Cíclicamente, la vida política francesa se ve sacudida por una enorme ola de protestas que crece y crece amenazando con llevárselo todo a su paso. A veces han caído gobiernos, ministros o primeros ministros. Otras, el Ejecutivo de turno, de derecha o de izquierda, cede a la presión popular y retira las medidas polémicas. A menudo, las protestas ciudadanas se apagan hasta desaparecer por completo, en un reflujo, eso sí, que alimentará la ola posterior. La movilización de estos días parece un tsunami que se acerca a una playa indefensa.

Un presidente obsesionado con acabar lo más plácidamente posible un mandato azaroso y sin rastro visible para la historia, un Gobierno mediatizado por la guerrilla entre los dos candidatos a la sucesión, y una oposición a remolque de la presión social no parecen ser los diques más apropiados para contener ese ras-le-bol, ese estar hasta la coronilla. Estas protestas ciudadanas pueden ser un triste jalón final de un modelo en profunda crisis.

*Periodista.