La llama de violencia en Túnez se aviva cada día más. El Gobierno tunecino ordenó ayer el cierre indefinido de todas las escuelas y universidades como respuesta a la ola de protestas desencadenada por el suicidio a lo bonzo en medio de un mercado de Mohamed Buaziz, desesperado por el desempleo, la corrupción y los precios de los alimentos básicos, que no cesan de crecer. Las manifestaciones y los enfrentamientos entre descontentos y policía continuaron ayer, y se cobraron una nueva vida.

Para el régimen del omnipresente Zine el Abidine Ben Alí, las protestas son "acciones terroristas" y, bajo esta acusación, el Gobierno tunecino ha dado carta blanca a la policía y a los militares para que abran fuego contra una generación golpeada por la crisis económica, deprimida por la falta de perspectivas laborales y descreída de todo lo que pueda llegar del régimen actual. Ben Alí lleva más de 20 años en el poder y su hegemonía política parece lejos de ver su fin.

En un discurso televisado, el jefe del Estado tunecino se comprometió a crear 350.000 puestos de trabajo en los dos próximos años para poner fin al paro. "Hemos decidido multiplicar las capacidades de empleo y la creación de fuentes de ingresos en todos los sectores durante los años 2011 y 2012", dijo. "Este esfuerzo permitirá reabsorber, a fines del 2012, todos los diplomados superiores que llevan más de dos años en paro", prometió.

IMPACTO DE BALA La sacudida se cobró ayer otra vida, también por impacto de bala, enardeciendo una vez más los ánimos de la oposición. El partido opositor tunecino Etajdid (Renovación) exigió al Gobierno el "cese del fuego" y que los militares "regresen a ocupar su puestos en los cuarteles". Nadie los quiere en la calle empuñando armas de gatillo fácil para dispersar las revueltas sociales que siguen acumulando muertos: más de 20 personas, según la oposición, aunque los datos oficiales no reconocen más de 14 víctimas mortales.

Buaziz, cuya vida pende de un hilo, sirvió de ejemplo a un comerciante de 50 años que también se inmoló el pasado sábado en el mismo lugar. Ahora el mercado de Sidi Buzie se ha convertido en una especie de símbolo de estas manifestaciones de hastío radical que han roto con la reputación de un país tranquilo y ordenado. Túnez, país de vocación agrícola, no había vivido una gran crisis política desde las llamadas revueltas del pan , de enero de 1984. Los dirigentes han intentado compensar la pobreza del suelo tunecino --apenas cuenta con recursos naturales, petróleo y gas en pequeñas cantidades-- desarrollando el turismo de masas. Pero el dinero recaudado no llega hasta las clases medias, que constituyen casi el 75% del país.

PREOCUPACION DE BRUSELAS La UE, que desde el estallido del conflicto, a mediados de diciembre, no se había pronunciado, puso fin a su silencio ayer. La alta representante de Política Exterior, Catherine Ashton, admitió su "preocupación" por los acontecimientos violentos del pasado fin de semana y demandó contención a los partidos políticos. Además, condenó la violencia y pidió la liberación de dos blogueros que fueron detenidos por colgar vídeos sobre las protestas.

La fiebre tunecina ha contaminado con la misma fuerza a Argelia, donde los jóvenes también se han levantado, formando barricadas y trincheras, contra la subida de los precios de algunos alimentos básicos y la falta de empleo. Las fuerzas del orden han logrado, mediante redadas represivas, frenar las manifestaciones en algunas ciudades principales. La clase política teme que el descontento pueda ser capitalizado por Al Qaeda, la principal amenaza de Argelia.