Hay filmes sobre los que no hay duda de que figurarán en los primeros puestos de todas las listas de Las Películas Más Importantes de Todos los Tiempos que se hagan jamás. Entre ellas están Ciudadano Kane, y El padrino, y Vértigo. Y, cómo no, Casablanca. Dirigida por Michael Curtiz en 1942 -hoy mismo se cumplen 75 años de su estreno mundial en Nueva York-, es una de las ficciones más referenciadas de la historia del cine, por Woody Allen y Los Teleñecos, por Bugs Bunny y La La Land y hasta por La guerra de las Galaxias.

Las escuelas de cine la analizan y diseccionan al milímetro y las cadenas de televisión de todo el mundo la emiten regularmente, porque los elementos que la convirtieron en un clásico del cine siguen haciendo mella en el público actual. Lo que para la Warner Bross en el momento de iniciar el rodaje era una peli más del medio centenar que rodaba al año, se convirtió en una leyenda de la historia del cine.

El crítico Carlos Pumares, hace ya tres décadas más o menos, en su no menos mítico programa de Antena 3 Radio Polvo de estrellas («Sí, buenas noches, dígame»), explicó una madrugada por qué Casablanca era la mejor película de la historia. Vino a decir que por muchas veces que la veas, por mucho que sepas cómo acaba, cuando llega el final siempre esperas que Rick e Ilsa se vayan juntos en ese maldito avión con destino a Lisboa. A la libertad.

En la misma línea, otro crítico español, Ángel Fernández-Santos, escribió en una ocasión que cuando la película se vuelve a ver, se ve por primera vez. «Todo está dicho de Casablanca, pero hay que volver a decirlo, pues hay oídos nuevos que lo esperan», añadió el analista cinematográfico toledano, ya fallecido.

Así pues, a continuación, otros detalles intrínsecos a esta obra maestra del cine.

DERROCHE DE PASIÓN

Si Casablanca es o no la película más romántica de la historia es algo sobre lo que se puede discutir, pero quien defienda que no lo es necesitará pensarlo mucho para encontrar los motivos. El triángulo amoroso que la protagoniza derrocha una pasión tan intensa que casi puede tocarse a través de la pantalla. Victor Laszlo (Paul Henreid) ama tanto a Ilsa Lund (Ingrid Bergman) que está dispuesto a arriesgar su vida para salvarla. Ilsa, mientras, está dispuesta a arriesgar la suya por el hombre al que más ama, Rick Blaine (Humphrey Bogart). Y Rick ama a Ilsa tanto que haría lo que fuera para tenerla a su lado, pero en lugar de eso la empuja a irse con Victor porque sabe que, sin ella, el líder de la resistencia checa no será capaz de continuar su lucha clandestina contra la Alemania nazi. Billy Wilder dijo una vez que sin ser la mejor película, sí era la más amada.

BOGART, UN ICONO

La interpretación conjunta que ofrecen Bergman y Bogart en Casablanca debería aparecer en los diccionarios como definición alternativa de Química. Si gracias a ella la actriz sueca se lanzó al estrellato, para el actor -que ya era una estrella gracias a El halcón maltés (1941)- supuso mucho más: lo convirtió en arquetipo. Rick aportó una mezcla de actitudes nunca antes vista en las películas: cinismo, egolatría y amargura pero también compasión y valentía, todo ello cubierto por un inmaculado esmoquin blanco.

Pasa buena parte de la película proclamando su individualismo - «yo no me juego el cuello por nadie», dice-, pero al final lo da todo por la lucha contra los nazis, y mientras lo contemplamos hacerlo también nosotros mismos podemos sentirnos capaces de hacer sacrificios personales en nombre de la libertad y la democracia. En Casablanca, pues, nació el héroe reacio y desgastado que Bogart posteriormente revivió en títulos como Tener y no tener (1944) y Llamad a cualquier puerta (1949) y que con el tiempo se ha convertido en imagen esencial de la cultura pop.

