-¿Donde nacieron?

-(Elpìdio). En Cáceres, desde un servidor para abajo, que fuimos siete hermanos. Yo soy el cuarto, el primero de los siete que nació en Cáceres, en la casa donde viví hasta que me casé, en el número 26 de la calle Parras.

-Sus padres llegaron a la ciudad procedentes de Piedras Albas...

-(Leo). Nuestro padre trabajó mucho. Vino del pueblo y estuvo trabajando en el campo, en el corcho, en todo lo que podía, hasta que por fin se pudo colocar en el hospital, donde estuvo de conserje. Un tío nuestro, primo de mi padre, Luis Rodríguez Arias, que fue presidente de la Diputación de Cáceres, lo puso en la portería, que antes se decía portero (ahora es más fino decir conserje). Y bueno, estuvo allí hasta que el pobre enfermó. Era muy querido por todo Cáceres, porque era muy bueno. De hecho, cuando falleció estaba todo San Juan lleno, hasta la plazuela, de todo tipo de clases sociales.

-¿Cómo era el barrio donde vivían?

-(Elpidio). Precioso y muy divertido. Vivíamos familias enormes, por ejemplo la familia de los Guerrero, los de la churrería de los Díaz Blanco, la familia de los Gabino Díez, la de los Pantoja, los de la pescadería Zaragoza, José Murillo el abogado, los padres y abuelos del torero Antonio Sánchez Cáceres y más familias. Por las noches nos juntábamos en la calle, que entonces se podía porque no pasaban coches, y se vivía felizmente. Había una rivalidad con lo que llamábamos La Curva, al terminar la calle Parras, donde está ahora el párking (risas).

-(Leo). Como las traseras del Hotel Álvarez daban a la calle Parras, por allí entraban los coches largos americanos. Entonces salíamos todos los muchachos detrás al grito de ‘¡Que viene un Haiga, que viene un Haiga!’ Era la marca de esos coches, muy grandes, que todavía existen en Cuba y se utilizan como taxis. Era muy alegre la calle, con familias muy unidas, todas con siete u ocho hijos, con edades igualadas, como si se hubieran puesto de acuerdo.

-¿Cómo comienzan a trabajar?

-(Elpidio). Nací con mi destino marcado para la aguja y el dedal. Mi madre se dedicaba a las labores del hogar, pero por la escasez de la economía mis padres tenían una pensión donde se hospedaban muchos actores y actrices de las compañías que venían al Gran Teatro o personal de los circos que venían para la Feria de Mayo, así que yo ayudaba a mis padres en muchas de esas tareas. Estuve de niño en la Escuela de la Montaña, con profesores como don Gabriel Medina, don Florencio y don Isidro. A los 14 años terminé el colegio y con esa edad me puse a trabajar en la sastrería de Juan José Vinagre, que estaba en San Antón. Después estuve en otra gran sastrería que hubo en San Juan, en los altos de Eustaquio, la de Víctor Guillén, que era un gran sastre, del estilo de Rafael. Influenciado por mi hermana Petri, que también cosía, me decidí a dejar la sastrería para convertirme en modisto de ropa de señora. Fue una garantía porque mis conocimientos de sastrería me ayudaron después en la modistería. Así que los trajes de chaqueta y los abrigos eran perfectos; en los vestidos ya entraba más Leo en la fantasía.

¿Dónde cosían?

-(Elpidio). Después de hacer el servicio militar, me fui a Madrid a una academia y me puse a trabajar en casa, porque algunos de mis hermanos mayores ya se habían independizado y teníamos más desahogo. Había dos habitaciones preciosas, grandes, que daban a la calle (ahora esa casa, que llevaba años cerrada, la están restaurando y está quedando preciosa según me han dicho) y ahí monté mi taller. En una de las habitaciones recibía a las señoras y estaba el probador; la otra era para el taller.

-¿Qué paso luego?

-(Elpidio). Me casé en el año 70, seguí un tiempo en casa de mis padres, hasta que me instalé en la Clavellina primero, luego en Gil Cordero, en la que casa en la que vivíamos mi mujer y yo. Cosía a medida y ahí fue cuando Leo decidió dedicarse también a este negocio. Se fue a Madrid y al venirse decidimos montar una tienda para darle más cobertura a nuestro sueño. Vimos que en la calle San Pedro de Alcántara, que estaba recién terminada, Pablo Vioque había levantado un edificio y estaban todos los bajos en venta. Fuimos a verlos y nos interesaron. La gente nos decía: «Estáis locos, dónde os vais a meter», así que fuimos pioneros, fuimos los padres de esa calle comercial. Pero tuvimos una buena mira, porque allí estaba el Cine Astoria y recién terminado el colegio de Las Carmelitas: con ese tipo de público y la clientela que ya teníamos, todo fue rodado.

