Otra derrota. Venga, un nuevo despiste. Y así una y otra vez. Da igual que sea la Vuelta o el mismísimo Tour. Ya ha ocurrido demasiadas veces. ¡Demasiadas! ¿Cómo se puede perder la Vuelta en una etapa que le va como anillo al dedo y en la que es favorito para el triunfo? Sí. Para echarse a llorar. Alejandro Valverde, el alumno aventajado, el chico de Murcia con piernas de oro, el que debería ser el número uno de la clase, el que ya podría tener al menos una ronda francesa en el bolsillo, como Contador, como Sastre, como Pereiro... Venga. Parece la historia interminable, el día de la marmota. Es una película que se ha visto demasiadas veces. Llovía. A por dos --sí, dos-- impermeables. ¿Es que los demás no se mojaban?

DECEPCION Había que ver la cara de los ciclistas del Caisse d´Epargne. Se dieron una paliza, una sobrecarga de infinito agotamiento. ¿Y para qué? Para entrar juntos y no revueltos a más de tres minutos de Paolo Bettini --magistral, por otra parte--. Ellos se perdieron el espectáculo de Contador, al aprovechar el kilómetro final en cuesta, un territorio que Dios había creado para Valverde. El no se cortó, como Sastre, como medio pelotón de la Vuelta. Valverde, en cambio, fue a por ropa al coche de Eusebio Unzué, su director, al inicio del descenso del alto del Caracol --parece de chiste--. Quedaban 60 kilómetros para meta.

Se lo dijo Unzué. "Rápido, hacia adelante, que esto se puede cortar". Hacia adelante pasaron los integrantes del Caisse d´Epargne. ¿Todos? Todos, no. Valverde se quedó en la trastienda, en la barrera, allí donde se sitúan los que nunca aparecen en los titulares de los periódicos. "Estaba en un lugar que no correspondía a su nombre". Unzué se mostraba indignado.