RELEVANCIA POLÍTICA

La actitud de Rick Blaine al principio de la película es bastante representativa de la que buena parte de la sociedad americana tenía al principio de la segunda guerra mundial. Muchos ciudadanos eran contrarios a implicarse en los asuntos de Europa, y para proclamar que el país debía velar solo por sus propios intereses gritaban proclamas como «America First!» (¡América, primero!). Sí, exactamente lo mismo que grita ahora el presidente del país, Donald Trump.

En un momento en el que Estados Unidos -nación fundada, recordémoslo, por descendientes de refugiados- y otros países de Occidente parecen dispuestos a cerrar sus fronteras a cal y canto a seres humanos que huyen, por ejemplo, de la violencia en Oriente Medio, deberíamos volver a ver Casablanca; una película sobre inmigrantes hecha por inmigrantes, y, en definitiva, un grito por la unidad de las personas del mundo entero para luchar contra el fascismo. A este respecto, el ya nombrado Fernández-Santos dijo: «Casablanca es más que una película, es un sueño compartido por millones y millones de pobladores nómadas».

EN PLENA GUERRA

No hay que olvidar que este filme de Curtiz se estrenó inicialmente en el Teatro Hollywood de Nueva York el 26 de noviembre de 1942, en plena segunda guerra mundial, coincidiendo con un momento clave de la campaña en el norte de África, concretamente con el inicio de la Operación Torch, el desembarco y avance hacia Túnez de las fuerzas anglo-americanas. Entonces, aún no había comenzado el declive del nazismo (el duro y decisivo golpe encajado por Hitler en Stalingrado no tomaría forma definitiva hasta enero del 43), por lo que el devenir de la contienda era una incógnita. Es más, todavía quedaban casi tres años más de conflicto mundial, ya que Japón capituló en septiembre de 1945).

El estreno generalizado de la película en EEUU fue el 23 de enero de 1943, coincidiendo con otro hito propio de la segunda gran guerra: la Cumbre Anglo-estadounidense, conferencia de alto nivel entre Winston Churchill y Franklin Delano Roosevelt que se llevó a cabo en el hotel Anfa, precisamente en la ciudad de Casablanca.

En España no se estrenaría hasta el 19 de diciembre de 1946, bien terminada la guerra.

UN GUION PERFECTO

La historia de Rick Blaine nació en forma de obra teatral escrita por dos maestros de escuela neoyorquinos, Joan Alison y Murray Burnett, que durante años trataron sin éxito de obtener la financiación necesaria para llevarla a los escenarios. Su título como obra de teatro era Everybody comes to Rick’s (Todos vienen al café de Rick). Cuando el texto cayó en manos de los estudios Warner Bross, los hermanos Julius y Philip Epstein fueron contratados para adaptarlo al cine con la asistencia de Howard Koch. En concreto, se les encomendó la tarea de convertirlo en un guion que funcionara como instrumento de propaganda y dejara claro que los deseos personales debían subordinarse a la tarea de derrotar el fascismo.

La Warner pagó por los derechos 20.000 dólares de la época, la mayor cantidad abonada hasta ese momento por una obra de teatro no estrenada. Y eso que, según la leyenda, el analista literario de la compañía Stephen Karnot la calificó inicialmente como «una tontería sofisticada».

Mientras Julius y Philip Epstein cumplían el cometido encomendado, crearon uno de los guiones mejor escritos de todos los tiempos, una mezcla perfecta de drama, romance, acción, comedia, política, guerra y asuntos tan esenciales en la existencia humana como el deber y el honor y el sacrificio. Es lógico que el libreto acabara ganando uno de los tres Oscar que Casablanca obtuvo en 1943. Los otros dos fueron en los apartados de mejor película y mejor director. También estuvo nominada a otros cinco Oscar: mejor actor (Humphrey Bogart), mejor actor de reparto (Claude Rains / capitán Renault), mejor fotografía (Arthur Edeson), mejor montaje (Owen Marks), mejor banda sonora (Max Steiner).

