajoy está considerando el envío de nuevas tropas españolas a Afganistán a instancias del Pentágono, dos años después de que el grueso del contingente diera carpetazo a la misión.

La nueva estrategia de Trump es una victoria de los militares y los halcones en el seno de su Administración, una decisión que llega pocos días después de la salida de la Casa Blanca de Steve Bannon, su estratega jefe y guardián de las esencias populistas y anti-intervencionistas del presidente. Bannon se había opuesto firmemente al aumento de tropas, llegando a sugerir el envío de contratistas privados, mercenarios como aquellos de Blackwater que camparon a sus anchas en su día por las calles de Irak.