Esta semana se cumplen 95 años de la visita de Albert Einstein a España, concretamente a Barcelona, Zaragoza y Madrid. Una gira de dos semanas en las que mantuvo reuniones con matemáticos y ofreció varias conferencias para explicar los cálculos que le habían llevado a recibir el premio Nobel de Física dos años antes y alumbrar su Teoría General de la Relatividad una década atrás. Las crónicas contaron que sus audiencias fueron acogidas entre ovaciones por públicos masivos que sabían de su fama, aunque la mayoría no entendía sus hallazgos. Para la posteridad quedó la anécdota que el físico vivió con una castañera de la plaza Mayor de Madrid. Al reconocerle, la mujer gritó: ¡Viva el inventor del automóvil!

Casi un siglo después de la única visita de Einstein a España, la figura del genio continúa generando la misma fascinación envuelta en desconocimiento de entonces. Se le presume icono pop del siglo XX, aunque pocos a pie de calle saben por qué; sus descubrimientos están detrás de infinidad de aparatos con los que interactuamos a diario, pero solo los iniciados son capaces de explicar qué significa e=mc2.

Aluvión de trabajos

Y, sin embargo, Einstein sigue hoy siendo objeto de estudio y despertando el interés mediático y editorial. A caballo entre la divulgación y la semblanza, en los últimos seis meses ha llegado a las librerías media docena de títulos que llevan el nombre del físico en el título o el subtítulo. Algunos, como Para entender a Einstein, de Christophe Galfard, Iluminando el lado oscuro del Universo, de Roberto Emparan, y Como Einstein por su casa, de Javier Fernández Panadero, acercan sus descubrimientos a la física y la vida de hoy. Otros, como No hace falta ser Einstein, de Ben Miller, y La mafia relativista: Einstein al descubierto, de David M. Jordan, usan su nombre para atraer lectores a la ciencia y establecer teorías conspiranoicas sobre sus hallazgos. Por su parte, Paul Parson se aproxima al personaje en Einstein. Su vida, sus teorías y su influencia.

«Tuvo una personalidad tan deslumbrante y causó tanto impacto en nuestro tiempo que el desconocimiento del gran público acerca de su vida y su obra resulta un crimen de lesa humanidad. ¡No saben lo que se pierden!», clama el físico argentino José Edelstein, coautor, junto a su colega chileno Andrés Gomberoff, de Einstein para perplejos (Debate), la aproximación más completa a la figura y el legado del genio de las recientemente publicadas. En el libro, los investigadores ponen a Einstein en el contexto de su tiempo y de sus coetáneos. «Curioso su caso: aunque fue un gran revolucionario en su campo, no comprendió a otros revolucionarios de su época. Su amigo Thomas Mann le regaló La Metamorfosis de Kafka y le pareció horroroso. Schoenberg, otro innovador, era también buen amigo suyo, pero no soportaba su música», apunta Edelstein.

Aquellas gotas de lluvia

Una tarde de 1907, viendo las gotas de lluvia cayendo sobre su ventana, Einstein se planteó: si me desplazara a la misma velocidad que ellas, pensaría que no se están moviendo. Esta elucubración, a la que se referiría más tarde como «la más feliz de mi vida», está en el origen de su Teoría General de la Relatividad, que tardaría casi una década en desarrollar. Donde había gotas de lluvia, Einstein se imaginó a la luz y se preguntó: ¿cómo la vería si viajara tan rápido como ella? Acababa de descubrir que lo constante en el Universo no es el tiempo ni el espacio, sino la velocidad de la luz, y que cuando nos acercamos a ella, el tiempo se expande y el espacio se contrae.

«Su gran genialidad consistió en preguntarse: ¿qué pasaría si…? Parece simple, pero antes de él nadie la había aplicado a ciertas situaciones», explica Edelstein, nacido en Buenos Aires en 1968 y profesor de física teórica en la Universidad de Santiago de Compostela desde hace 13 años.

Dos años antes de aquel momento eureka frente a la ventana, Einstein vivió un febril semestre en el que, mientras trabajaba en la oficina de patentes de Berna (Suiza), publicó cuatro artículos científicos que ponían la semilla de su física tiraban por tierra la de Newton. «1905 fue el annus mirabilis en la historia de la ciencia. Es lo más cercano a un milagro que ha conocido la Humanidad. Que un joven de 26 años fuera capaz de ver lo que vio, resulta inexplicable», evalúa el investigador.

En la distancia corta, Einstein se mostraba menos afable que como personaje público. «Era ateo, antimilitarista, antinacionalista, de ideas progresistas y de mente abierta. Fue amigo de intelectuales y artistas, pero también un mal padre y un mal esposo de su primera mujer. Tenía toda su libido puesta en su trabajo», comprende Edelstein, quien ha consultado las cartas privadas del científico para trazar su retrato.

Los últimos años en la vida de Einstein permanecen entre tinieblas. «Tras la muerte de su segunda mujer se mostraba sombrío. Sufrió al no poder encajar la mecánica cuántica en su teoría y apenas acudía a actos públicos. Y llevó mal que le acusaran de haber instigado la bomba nuclear, ya que fue uno de los pocos físicos importantes de su época que no participó en el proyecto», señala el biógrafo. Hoy le haría feliz saber que las ondas gravitacionales que predijo, han sido al fin observadas. 68 años después de su muerte, Einstein sigue siendo noticia.