Andan a la greña en Israel con Jacko Eisenberg, el joven ganador de la última edición de Kohav Nolad , una especie de Operación triunfo que emite con gran éxito el Canal 2. Eisenberg, catapultado a la fama catódica y musical, ha salido rana. En varias entrevistas ha declarado que no vota porque ningún político es digno del esfuerzo de ir a las urnas, y ha explicado que rechazó cumplir el servicio militar obligatorio mediante el sesentero método de plantarse en la oficina de reclutamiento con una guitarra y alegar que era incapaz de empuñar un arma. Una de sus próximas canciones se titulará Estado marrano, nación felación.

Nada tiene que ver Eisenberg con los otros ganadores del programa: Ninette Taib, una soldado que enamoró a todo el país y convertida en estrella; Harel Moyal, un policía de fronteras que rodó un videoclip en el que escenificaba sus raids en aldeas palestinas, y Yehuda, un ultraortodoxo que rechazó contratos discográficos por sus creencias religiosas. Eisenberg, ya sea por convencimiento, por pose o por estrategia comercial, es percibido como una amenaza a los valores sionistas y de identidad nacional, y por ello merece sesudos debates e incendiarios artículos en los que se le recrimina su postura pasota justo cuando Israel acaba de salir de la guerra en el Líbano y mientras aún hay soldados en el sur del país del cedro.

Eisenberg procede de la ciudad costera de Netania, pero por el debate que ha generado bien podría vivir en Tel-Aviv, la ciudad que gusta de hacer del hedonismo y la modernidad su principal rasgo de identidad, con sus fiestas en la playa, su paseo marítimo convertido en pasarela de trajes de baño y cuerpos bronceados, sus discotecas, sus restaurantes, sus grandes torres y su agitadísima vida nocturna. Hay un tren que conecta los 62 kilómetros que separan Jerusalén de Tel-Aviv en dos horas, pero el chascarrillo dice que en realidad es el tren más rápido del mundo, porque en 120 minutos puedes viajar del siglo XIX al siglo XXI.

La crítica del pasado

Durante la guerra contra Hizbulá, Tel-Aviv fue criticada por no implicarse en el conflicto. Hasán Nasralá no cumplió sus amenazas, ningún katiuska cayó en la capital de Israel y el dolce far niente estival continuó allí como siempre, mientras el norte del país se vaciaba bajo el fuego de los cohetes de la milicia chií. Un general, Eleazar Stern, demostró, con estadísticas, que Tel-Aviv aportó un ínfimo número de víctimas comparado con otras capas de la población, como los ultraderechistas colonos, los habitantes de los kibutz, y los inmigrantes rusos y etíopes. La acusación corrió como la pólvora por los blogs, donde se acusó a los "adinerados, educados, elitistas, consumistas e izquierdistas" habitantes de Tel-Aviv de poco menos que de traición a su país y a sus compatriotas y de socavar el ideario sionista. Una acusación recurrente que ahora se centra en Eisenberg, un nuevo miembro del particular y reducido Sgt. Pepper´´s lonely hearts club band israelí.