Aunque Lady Gaga presuma de desatender las demandas de la industria e ir a su bola, hay que decir que el timing tiene un aspecto calculadísimo. El 7 de septiembre se estrenaba en el Festival de Toronto el documental Gaga: Five foot two, en el que la estrella dice sentirse en «otra etapa» de su vida tras cumplir los 30 al tiempo que aparece recibiendo tratamientos médicos tumbada en una camilla. Una semana más tarde confirmaba en Twitter que sus dolores eran debidos a una enfermedad que sufre y que no es otra que la fibromialgia. Y cinco días después anunció la suspensión de la gira europea, que debía estar ya en marcha.

La explosión de empatía colectiva hacia la cantante está servida y cantada, como también el escenificación de un cambio de ciclo en su carrera. Lady Gaga iba a ofrecer sus únicos conciertos en España en Barcelona (21 y 22 de septiembre), un local en el que ya ha actuado tres veces desde el 2010. La gira, que este verano recorrió Estados Unidos, basculaba alrededor del disco Joanne, en el que modula su extrovertido registro dance pop incluyendo tempos más recogidos y sonidos acústicos. Este trabajo, titulado en honor a una tía suya que murió a los 19 años de una enfermedad infrecuente, el lupus, anunciaba un giro conceptual y nos preparaba para esa Lady Gaga expuesta a su propia fragilidad que se confiesa en el filme Five foot two.

El título del documental, que la plataforma Netflix estrenó en todo el mundo hace unos días, alude a la estatura de la cantante, cinco pies y dos pulgadas, es decir, un metro y 57 centímetros, y está tomado de un estándar americano, Has anybody seen my gal? (también conocido por su estribillo: «five foot two, eyes of blue»), que cantaron en el pasado crooners como Dean Martin. Un enunciado encaminado a destacar los límites humanos de la estrella pop. En la cinta la vemos en su ambiente casero, grabando con colaboradores de confianza como Mark Ronson y compartiendo reflexiones: mensaje para Madonna, a quien dice admirar aunque le reprocha que no le diga a la cara lo que piensa de ella. «Quiero que me empuje contra la pared, me bese y me diga que soy una mierda», reclama Stefani Joanne Angelina Germanotta, italoamericana neoyorquina como la voz de Like a virgin. Y pensamientos sobre la superación de sus inseguridades de juventud, cuando no se sentía «ni inteligente, ni guapa, ni buena cantante».

Pero a medida que su fortaleza anímica ha crecido, la física parece haberse ido desmoronando: la escena más dura es cuando la vemos tumbada en el sofá de su apartamento neoyorquino, con hermosas vistas de Central Park, describiendo entre sollozos el dolor que atenaza toda la parte derecha de su cuerpo y que se acaba concentrando en su cara. «Es como si una cuerda me tirase de un dedo del pie por toda la pierna, y luego por la primera costilla hasta el hombro, y luego por el cuello, y la cabeza, y la mandíbula», precisa mientras una empleada le aplica compresas frías. «¿Qué haría si no tuviese estas personas para ayudarme? ¿Qué puñetas haría?», se pregunta.

Película en marcha

Estamos, en fin, ante el desnudo emocional de una artista que siempre ha arrastrado fantasmas: esa violación, a los 19 años, que según declaró el pasado invierno, le ocasionó un shock postraumático crónico. El dolor que le produce la fibromialgia, «fuerte pero liberador», ha estacionado el Joanne world tour (la intención es retomar el año que viene las fechas canceladas), pero difícilmente va a poder con ella. Trabajadora nata, si hace unos meses sorprendió al publicar una canción inédita, The cure («si no puedo encontrar la cura / te sanaré con mi amor», dice ), el año que viene debe estrenarse la nueva versión del filme Ha nacido una estrella, que protagoniza con Bradley Cooper. En el documental deja clara su meta: «Quiero llegar a ser una vieja estrella del rock».