El Defensor del Pueblo reveló ayer lo que hasta ahora había sido un secreto a voces en Irlanda del Norte: que un cura católico, James Chesney, el principal sospechoso de orquestar un sangriento atentado, fue encubierto por altos mandos policiales, el Gobierno británico y la Iglesia católica irlandesa.

El atentado, que nunca fue reivindicado por el IRA, ocurrió en Claudy, un pequeño pueblo en el que ni tan solo había una comisaría de la Royal Ulster Constabulary (RUC en sus siglas en inglés), la antigua policía norirlandesa. Nueve personas, entre ellas una niña y dos adolescentes, murieron cuando tres coches bomba explotaron, sin previo aviso, en la calle principal. Corría 1972, el año en que el conflicto se cobró más vidas (479), hacía pocos meses que se había producido la matanza del Domingo Sangriento, y las autoridades temían que la ola de asesinatos sectarios llevara a una guerra civil. La conspiración entre las diferentes autoridades la atestiguan los documentos publicados ayer tras una investigación que empezó en el 2002, dirigida por el Defensor del Pueblo de la policía de Irlanda del Norte, Al Hutchinson. Los detectives de la RUC querían interrogar al cura, pero sus superiores intervinieron para que no fuese así.

El actual cardenal, Sean Brady, aceptó las conclusiones de Hutchinson, pero negó que la Iglesia hubiese participado en una conspiración. Chesney murió en 1980. Las familias de las víctimas reaccionaron con enfado, mientras que el secretario de Estado para Irlanda del Norte, Owen Paterson, pidió perdón en nombre del Gobierno por no haber investigado a Chesney.