Un manotazo desesperado, un acto reflejo pleno de convicción y fuerza, salvó la mastodóntica empresa que llevó a Michael Phelps a Pekín. El fenómeno de la natación igualó el récord de Múnich-72 de siete medallas de oro de Mark Spitz con una victoria in extremis en los 100 mariposa (la única prueba en la que no tenía el récord del mundo) y quedó en condiciones de lograr, la pasada madrugada, el octavo título en la final que cerró el programa de la natación, los 4x100 metros estilos.

Para concretar su hazaña, la ´Bala de Baltimore´, de 23 años, recurrió a las más altas cotas de drama que se han visto en estos Juegos. Ya sufrió en la última posta del relevo 4x100 libre que Jason Lezak dio a Estados Unidos, ante Francia, para salvar la segunda medalla de oro de la estrella estadounidense. Pero lo de ayer superó todas las cotas, rozó la tragedia. Cansado tras nueve días de actividad draconiana, Phelps sacó fuerzas de no se sabe dónde para remontar una carrera que tenía perdida. Público, aficionados y prensa presentes en el Water Cube ya daban por perdido el oro cuando Phelps viró los 50 metros en séptima posición, a 62 centésimas de Milorad Cavic. Con Ian Crocker (EEUU), el plusmarquista mundial, fuera de forma, el serbio se había convertido en la bestia negra de Phelps en la mariposa corta. Le ganó en las series, hizo mejor tiempo que el estadounidense en semifinales y, en la final, estuvo a punto de meter su nombre en los libros de historia como el verdugo de las aspiraciones de Phelps.

EL MAYOR BOTIN El fenómeno de Maryland remontó en el último largo brazada a brazada, y en la última se precipitó sobre la pared de llegada por fuera del agua mientras Cavic deslizaba dulcemente sus manos por debajo, relamiéndose ya por la victoria. Una centésima de segundo separó ambas acciones. Cuando aparecieron los registros en el marcador, se comprobó que esa centésima era milagrosamente a favor de Phelps. "Me he quedado sin palabras al ver el resultado. Era mi última prueba individual y acabé tan fuerte como pude en los últimos 10 metros para que no se me escapara", dijo el supercampeón, al que ayer también acompañó la suerte.

La federación internacional desestimó una apelación desesperada de la delegación serbia porque el vídeo y la foto de llegada, según los delegados técnicos de la federación, no dejaban lugar a dudas. Había ganado Phelps, con 50.58 segundos, seguido por Cavic (50.59) y, más lejos, el australiano Andrew Lauterstein (51.12).

"Perder por una centésima es lo más difícil de aceptar, sobre todo en una final olímpica", se quejó Cavic. "Yo he terminado estirando el brazo y él con una llegada corta", explicó el serbio, que de todas maneras calificó la medalla de plata como de "un milagro". En caso de empate, Phelps no habría perdido la medalla de oro, ya que se habrían entregado dos, pero el hecho habría empañado un poco el sensacional palmarés del nadador estadounidense. Por primera vez, Phelps no estableció un récord del mundo en una de sus finales en Pekín: sigue valiendo el de Crocker del 2005 (50.40).

Phelps tenía esta pasada madrugada un nuevo aliciente --si es que los necesita-- para lograr la octava medalla de oro. Uno de sus múltiples patrocinadores le ha prometido un millón de dólares en caso de culminar la hazaña. Los compañeros de relevo estaban ayer comprometidos con el éxito, y más en una prueba, los 4x100 estilos, en la que EEUU ha dominado desde su implantación en los Juegos de 1960. Solo en 1980 no ganó un cuarteto estadounidense, pero fue por el boicot del presidente Nixon a los Juegos de Moscú.

DESEO DE FUTURO Una vez completado el Grand Slam de Phelps, el nadador habrá llevado a la práctica el deseo que confesó a su agente hace algún tiempo. "Quiero cambiar el deporte de la natación, quiero que la gente hable de él, piense en él y desee seguir las competiciones". En Pekín, desde luego, lo ha conseguido, porque estos Juegos serán recordados como los de la natación; o mejor dicho, como los de Michael Phelps.