-Jesús Ortega, el bailaor más internacional de Extremadura, pasó la semana pasada por aquí y le pregunta si el bailarín nace o se hace...

-Las dos cosas. El bailar es un estado del alma de cualquier persona, lo que pasa es que por los condicionantes sociales a veces se nos castra eso. Pero es fundamental que vaya acompañado por una formación.

-Porque usted baila country...

-Bailo country en ‘Búfalo’, mi última función (risas). Es una comedia con música en directo y los personajes forman parte de un grupo de perdedores que se meten en unas clases de country en Madrid, con una profesora americana, que es un poco bizarra. Deciden apuntarse a un concurso, que resulta ser de bailes regionales y compiten con gente que baila jotas y sevillanas.

-¿Y de pequeño bailaba?

-Sí, pero sobre todo lo que hacía era disfrazarme, era lo que más me gustaba. Recuerdo que mi abuela paterna, Carolina, que era de La Cumbre, tenía en su casa una habitación que estaba cerrada, llena de juguetes y de cosas. Nos llevaba a mi hermano y a mí y nos abría los baúles. Tenía ropas, muñecos, un bastón... Ella se sentaba en una camita y nos invitaba a que nos disfrazáramos. Ahora, al reconstruir la memoria de mi abuela a través de los relatos de mis padres y mis tíos, supe que fue una mujer a la que le gustaba mucho disfrazarse y que tenía ocurrencias muy absurdas. De pronto tocaban a su puerta, de dos alas, y la llamaban: «¡¡¡Carolina!!!», y ella respondía: «No, la señora no está». «¿La señora no está?», preguntaban. «No, cuando llegue le diré que la están esperando fuera», contestaba. Cerraba la puerta y al rato salía y les decía: «Me ha dicho la señora del servicio que me buscaban». Imagino que bebí de eso, de esa cosa de romper con la realidad aparente.

-Claro, porque disfrazarse son mil formas de ser yo. Eso es ser actor...

-Justo. Hay algo de eso y de intentar ver la realidad desde otro punto de vista. No es lo mismo verla siendo funcionario del Estado, minero o doctora en la India. Son maneras de ver al elefante, por así decirlo, desde un punto de vista diferente. Y eso es lo que me encantaba desde pequeño.

-Suele ocurrir que un funcionario gana más que un actor...

-Sí y por eso ve la realidad desde otro punto de vista (risas).

-La cosa está jodida...

-Bueno, en mi gremio siempre ha estado jodida, en una situación que te obliga a estar en la cuerda floja. Creo que eso te hace evolucionar de una manera muy concreta porque también te hace muy humilde, pero conociendo diferentes estadios conoces a gente más poderosa o de pronto tú puedes tener más dinero, o en otros momentos, no. Es un poco lo de la metáfora del rey y el mendigo. Y el actor tiene eso, es una montaña rusa completamente. Y si algo es maravilloso es muy maravilloso y si es terrible es muy terrible, pero insisto, incluso eso son puntos de vista, que no es ni tan maravilloso ni tan terrible.

-Usted ha pasado por la tele, el cine, el teatro. ¿Cuáles son los papeles con los que más ha disfrutado?

-No sé si son momentos. Recuerdo que cuando empecé a hacer teatro en Cáceres soñaba con trabajar con Javier Bardem, con Antonio Banderas, con Victoria Abril, y de pronto eso se me dio relativamente rápido y lo he sentido como ciclos que se cierran y se abren otros. He disfrutado con todos. Ahora que me he metido a estudiar Realización, Guión y Dramaturgia es otro proceso. Son necesidades, ciclos de vida que están profundamente influenciados por la realidad que te rodea. Hemos vivido una crisis y eso también ha afectado a mi carrera como a la de todos los actores de mi generación por la falta de trabajo y oportunidades. En este trabajo hay una parte muy endogámica, y hay que intentar romper todo eso y te vas adaptando. Y eso va unido a ciclos vitales, a lo que uno necesita. Yo necesitaba al principio hacer muchas cosas, y estar ahí y conocer a gente. Y ahora de pronto me apetece también crear cosas mías.

-¿Y no le da la sensación de que el cine español es una factoría reiterada de caras que se repiten?

