Un halcón militarista, escéptico de la diplomacia y con controvertidas posturas que incluyen señales de islamofobia y homofobia. Así es, o al menos había sido durante sus años como congresista del Tea Party, Mike Pompeo, el hombre que desde ayer dirige la diplomacia de EEUU. Pompeo, primer director de la CIA en la presidencia de Donald Trump, fue ratificado en un pleno en el Senado para la secretaría de Estado, en la que releva al exempresario petrolero Rex Tillerson. Pompeo recibió 57 votos a favor, incluidos los de un puñado de demócratas, y 42 en contra.

La confirmación de Pompeo es un triunfo de Trump, que pone en su gabinete a uno de sus confidentes, con el que mantiene una relación estrecha y mucho más fluida que la que tuvo nunca con Tillerson, con quien hubo serias diferencias y tensiones tanto en público como en privado.

La agenda de Pompeo está cargada incluso antes de asumir las riendas del departamento. Fue él quien viajó en Semana Santa en secreto a Pionyang y se reunió con Kim Jong-un para preparar su potencial encuentro histórico con Trump para abordar la desnuclearización norcoreana. Antes de ese encuentro, previsto para finales de mayo o principios de junio, Pompeo tiene otra complicada misión entre manos: colaborar con el presidente en la decisión sobre el acuerdo multilateral con Irán para frenar su programa nuclear militar. Trump ha dado de plazo hasta el 12 de mayo para decidir qué hacer.

Pompeo deberá manejar las relaciones extremadamente complejas con Rusia, especialmente tensas por la guerra de Siria pero que a la vez se benefician de la admiración de Trump por Vladímir Putin y su reticencia a castigar a Moscú por la injerencia en las elecciones presidenciales. También deberá lidiar con la diplomacia China.