Un maravilloso Rafael Nadal resistió ayer de pie el descomunal tenis de Novak Djokovic en una noche pequinesa para el recuerdo, que le llevó hasta la primera final olímpica de su carrera tras vencer al tenista serbio por 6-4, 1-6 y 6-4. Ya tiene medalla para lucir en el cuello: solo falta saber el color. Mañana le espera el chileno Fernando González para decidirlo, pero mientras toca disfrutar de un partido épico, librado por los dos mejores tenistas del mundo. Del futuro. Y del presente. Además, Nadal reanima al deporte español en una primera semana de Juegos que empezó de maravilla, con el oro del ciclista Samuel Sánchez, y siguió con el inesperado bronce de José Luis Abajo en esgrima. Aunque luego se apagó la euforia.

Para combatir la depresión de una semana larga sin buenas noticias, no existe mejor solución que mirar la rabia, el orgullo y el inmenso talento de Nadal. Hay grandes figuras, pero solo él está en una dimensión superior. El tenis es su hábitat. Federer todavía existe, pero en Pekín deberá conformarse con buscar su botín de oro en los dobles, después de ganar ayer junto a Wawrinka a los gemelos estadounidenses Bob y Mike Bryan.

LA FIABILIDAD Rafa está en otra lucha, en otra dimensión. Solo le falta colgarse mañana el oro en China para iniciar su hegemonía como número uno del planeta, con un año irrepetible: Roland Garros, Wimbledon, el número uno en el saco y la opción del título olímpico. Algo que no ha conseguido ningún otro tenista en toda la historia.

En España ya ha superado cualquier reto con cuatro Roland Garros consecutivos y un Wimbledon. Si le faltaba algún objetivo ayer igualó a Sergi Bruguera, que fue medalla de plata en Atlanta-96, y a Jordi Arrese, que la consiguió en Barcelona-92. Mañana puede conseguir el primero oro para el tenis español en unos Juegos Olímpicos (Manuel Santana lo ganó en México 68, pero entonces el torneo era de exhibición). Anoche --perdón, era ya de madrugada en China--, se comprobó la grandeza de un tenista único. De un genio.

SUFRIENDO Después de imponerse en un trabajado primer set (ganó 6-4 en 40 minutos), Nadal se apagó. La llama se extinguía en una segunda manga inexplicable, sometido al tenis profundo, agresivo y preciso de Djokovic. El serbio se merendó a Rafa con un inapelable 6-1 en apenas 35 minutos y creyó tener la fórmula para derribarle. Se equivocó. Tómese el séptimo juego del tercer y definitivo set como lección de garra y pundonor.

Ganaba 0-30 el serbio. O sea, Rafa vivía al borde del abismo, el lugar donde caen miles de tenistas día tras día. Todos, excepto él. Su reacción, encadenó cinco puntos seguidos y se colocó 4-3, aturdió a Djokovic. No entendía nada de lo que pasaba. Estaba a punto de inclinar el partido para su lado, pero cuando se dio cuenta se vio delante de la red, con Nadal pegado prácticamente a la publicidad, encastrado en el fondo, defendiendo con fiereza una de esas siete vidas que le caracteriza. Dos veces salvó el manacorense bolas increíbles y en la tercera Djokovic, a un palmo de la red y cuando podía salvar el segundo match ball, erró. Estaba solo, con su rival casi en el suelo, viajando de punta a punta de la pista, pero falló. Ni la metió dentro. La pelota se escapó, como sus lágrimas al abandonar la pista. "Me han molestado los gritos de la gente, me despistaron", vino a decir luego el serbio en la sala de prensa. Lo que le molestaba de verdad no era el griterío del público, ni fallar ante millones de personas una de las pelotas más fáciles de su vida. Tampoco quedarse sin la final olímpica. Lo que le molestó de verdad era Nadal, que sorteó el abismo en el tercer set tras un segundo angustioso. "Sabía que volvería al partido", confesó Djokovic, rendido y abatido. Volvió Nadal, volvió porque jamás se había ido.

PRODIGIOSA CARRERA Así, como tanto le gusta, con la épica que adorna cada paso de su prodigiosa carrera, Rafa llega mañana a la puerta del Olimpo. Tiene 22 años, el lunes será proclamado número uno del mundo, acabando con la dictadura de Federer que pareció eterna hasta que apareció él, ha ganado cinco Grands Slams. Pero todavía le falta algo. Es una medalla. De oro.