-No sabría contestar con suficiente precisión a esa pregunta. Por un lado, en mi profesión hay un embudo, empieza mucha gente y acaba poca. Cuando dicen que no se encuentran actrices de 60 años porque no hay, por ejemplo, sí hay, lo que pasa es que se han ido quedando en el camino porque al principio, cuando eres más joven hay más oferta, y cuando te vas haciendo mayor es más difícil. Y por otro lado, tampoco hay tantos actores en activo. Y finalmente, si usted fuera director o productor, ¿con quién trabajaría, con personas que conoce y son de su confianza o de su equipo, o con otras personas que no conoce pero que le pueden dar una sorpresa para bien o para mal? Entonces entiendo que el ser humano tiende a contar con la gente que conoce. También es cierto que de un tiempo a esta parte han cambiado todas las reglas de juego. Ahora los parámetros tienen mucho que ver con redes sociales y hay actores que no han sabido adaptarse.

-¿Entonces las redes sociales son el mundo?

-No. Son solamente apariencia, imagen, estar. Si eso no lo acompañas de otra cosa, es totalmente vacuo, vacío, no hay nada.

-¿Y usted en qué posición está?

-Creo que a mí me ha pillado en la mitad (risas). No soy millennials, me cuesta. Soy ‘xllennials’, entre la generación X y la generación millennials.

-Es que usted es auténtico y, ciertamente, parece que poco tiene que ver con los influencers...

-Supongo que entre los influencers habrá gente auténtica y gente que no lo es. Lo que pasa que hay una cosa que me llama la atención y es uno de mis temas favoritos, que es el postureo.

-Ajá, el postureo...

-Sí. Es decir, la impostura ha existido siempre en la historia de la humanidad, es que de pronto llego y digo, «Miguel Ángel es un tío muy desagradable», y luego te veo en un evento, y me dices. «¡Hombre, Alberto!». Y yo respondo: «Coño Miguel Angel, qué alegría verte, es que me encantas, es que eres un tipo cojonudo, la verdad». Esto es una impostura, yo me tengo que llevar bien con este señor que es periodista. Lo ha habido siempre, es una manera de sobrevivir.

-¿Y el postureo?

-El postureo es otra película. Porque el postureo tiene mucho que ver con lo políticamente correcto. Recuerdo que un pianista muy importante de pronto subió en las redes sociales un selfie en Mauthausen, y lo subió como super apesadumbrado pero poniendo un poco de morritos; y escribía: «En el campo de concentración de Mauthausen, por favor, que la historia no se repita». Ese tío estaba más pendiente de cómo salía él en la foto que del campo de concentración. Era un poco ‘Yo en Mauthausen’. El postureo es no entender qué es la apariencia y qué es la esencia. Por eso las redes sociales tienen mucho postureo: lo que aparento ser y no soy.

-O sea que vivimos en un mundo donde es rentable ser psicólogo porque andamos un poco tarados...

-Sí, totalmente. Hay una frase que dijo Fernando Fernán Gómez en Argentina cuando le preguntaron: «¿Ustedes los españoles no van al psicoanalista?», y él respondía: «Los españoles no lo necesitamos porque tenemos los curas, los amigos y los bares». Ahora es una evidencia que los sacerdotes han perdido peso, de los amigos estamos cada vez más lejos de ellos porque prodigamos más la apariencia, y los bares...

-Siempre nos quedarán los bares...

-(Más risas). Sí, los bares es lo único que nos queda.

-Vayamos ahora a sus proyectos más inminentes...

-Acabo de terminar ‘Derecho a soñar’, una serie sobre abogados para Televisión Española, de emisión diaria, producida en colaboración con Veralia, con Alba Ribas y Jon Arias en los papeles protagonistas... Narra la historia de una chica de clase media baja, que estudia Derecho y se abre camino en el mundo de los abogados. Ella entra en un bufete muy importante, se enamora del heredero de la empresa. De pronto aparezco yo, un tipo con cierta ética, que defiende los casos en los que cree y es el antagonista de los grandes bufetes, incluso les gana casos. La protagonista se enamora de mí.

-¿Y cómo ve usted la justicia?

-La justicia es relativa. En la del hombre hay un intento de ecuanimidad, pero hay algo de la justicia que no controlamos, que a veces es incomprensible. Sí me gusta creer en la justicia poética de las tragedias griegas, que es con lo que juega el teatro.

-Ya, pero a la vista de lo que ocurre a nuestro alrededor con los refugiados o las mujeres maltratadas no parece que haya mucha justicia...

