Ningún cinéfilo en su sano juicio diría de Dirty dancing que es una película impecable, pero probablemente ese mismo cinéfilo haya visto el éxito sorpresa de 1987 más veces que Ciudadano Kane. No importa cuántas veces se haya visto: la química entre Jennifer Grey y Patrick Swayze es demasiado fuerte, las canciones demasiado pegadizas, el clímax demasiado intenso.

El filme de Emile Ardolino, director del que poco más se supo tras ese boom, ha sido además reivindicado en los últimos tiempos como un poco atendido alegato feminista. En su libro titulado en España, precisamente, The time of my life (como esa canción principal ganadora del Oscar, un Grammy y un Globo de Oro), la periodista Hadley Freeman recuerda cómo la película defendía la importancia del aborto legal y se refiere a ella como una especie de tratado de sexualidad femenina: «La cámara trata como un objeto al hombre y es la mujer quien se excita», escribía.

La operación remake suele ser innecesaria, sobre todo si hablamos de una película tan adorada y cuya magia casual parece difícil de reproducir. Pero los 30 años transcurridos desde el estreno proveen la excusa perfecta para producir una réplica, en este caso televisiva, y con el apartado musical subrayado -tras el éxito de NBC con los musicales televisados de Peter Pan, Sonrisas y lágrimas y El mago-, a ABC se le ha ocurrido convertir Dirty dancing en un musical en toda regla, en este caso pregrabado y con aires cinematográficos. MTV lo estrena en España este miércoles, a las 22.00 horas.

Dura tarea

¿A quién le ha tocado la misión imposible de (tratar de) hacer olvidar a la legendaria pareja formada por Swayze y Grey, quienes, a pesar de no llevarse del todo bien, o quizá por eso, desprendían fuego? El nuevo Johnny Castle es Colt Prattes, un actor con dotes para el baile, curtido en musicales, al que le falta el carisma fatal de Swayze. Ella, Baby, es Abigail Breslin, la joven actriz revelada al mundo con Señales, pero, sobre todo, conocida por su rol de aspirante a reina de la belleza de Pequeña Miss Sunshine. Con ese papel se convirtió en una de las actrices más jóvenes jamás nominadas a un Oscar de interpretación. Por entonces tenía 10 años, los mismos que Tatum O’Neal cuando fue nominada por Luna de papel.

La actriz, ahora con 21 años, ha tenido la inteligencia de no querer imitar a Grey. Su personaje es casi nuevo, menos determinado, más vulnerable; como la antigua Baby, hace del mundo un lugar mejor, pero casi sin pretenderlo de forma consciente. «No estoy haciendo una imitación de la actuación de Grey en el original», dijo hace unos meses en la revista Out. «En lugar de eso, trato de buscar qué cosas comparte el personaje conmigo, y con suerte le haré justicia».

Nada que objetar a las escenas dramáticas, pero las de baile… no son lo mismo. En general, la falta de alegría y comodidad es palpable. Unos lo hacen con mejor técnica, otros con peor, pero casi nadie parece realmente tener ganas de estar bailando en Dirty dancing 2017. «No soy bailarina, no tengo gracia, no sé ni caminar en línea recta», admitía Breslin en una entrevista con ABC News.

La actriz demostraba más desvergüenza con 10 años en Pequeña Miss Sunshine: su baile al ritmo del Superfreak de Rick James pasó a la historia por eso, por superfreak. Antes de formar parte de aquella familia disfuncional-pero-amorosa, había sido admitida con 5 años en el rodaje de Señales de Shyamalan; dice no recordar nada de las pruebas.

Tras la nominación al Oscar, podría haber hecho lo que hubiera querido. Su decisión (o la de su mánager, más bien) fue buscar al público infantil para construir una base de fans que creciera con ella y la siguiera en sus evoluciones. De ahí películas como La isla de Nim y Kit Kittredge: Sueños de periodista. Pero tampoco estaba mal hacerse con el favor de los veinteañeros, que al menos por entonces iban bastante al cine. De ahí su paso como timadora por la comedia de terror Bienvenidos a Zombieland.

El susto y la muerte abundan en su carrera reciente: ahí quedan las dos temporadas de la serie Scream queens y películas como Perfect sisters, Maggie, Final girl, Fear inc... En la primera comparte pantalla con Spencer Breslin, uno de sus hermanos actores; el otro es Ryan. La familia siempre ha sido, reconoce, su punto de apoyo en mitad del maremoto de la celebridad. «No podemos hablar de trabajo en casa», dijo en Entertainment Weekly. «Solo sobre las cosas normales de la vida. Creo que eso me ha ayudado mucho a no ser rara. ¡A ver, lo soy, pero al menos lo intentaron!».