ALEMANIA: Weinhold; Mueller, Biederlack, Nevado, Fuerste, Hauke, Weissenborn, Wess T., Zeller C., Witthaus, Zeller P. -equipo inicial- Keller, Montag, Meinert, Witte, Wess B.

ESPAÑA: Cortés; R. Alegre, Garza, Ribas, Enrique, F. Fábregas, A. Fábregas, D. Alegre, Tubau, Amat, Freixa, -equipo inicial- Oliva, Sojo, Arbós, Sala.

GOLES: 1-0, m.16: Crsitopher Zeller, de penalti córner.

ARBITROS: Ehlers (DIN) y Gentles (AUS). Mostraron tarjeta verde a Mueller (GER), Nevado (GER), y amarilla a Sergi Enrique (ESP).

INCIDENCIAS: Final de los Juegos.

Pasan las generaciones, se trasladan el testigo de padres a hijos y pronto serán los nietos quienes agarren el estic, pero la amarga plata no deja vivir en paz al hockey hierba español. Anoche, en Pekín, se vivió el tercer capítulo de una historia que arrancó en Moscú (1980) y se prolongó después en Atlanta (1996). El hockey merece un oro por muchas razones. Pero aún no lo tiene. Se lo merece por la dedicación obsesiva de un grupo de entusiastas pioneros que abrieron en Terrassa, o para ser más concretos en Matadepera, la puerta a un deporte que solo mueve 6.000 licencias en España. Los descendientes de esos pioneros no imaginaron que en China, en la otra punta del mundo, toparían con el muro alemán.

El hockey hierba se renueva --Maurits Hendriks es una especie de mago que todo lo que toca lo convierte en oro, excepto ayer--, pero la maldita plata no se aparta de su camino. Si hay un deporte que ha entendido la modernidad es este. Si hay un deporte que respeta la tradición también es este. En esencia, es lo de siempre. Once jugadores, con un estic, una bola y el gol como objetivo del trabajo bien hecho. Con Alemania, no es así.

LA PROGRESION España quiso salir a divertirse en la final para proseguir la épica e inolvidable fiesta que había organizado en la semifinal contra Australia. Y terminó de los nervios, con un jugador menos, embarrullada, atolondrada, incapaz de hallar una rendija en ese indestructible muro alemán. Porque los teutones, con un hockey industrial, carente de imaginación y atrevimiento, son desde ayer campeones olímpicos. España, en cambio, aún no lo ha podido ser.

Una selección, la de Hendriks, intentó jugar al ataque. Pero no pudo. Otra, la alemana, jugó a lo único que sabe: al hockey convertido en la expresión del catenaccio. Para marcar el gol que le dio el oro, no necesitó ni hacer una gran jugada. Un penalti córner, transformado por el gigantón Zeller (m. 16), le colocó la medalla en el cuello. Dos penaltis córner, un gol de oro. España lanzó tres, falló los tres. Así es la vida, así es el hockey. Después, la nada. Se jugó la final. Pero no hubo partido alguno. Ahí radica la sustancial diferencia.

Al combinado español le costó entrar en el partido. Sin la frescura que acostumbra habitualmente. Tenía el rostro desfigurado ya desde el inicio.