"Sí, vamos a unirnos al Gobierno". Con esta frase, Avigdor Lieberman, el líder del partido de ultraderecha Yisrael Beitenu, confirmó ayer la operación política que el primer ministro israelí, Ehud Olmert, llevaba pergeñando desde el fin de la guerra del Líbano. Con el fichaje de los 11 diputados de este ultra para su Gobierno de coalición, Olmert se asegura una mayoría de 78 diputados sobre los 120 de la Kneset y entierra definitivamente el plan de retirada unilateral de parte de Cisjordania y anexión del resto con el que ganó las elecciones.

A falta de unos últimos flecos que se podrían cerrar hoy mismo, Lieberman será nombrado viceprimer ministro encargado de las "amenazas estratégicas" contra Israel. Es decir, Irán queda, en palabras tanto de Olmert como del propio Lieberman, en manos de un emigrante ruso, ministro en dos ocasiones y tildado de "racista" por numerosos analistas israelís. Y es que la solución de Lieberman para acabar el conflicto con los palestinos es sencilla: entregarles tierra a cambio de transferir --es decir, expulsar-- a los árabe-israelís para que Israel sea étnicamente puro judío. La última experiencia como ministro de Lieberman acabó en el 2004, cuando Sharon lo destituyó por oponerse al desalojo de las colonias de Gaza.

Y ahora, Olmert, el delfín de Sharon, recurre a Lieberman para levantar el vuelo tras la guerra del Líbano y certificar que las aventuras unilaterales en Cisjordania no tienen futuro, en un innegable giro a la derecha. El más perjudicado con la maniobra es el hasta ahora principal socio de Olmert, el Partido Laborista de Amir Peretz, que en unos días decidirá si se mantiene en el Ejecutivo.