Un matrimonio con dos hijos y tres parejas dijeron el jueves adiós al escenario de la pesadilla. Fueron evacuados desde la isla tailandesa de Phuket en un avión militar con destino a la base aérea de Torrejón de Ardoz (Madrid), para llegar la madrugada del viernes. Aunque ocho de ellos han vivido muy de cerca la tragedia, relatan la experiencia con serenidad.

En el avión viajaron Jorge Ormazabal, su esposa María José Figueroa, y sus dos hijos, Andrea, de 12 años, y Boris, de 5. También la hispano-argentina Romina Canton, la única que resultó herida, y su marido, John Krueger, estadounidense. Y el matrimonio formado por José Padín y Pía Stutz. En el último momento solicitó plaza una pareja de Tarragona que decidió concluir sus vacaciones, aunque no vivieron el tsunami.

Más de 800 cadáveres

La familia Ormazabal, residente en Hendaya (San Sebastián), se alojaba en el Hotel Sofitel, ubicado en la playa de Khao Lak, una de las áreas de Tailandia más castigadas, y en el que los servicios de rescate han encontrado más de 800 cadáveres, la mayoría de huéspedes. Quizá fue la fortuna la que llevó a que los cuatro emprendieran el fatídico domingo una excursión en barca a las vecinas Similan, sobre las 8.30 de la mañana, unas dos horas antes de que las olas gigantes arrasaran la playa.

"La idea de hacer una excursión a las Similan fue de él, y en principio mis hijos y yo no estuvimos de acuerdo", recordaba María José el pasado martes cuando pidieron ayuda al consulado para volver a España.

Los cuatro miembros de la familia, quienes durante los dos días en Phuket han dado muestras de una gran serenidad, no llegaron a poner los pies en el parque nacional de las Similan, también muy dañadas por las olas gigantes. "Fuimos recogidos en alta mar por una patrullera naval y conducidos a una base militar, y desde ahí a un templo cercano", explicó Jorge.

La noche que siguió a la catástrofe compartieron unas decenas de metros cuadrados de suelo y un solo baño con otras 600 personas, la mayoría malheridas, echadas por todos lados del templo. Y sin una gota de agua potable. Al día siguiente, los Ormazabal fueron trasladados al templo de la localidad de Thai Muang, a 30 kilómetros de Khao Lak. Jorge recuerda escenas dantescas: "Cargaban los muertos en las furgonetas como si te tratara de mercancías".

José, de 61 años y natural de Villagarcía de Arosa (Pontevedra), y su esposa, Pía, de 62 años, suiza, tampoco olvidarán nunca estos días. José relató que el domingo, poco antes de la catástrofe, él y su mujer fueron como casi todas la mañanas a nadar a la playa de Khao Lak. Decidieron no hacerlo porque había medusas.

"Desde la playa vimos que bajaba la marea a una gran velocidad, luego observamos cómo un barco era levantado por el agua. Entonces, los dos echamos a correr", narró José. Su carrera acabó en la segunda planta de un edificio en construcción. La de Pía, en lo alto de un andamio, a pocos metros de donde se hallaba su marido.

José pudo ayudar a varias personas a ponerse a salvo, incluido a un niño. Pero lo que vivió durante esos trágicos minutos prefiere guardarlo para sí mismo. "No quiero hablar demasiado de aquellos momentos, porque se me escapó una mujer de las manos, se la llevaron unas barreras arrastradas por el agua", explicó.

El agua por las rodillas

Varias horas después, Pía y José bajaron de sus refugios y llegaron hasta la cabaña que ocupaban, pero al comprobar que había desaparecido se pusieron a andar por la carretera con el agua por encima de las rodillas, sorteando los árboles que flotaban y asustados por la poca gente que encontraban en el camino. "En ese momento me dí cuenta de que muchas personas habían muerto", dijo José.

Romina, de 26 años, y John, de 34 años, estaban alojados en un hotel de Khao Lak. Ella debió pasar varios días hospitalizada. El mar la tragó y poco después la devolvió a la arena.

Como la decena de españoles que el viernes regresaba a sus casas, la pareja pasará el Fin de Año en su hogar. Pero no se quedarán mucho tiempo en Marbella, donde viven, si siguen con su plan: volver a la zona como voluntarios cuando estén en condiciones de poder ayudar.