El ambientador musical del Nido tenía preparados un par de temas de reggae para homenajear al ganador de la final de 100 metros más rápida de la historia, el jamaicano Usain Bolt, que ayer anotó el primer oro olímpico en 100 metros para su país. También disponía de un corte de Fleetwood Mac, por si el estadounidense Tyson Gay repetía su éxito del Mundial de Osaka o Walter Dix sorprendía. Pero, sorprendentemente, Gay no pasó de la semifinal, mermado por su reciente lesión, y Dix tuvo que conformarse con el bronce. Bolt ganó y el ritmo jamaicano sonó primero y dos veces, por el triunfo y por el récord mundial.

Nadie se ha exhibido tanto en una final olímpica de 100 metros, ni ha disfrutado ni celebrado su triunfo 30 metros antes de cruzar la línea de meta, como lo hizo anoche la nueva estrella de este deporte, seguro de su victoria y sin importarle que su asombroso récord (9.69 segundos) hubiera podido ser mejorado. Tendrá tiempo y estímulos económicos suficientes para intentar rebajarlo, por ejemplo, dentro de 14 días en la reunión de Zurich.

En ningún acontecimiento, sus protagonistas lloran tanto como en unos Juegos Olímpicos, cuando ganan y cuando pierden. Bolt, fiel a su personalidad, ofreció ayer la cara risueña de la medalla, incluso antes de ganarla, la imagen del gozo y la diversión por encima de todo y a pesar de la enorme tensión que se le supone a una final como la de anoche. Su compatriota Powell fue el reverso, no sonrió ni una sola vez y fracasó de nuevo.

Una visita al médico

Wellesley Bolt, progenitor del hombre más rápido del planeta, llevó a su hijo al médico, preocupado porque el pequeño Usain se pasaba el día corriendo de un lado para otro y cruzando la carretera que hay frente a su colmado en Trelawny, la capital de Jamaica. El doctor le tranquilizó, su hijo era normal, le dijo entonces. Pero el tiempo ha quitado parte de razón al facultativo: alguien que es capaz de correr 100 metros en 9.69, gozando de lo lindo, no es una persona normal, es un ser excepcional.

Con 15 años, Usain Bolt ya batía récords. Lo hizo al proclamarse campeón del mundo júnior de 200 metros (20.61 segundos): ningún atleta lo había logrado siendo tan joven, en cualquiera de las disciplinas que habitualmente se programan en un Mundial. Su progresión, después, ha sido tan rápida e impresionante como su récord mundial de 100 metros, renovado cinco días antes de cumplir 22 años.

Anoche, entre la semifinal y la final, se pudo ver en Bolt algún retazo de su carácter inquieto y juguetón. No paró de gastarle bromas a la cámara, a los voluntarios, a su entrenador, a su compañero Asafa Powell, siempre de buen humor, con cara de niño travieso, disfrutando y gozando de un día inolvidable para él y para todos los aficionados a este deporte. Su alegría contagiosa ilumina, por fin, una especialidad ensombrecida durante los últimos tiempos por el dopaje.

Su aspecto longilíneo (1,96 de estatura y 86 kilos) y su espontaneidad disipan las dudas sobre la veracidad de sus registros. No, con su nuevo título, no cambiará su estilo de vida. "Me gusta salir y bailar. No me estorba en mis entrenamientos", dice un amante de los ritmos de Bob Marley y Peter Tosh.