Si preguntan por Roger Federer, el mismo que el lunes dejará de ser número uno mundial, no vengan a China. No lo encontrarán. Es verdad que cayó ayer derrotado por el gigantesco y culón James Blake (6-4 y 7-6), pero si quieren encontrarle vayan a Londres. Allí, en el All England Club, se quedó una leyenda y empezó otra. Allí, en lo que había sido el jardín privado de su casa de Wimbledon, Federer inició su declive y Rafael Nadal, el joven que lo superó, se propulsó hacia la cima.

Anoche, ya de madrugada en Pekín, con una jornada prolongada hasta horas insólitas por la lluvia, Roger encarnaba la derrota y se despedía de la medalla olímpica; Rafa era el triunfo, más cerca del oro si derrota hoy en la semifinal a Djokovic, quien padeció más de lo esperado para eliminar al francés Monfils.

AGOBIADO Pero quien sufrió de verdad fue Federer. Agobiado por el tenis de Blake, desgarbado, pero potente y daniño, al suizo se le vio abatido. No solo porque el año está siendo desastroso --no ha ganado ni uno solo de los tres Grand Slam que ha disputado y, además, el lunes se oficializará el relevo cuando Nadal acceda al trono del número uno del mundo-- sino porque aparece derruido psicológicamente. Como si ya no disfrutara con el tenis, frustrado por tanta derrota consecutiva, hastiado de recibir tanta bofetada y, casi siempre, de las manos del mismo hombre: un insolente y maravilloso Nadal, que transforma cada partido de tenis en una hermosa lección. Sea en París, su casa de siempre, al calor de la tierra de Roland Garros, sea en Londres, su nuevo hogar, sea en Pekín, donde el cemento es un aliado de su prodigioso juego.

"Cuando él no gana cada semana, se dice que ha sido un mal año. Le pasa lo mismo que le ocurría a Tiger Woods", contó Blake para disculpar al suizo, sin reparar en que el verdadero problema es que ya pierde casi cada semana. O se acerca. Antes, una derrota de Federer era un acontecimiento extraordinario. Ahora, en cambio, parece hasta normal: la de ayer completaba la docena de fracasos en su nefasto 2008, cuatro de ellos a manos de Nadal (Montecarlo, Hamburgo, Roland Garros y Wimbledon). "Lo siento por él, es lógico que esté decepcionado, pero para mí sigue siendo el número uno", añadió el norteamericano cuando Nadal aún no había barrido de la pista al austríaco Jurgen Helzer (6-0 y 6-4), a quien solo le faltó saltar la red y pedirle un autógrafo al manacorense para simbolizar su rendición.

A esas alturas, Federer daba explicaciones en vestuarios. "En los últimos tiempos he perdido partidos que antes no perdía. No estoy a mi nivel. Necesito entrenarme más y también parar un poco", indicó. "No estoy feliz con lo que me ha deparado este torneo. En los últimos tiempos no he llevado la trayectoria esperada".

Así juega Nadal. Así jugaba Federer. Con un tenis incontestable. Antes de empezar, el rival ya está entregado, el público enamorado y estrellas como los hermanos Gasol, Ricky Rubio y Rudy Fernández se acercan para comprobar que el genio existe. Y ya es número uno. Del mundo, claro.