"La primera ola les llegó hasta las rodillas, la segunda al pecho y la tercera los arrasó". La escena está grabada en la cabeza de Luis Canales, y no puede borrarla. El vio cómo el mar se comió a la isla Orrego y a las 300 personas que, el 27 de febrero, esperaban bajo las estrellas un festival de fuegos artificiales. La noche veneciana es uno de los atractivos turísticos de la ciudad de Constitución. La profesora Patricia Franco pensó que era una buena manera de despedir las vacaciones.

Lo que encontró fue un terremoto descomunal. Tras el temblor, habló el mar con un sonido espeluznante. Las olas superaron los 10 metros de altura. El pequeño atolón quedó sepultado. Solo ocho personas se salvaron porque lograron subirse a un árbol.

Franco vivió para contarlo. Lo mismo que Claudio Escalona, que estaba en Pelluhue, otro de los balnearios de El Maule, a unos 350 kilómetros al sur de Santiago. Allí, unos 40 jubilados acampaban en la orilla. Los bomberos ya recuperaron unos 10 cuerpos.

El paisaje del balneario es común a toda la ribera de Constitución. En el agua flotan restos de casas, televisores y ropas. El Maule huele a peces muertos, algas y agua podrida. Y a vidas perdidas. En esa región han fallecido 586 personas. El 80% de habitantes de Constitución perdieron sus casas. A 38 kilómetros, en Dichato, no quedó nada.