-(Leo). Yo estudié en el Paideuterion y cuando terminé mis padres me preguntaron qué quería ser. He de decir que mi profesión frustrada es la de arquitecto. De hecho mis trajes siempre fueron un poco arquitectónicos, porque miraba mucho las líneas y era minimalista. Como no tenía capacidad para tanto número y tanta matemática, decidí pasarme a la modistería, que también me gustaba. Antes de irme a Madrid, ya ponía telas a los maniquís, hacía vestidos... En Madrid estuve un par de años aprendiendo patronaje con un amigo de Elpidio, que era modisto. Después, estuve rodando por casas de alta costura, donde había modelos profesionales, me escabullía, me metía en los talleres para ver los trucos de los trajes por dentro... Fui formándome. Vi como andaban y desfilaban las modelos y aprendí mucho. Me viene para Cáceres un poco por obligación, porque mi padre enfermó de cáncer. Mi hermana nos animó a que pusiéramos la tienda, «que no había nada, que solo estaba Dioni», nos decía. Así que decidimos abrir en San Pedro de Alcántara. Se me metió en la cabeza porque siempre he pensado que es bueno descentralizar para que la oferta no esté en un mismo lugar. La gente nos tachaba entonces de locos, porque todo era la calle Pintores. Pero el comercio es lo que hace más grande una ciudad, porque la gente patea, recorre y al final va a verte. La cercanía de nuestra tienda con el Astoria nos dio bastante vida porque el público se iba media hora antes de que empezara el cine para ver nuestro escaparate.

-Es que ustedes a través del comercio, hicieron grande a Cáceres...

-(Elpidio). A través del comercio, de la moda y de la alta costura hicimos grande el nombre de Cáceres. Hemos sido embajadores.

-Pues a ver si algún día les otorgan la Medalla de Oro de la Ciudad de Cáceres. Sin duda, se la merecen...

-(Elpidio). Bueno, hemos hecho todo con ilusión. Tuvimos muchas oportunidades, ofrecimientos muy buenos tanto Leo como yo, de salir fuera de aquí, pero nunca quisimos dejar Cáceres. Hacíamos folletos sobre Cáceres, cosas que hasta esa fecha no había hecho nadie.

-(Leo). Creo que si fuimos embajadores fue por las cosas que a Elpidio se le ocurrían.

-Bueno, en verdad fueron un equipo y cada uno aportó su magia y su sabiduría para sacar adelante un proyecto pionero en la alta costura...

-(Leo). Es verdad que Elpidio se dedicó mucho a la publicidad de Cáceres, a hacer cosas que antes no se hacían, octavillas, folletos... Recuerdo que conseguimos que una casa de punto francesa muy reconocida en la década de los 70 nos visitara e hiciera su catálogo en Cáceres. Trajo modelos alemanas, que posaron en la ciudad monumental para su futura colección de otoño-invierno. Fue un catálogo maravilloso. Creo que hemos mucho a nivel publicitario. Elpidio tenía dotes para fomentar la ciudad. Y a nivel de ropa, algo hemos hecho, sí.

-¿A qué gente han cosido?

-(Elpidio). Hemos cosido a toda la clase media alta de Cáceres, Extremadura y de fuera. Teníamos una clientela fabulosa, estupenda. Hemos tenido mucho contacto con el mundo artístico y hemos cosido a María Dolores Pradera, a la familia Rabal, a Irene Gutiérrez Caba o María Fernanda D’Ocón. Y puedo asegurar que personas más nobles y sencillas no las hemos conocido (se emociona). Creo que hemos sido profetas en nuestra tierra y hoy día, que lleva la tienda cerrada desde 2010, no hay vez que nuestras clientas nos digan al vernos: «Ay, Elpidio, Leo, todavía guardo vuestras prendas».

-¿Cuál es el vestido al que más cariño tienen, ese vestido maravilloso con el que dijeron: «Vaya pedazo de obra de arte que he hecho»?

-(Elpidio). Eso es que es como el matrimonio que tiene varios hijos, ‘qué dedo se corta que no le duela’. Pero citaré el primer traje que le hice a Eugenia, mi mujer, siendo novios, y el traje de chaqueta que le hice a María Dolores Pradera, que incluso hace poco me dijo: «Todavía lo conservo, se lo ha puesto mi hija, se lo ha puesto mi nuera para bodas. Y me preguntan: ¿pero quién te hizo esta maravilla?»

