Ni caballos, ni pasillos de banderas ni armas. El Movimiento de Resistencia Afrikáner (MRA) no recurrió a las puestas en escena a las que acostumbraba en los 90, su época gloriosa, para dar el último adiós a su carismático líder, Eugene Terreblanche, asesinado hace una semana por dos peones a los que debía seis meses de sueldo.

Un MRA que apenas empezó a funcionar de nuevo hace un par de años optó --por capacidad o por querer dar una imagen más moderada-- por una discreta ceremonia religiosa y un recordatorio que fue a cargo de Steve Hofmyr, un popular cantante afrikáner, quien pidió que la muerte de Terreblanche no sea respondida con violencia sino con una "reafirmación cultural".

Pero lo que sí se vieron fueron los uniformes caquis que marcaron sus acciones paramilitares durante la transición a la democracia, además de banderas del régimen del apartheid y de las repúblicas afrikáners del siglo XIX, que fueron anexionadas al imperio británico.

MAS DE 1.000 KILOMETROS Afrikáners de toda Suráfrica --algunos condujeron más de 1.000 kilómetros-- se concentraron en el pueblo de Ventersdorp, a 200 kilómetros de Johannesburgo, para asistir al entierro. "Fue un gran hombre que luchó por nuestro pueblo", aseguró una mujer de avanzada edad, visiblemente emocionada.

Por el contrario, Mathilda, una chica de apenas 23 años --o sea que no conoció el apartheid , un dato que aquí siempre hay que tener en cuenta-- reconocía "su extremismo y sus muchos errores", pero aseguraba que, tras dos décadas, "blancos y negros no nos hemos acercado".

Contrariamente a las previsiones, la jornada transcurrió sin incidentes remarcables. Aunque numerosos comercios de Ventersdorp cerraron por miedo a que se produjesen actos de violencia y se desplegó un numeroso, aunque muy discreto, operativo policial, que incluía helicópteros y tanquetas antidisturbios, los ánimos de los asistentes estaban calmados.

Incluso los periodistas negros se movían libremente sin recibir más que alguna mirada de más y ni siquiera la representante del Gobierno, la ministra de agricultura, Dipuo Peters, fue silbada o abucheada. Un joven del pueblo llamado Heinrick aseguraba que la gente estaba más dolida que revanchista. La imagen de la población negra, comprando o paseando por la calle principal y totalmente ajena a los sucesos, corroboraba sus palabras.

Pero el acto de ayer es la concentración más importante de la ultraderecha surafricana en más de una década y, según el secretario general del MRA, Andre Visagie, la muerte de Terreblanche va a marcar un antes y un después. "Nuestro pueblo no aguanta más y está volviendo a levantarse", llamó. El reverendo Ferdie Devenier, en la homilía, defendió el establecimiento de una "teocracia" y dijo que la democracia había creado un estado "pecaminoso".

´LA LLAMADA´ El himno nacional de la Suráfrica del apart- heid, La Llamada, abrió y cerró un encuentro más marcado por la nostalgia de antiguos camaradas que se reencontraban que por jóvenes militantes que tomaban el testigo. Pero aun así, la fracción más irredenta del antiguo régimen racista demostró que es capaz de dar un adiós digno a su líder.