Cuando a principios de mes se celebró la comida que reúne a los nominados a los Oscar, se podía palpar cierta sensación de alivio en el flamante presidente de la Academia de Hollywood, John Bailey, elegido en agosto. Con cuatro negros entre los 20 intérpretes candidatos, casi se ha desvanecido la polémica del #OscarsSoWhite. Además, en las nominaciones de Greta Gerwig como directora (quinta en 90 años) y de Rachel Morrison como primera mujer que opta al Oscar en dirección de fotografía, y en los cinco potentes personajes femeninos que interpretan las cinco aspirantes en categoría de actriz principal se han leído señales de avances en cuestión de género, algo trascendental en el año del escándalo Harvey Weinstein, del #MeToo y del #Time’s Up.

Incluso las múltiples nominaciones de la película de Guillermo del Toro y la de Coco silenciaban algo la protesta organizada por colectivos latinos, a las puertas de la comida, que denunciaban infrarrepresentación. Y Bailey, aunque reconocía que la institución se encuentra en «un cruce de caminos de cambio», proclamaba orgulloso: «Estamos siendo testigos de cómo esta Academia se reinventa frente a nuestros propios ojos, y de una mayor conciencia y responsabilidad en equilibrar género, raza, etnicidad y religión».

Esa reinvención es, no obstante, un proceso incipiente que avanza lentamente. Desde que hace un par de años la Academia se propuso doblar el número de mujeres y minorías en sus filas para el 2020, esa representación solo ha aumentado por ahora tres y cinco puntos, respectivamente, hasta el 28% y el 13%. Y la Academia, con más de 7.500 miembros, continúa siendo mayoritariamente un imperio del hombre blanco.

En unas nominaciones que parecen mostrar mayor sensibilidad hacia historias y profesionales más diversos, puede haber influido que los casi 1.500 miembros que han entrado por invitación en la Academia en los dos últimos años, casi el 19% del total, representan 59 países diferentes. Pero Hollywood sigue dominando y en su Academia se replican los problemas de diversidad y de falta de igualdad salarial y de oportunidades que son sistémicos en la industria del entretenimiento.

«Juzgar a la industria por la cobertura mediática o los repartos en filmes y series es como juzgar un libro por su portada», dice Jessica Jackson, analista que ha preparado para el Instituto Milken un informe sobre diversidad en Hollywood que evidencia las distorsiones según raza y género.

En un país donde el 60% de la población es blanca, los blancos nominados representan el 80% de las categorías de interpretación, el 69% de guionistas, el 87% de productores y el 100% de directores de fotografía o efectos visuales. Y aunque se pueda augurar que la próxima gala hablará en femenino, tanto a la Academia (que ha dado el 77% de las nominaciones a hombres) como en general a Hollywood les queda mucho para hacerlo.

Pese a que el 47% de los 8.100 miembros del sindicato de productores son mujeres y que en el sindicato de intérpretes, el mayor con 160.000 miembros, las actrices suponen el 42%, los porcentajes de representación caen en picado en otros campos: solo son mujeres el 15% directores y el 25% de guionistas (aunque suponen el 60% de la audiencia).

En los 250 filmes que más recaudaron el año pasado, según un estudio de la Universidad de San Diego, solo el 1% empleó a 10 mujeres o más en puestos claves tras la cámara. Y en esos títulos, las mujeres supusieron solo el 18% de los puestos de dirección, guión, producción o montaje. Solo un 1% más que hace 20 años.