-(Leo). Fue uno que me dio la publicidad, por el que me hice famoso en la confección de trajes de novia. Al año y poco de estar en la tienda, hice un traje a Gloria González (su hermano cada vez que me ve dice: «Aquí viene el artista»). Ese traje era de línea muy sencilla, confeccionado a modo de traje de noche; llevaba una capelina hecha por mí a mano en forma de pequeñas almenas de terciopelo. Además, llamó mucho la atención el tocado que llevaba, que era un turbante modo árabe hecho de tul, del que salía el velo. Fue un tocado hecho a medida en La Casa de los Sombreros de Madrid, con la que trabajábamos muy directamente. Cuando hice ese traje estaba de presidente de la diputación Martín Palomino, el abogado. Y casualmente, el padre de Gloria era administrador de la diputación, de modo que el presidente acudió a la boda. Poco después contrajo matrimonio Isabelita, la hija mayor de Martín Palomino, y fue una expectación. El traje era sencillo, pero el tocado era completamente un velo gollesco muy elaborado que hacía de cola. Encima la novia fue andando, porque vivían en Santiago, así que fue todo Cáceres a ver a la hija del presidente, una chica muy guapa y muy conocida. Luego vinieron cientos de trajes, todos muy elaborados, yo era muy minimalista, compraba marabú, lo deshacía, los trocitos de plumas los cosía en el velo, me metía en unos embrollados... Y quedaban impresionantes. A todas mis sobrinas les hice el traje, a Paloma Méndez Lobo, a una hija de los Mingo, a Mabel Bernáldez, a la familia Merinero, que eran tres hermanas, a la familia Abad... Recuerdo precisamente que a la hija mayor de los Abad le hice un traje muy clásico con un montón de metros de cola. Ella inauguró las escalinatas de la plaza de San Jorge, sus dos hermanas pequeñas iban de damas de honor. La novia subió las escaleras con aquel traje maravilloso y fue una boda de película, de esas de cuento de hadas, que hasta salió publicada en El Periódico Extremadura. Luego me dio por hacer trajes de novia que en realidad eran trajes de noche, para que posteriormente pudieran ser utilizados. Hice trajes en malva, con piezas de gasa en la cabeza sujetas a una flor, en amarillo, verde manzana, en lila...

-O sea que fueron avanzados...

-(Leo). Bastante (risas).

-¿Cómo era su tienda?

-(Leo). Destacaba el mural que hizo Martínez Terrón. Le dije que quería algo relacionado con la modistería pero que fuera moderno. Era un cuadro cubista con una señora sentada apuntando a un maniquí enseñándoselo a la clienta. Al entrar a la tienda nadie se imaginaba al verlo que era un Martínez Terrón.

-¿Y no han vuelto a coser?

-(Leo). No, no tengo ni máquina.

-¿En serio?

-(Elpidio). Muchas veces le dicen a Leo: «¡Y cómo no hacéis unas exposiciones, con esos bocetos, con esos trajes!». No lo hemos hecho.

-(Leo). Sí tengo que decir que nosotros hemos apencado mucho, hemos hecho publicidad con la prensa y la prensa se ha volcado con nosotros. Y siempre se lo digo a la gente, que al principio hay que poner publicidad. Luego ha habido muchas tiendas de moda, pero cada vez que se han hecho entrevistas relacionadas con la moda siempre la prensa nos ha llamado. Y a la prensa le he estado siempre muy agradecido porque se ha preocupado mucho por nosotros. Sí hubiera sido bonito haber hecho una exposición itinerante.

-¿Y ahora cómo viste la gente?

-(Leo). Yo creo que van graciosas, lo único que van repetidas. Fíjese que mucha de la ropa que se lleva ahora es la que yo tenía y entonces no la querían porque decían que era muy moderna. Creo que nuestro defecto ha sido que al no verse nuestra ropa por la calle la gente pensaba que no se llevaba, pero lo que ocurría es que nosotros íbamos siempre por delante. Vestir bien no consiste en llevar un traje bueno sino saber en qué momento hay que lucirlo. La gente debería quizá cuidar el vestir en determinados acontecimientos, es como me pasa a mí: que no me luce un vino igual en un vaso que en otro.

-(Elpidio). Me atrevo a decir que hubo años que Cáceres era envidiada. No por nosotros, porque antes hubo otras modistas, como nuestra querida y recordada Dioni, que fue la pionera, pero es verdad que aquí hubo unos años que se vestía de maravilla, que se iba a los sitios elegante. Y últimamente la gente va informal. Es un orgullo para nosotros que la gente de fuera de Cáceres supiera que existíamos. Hasta en Oviedo tenían referencias nuestras.

-¿Y cómo es su vida ahora?

-(Leo). He dejado de viajar y salgo poco, pero me ha dado por Istagram y me entretengo bastante.

-(Elpidio). He sido lo que he querido ser. He sido muy feliz en mi vida, aunque hubo un triste paréntesis, pero felicísimo.