-El caso de la violencia a las mujeres es una cosa muy injusta, pero desde mi punto de vista, además de perseguirla y apoyar siempre a la víctima, hay que arbitrar mecanismos para que los maltratadores no vuelvan a delinquir, aplicar terapias, educar, porque si no será el pez que se muerde la cola.

-Hablando de injusticias, la situación del tren en Extremadura es otra de ellas...

-Estamos hablando de un problema que se arrastra desde el siglo XIX y hasta ahora nadie se ha levantado. Es injusto, sí, pero es que hay que pedirlo, es que también nosotros tendríamos que haberlo reclamado antes. Creo que hemos heredado un conformismo en el carácter y hemos confundido la bondad y la humildad del extremeño con el conformismo, y no es lo mismo. Y ahí es donde digo, ahora si todos protestamos sería de justicia, sería lo que nos merecemos.

-Otro de sus proyectos ha sido ‘Re cordis’, seleccionado como uno de los mejores montajes de 2017...

-Es un proyecto personal, un monólogo que mezcla neurociencia con la capacidad de juego del teatro y es un espectáculo muy interesante en el sentido de lo que hemos estado hablando antes, del actor que es capaz de tener varios roles. Trata de un actor que no recuerda quién es y sus recuerdos se ponen de acuerdo para recordar quién es. Y entre sus recuerdos están personajes, personas que ha visto, utiliza la metáfora de que él es un hotel que está a punto de derruirse, de desintegrarse. Hemos tenido muy buenas críticas y es un proyecto al que le tengo especial cariño porque no hay muchas cosas así.

-Recuerda a lo que escribía García Márquez, que uno no se hace viejo cuando cumple años sino cuando deja de amar o cuando olvida....

-Qué cierto. Cuando dejas de estar conectado con el amor y la compasión hay algo que te hace viejo. ‘Re cordis’ viene de la etimología de recordar. Re significa volver y cordis significa corazón. Por lo tanto el significado más ortodoxo de re cordis o recordar es el de volver a pasar por el corazón. Si de pronto estoy en mi casa y me acuerdo de Miguel Ángel y de aquella imagen juntos en un bar, diré: «El otro día te recordé, el otro día volviste a pasar por mi corazón». Eso es recordar.

-Es emocionante...

-Sí. Hay una parte emocional del espectáculo y otra con mucho sentido del humor. Rescato esa cosa del absurdo que me inculcó mi abuela. Porque cuando los recuerdos intentan organizarse aparecen cosas muy absurdas. Ese tipo vive en el 2060 pero todos sus recuerdos van de 2017 hacia atrás. Y de pronto en un momento dado le aparece un recuerdo de un instagramer, un tipo que conoció.

-Y a usted que le gusta tanto la historia y que ahora hablamos de recuerdos, ¿cómo cree que recordarán las generaciones venideras lo que está pasando en Cataluña?

-Bueno, pues... (hace una pausa) si digo la verdad siento que no lo recordarán. ¿Usted se acuerda de Roldán? Y no ha pasado tanto tiempo. Se quedará en papel y en un momento dado desaparecerá. Cambia más la vida de una persona escuchando una sinfonía que pensando tanto en los políticos.

-Vamos a terminar ya esta entrevista con una pregunta que le habrán hecho muuuuuchas veces: ¿Por qué se hizo actor y qué es lo que esta profesión ha conseguido hacer de usted?

-Cuando murió mi abuelo materno yo tenía que hacer una función de Navidad. Mi abuelo me recordaba al rey Melchor, y yo estaba obsesionado con él. En el colegio les dije que quería ser el rey Melchor. «Si no habla casi», me advirtieron las profesoras; no me importó. Esa noche fue muy especial para mí porque al día siguiente yo iba a encarnar a mi abuelo. Era volver a traerlo, que mi abuelo estuviera dentro de mí, y yo era mi abuelo, era el que le llevaba a Dios lo mejor que tenía: el cofre de oro. Luego, en Cáceres, conocí a Leonardo Eiriz, mi primer maestro, que de alguna forma me pilló en esa época rebelde de mi adolescencia, y de pronto el teatro me organizó. Ser actor es poder ver la realidad desde otros puntos de vista. Quedarme dentro de mí, en mi nimiedad, era muy pobre, era la peor de las decisiones; de modo que ser actor me daba la capacidad de ponerme en el lugar del otro, de encarnar a otros que no era yo, y eso me parece oro.

-Eso es ser el rey Melchor...

-Sí, y lo demás es cuento.