FINAL IMPROVISADO

Curiosamente, los Epstein no llegaron a escribir por completo el guion, ya que fueron reclamados con urgencia por Frank Capra para preparar una serie de documentales patrióticos. Fue entonces Howard Koch, obsesionado con que la película mostrara valores morales en tiempos de guerra, quien asumió casi por completo la responsabilidad. Contó con la ayuda de un cuarto guionista, Casey Robinson, que sin embargo no aparece en los títulos de crédito. Este último ahondó en el carácter romántico del relato. Pero el rodaje estaba en marcha y el tiempo corría sin que nadie diera con el final adecuado. Así lo cuenta la propia Ingrid Bergman en sus memorias: «El guion se modificaba sin descanso y rodábamos a diario a partir de cero: nos entregaban el diálogo y tratábamos de encontrarle su sentido. Nadie sabía en qué lugar ocurría la trama ni cómo finalizaría esta, lo que, desde luego, no contribuía a darle verosimilitud a los personajes. Yo le pedía a Curtiz que me precisara de quién estaba enamorada y él me respondía: ‘Aún no lo sé, mientras tanto... actúe’». Lo dicho, una obra maestra.

Finalmente fueron los hermanos Epstein quienes regresaron al proyecto y dieron con la tecla perfecta.

FRASES ETERNAS

Si los Epstein siguieran vivos, sufrirían un pitido crónico de oídos a causa de la frecuencia con la que algunas frases de diálogo de Casablanca han sido citadas durante todos estos años. Como ese monólogo en el que Bogart explica a Bergman que «los problemas de tres personas insignificantes no valen ni un puñado de alubias en este mundo desquiciado»; o esa otra que a menudo es citada equivocadamente: en realidad, Bogart nunca pronuncia las palabras «Play it again, Sam» («Tócala otra vez, Sam»), aunque Bergman sí dice «Tócala una vez» y «Tócala, Sam». El error fue popularizado por Sueños de un seductor (1972), comedia de Woody Allen cuyo título original es precisamente Play it again, Sam. Otra frase inolvidable es «Detened a los sospechosos habituales», orden dada por el capitán Renault al conocer que el Mayor Strasser había sido asesinado, tan famosa que hasta inspiró el título de otra película (Sospechosos habituales, 1995). También es propia del vocabulario común de la humanidad «Siempre nos quedará París», aunque quizá la mejor frase de todo el guion sea: «De todos los garitos de todas las ciudades del mundo, ella entra en el mío». La más famosa es sin duda: «Louis, I think this is the beginning of a beautiful friendship» («Louis, creo que este es el comienzo de una hermosa amistad»). Curiosamente, se trata de un final añadido. No estaba en el guion. El productor Hal B. Wallis la hizo incluir cuando la película ya se había dado por terminada. Y, quién se lo iba a decir, ninguna otra película acaba mejor.

DIÁLOGOS TAMBIÉN ETERNOS

Al igual que muchas frases, también hay pequeños diálogos que han quedado grabados en el subconsciente colectivo de varias generaciones.

Ejemplo 1:

-Yvonne: «¿Dónde estuviste anoche?»

-Rick: «¿Anoche? No tengo la menor idea. Hace demasiado tiempo»

-Yvonne: «Y, ¿qué harás esta noche?»

-Rick: «No hago planes con tanta antelación».

Ejemplo 2:

-Louis: «Dígame, Rick, ¿qué le ha traído a Casablanca?».

-Rick: «Vine a Casablanca a tomar las aguas».

-Louis: «Pero... ¡si Casablanca es un desierto!».

-Rick: «Al parecer me informaron mal».

Ejemplo 3:

-Mayor Strasser: «¿Cuál es su nacionalidad?».

-Rick: «Soy borracho».

Ejemplo 4:

-Ugarte: «Me desprecias, ¿verdad Rick?».

-Rick: «Si llegara a pensar en ti, probablemente lo haría».

The end.