Cómo se mide la pujanza de un país? De muchas maneras, pero no hay una más expresiva que el termómetro de la imaginación. La creatividad. Culturalmente hablando este país estigmatizado vive un momento que unos califican de interesante y otros de dulce, y de tal enjundia que lo consolida, después de México y Argentina, como la tercera potencia de la región. El país bulle.

Quien haya caminado por las calles de cualquier pueblo colombiano sabe que este es un país musical; que siempre hay en algún lugar una radio encendida, y muchas veces más de una, y que se superponen ritmos y letras en cacofónico desorden tropical. Trasunto de este fenómeno que resume parte de la identidad nacional, la industria musical ha funcionado desde hace años como un surtidor inagotable de ritmos populares, en especial de cumbias y vallenatos, los dos géneros por antonomasia en Colombia.

Música independiente

El panorama era algo monótono, pero ha sufrido una significativa alteración gracias al surgimiento de un poderoso movimiento de música independiente cuya punta de lanza son bandas y artistas que poco a poco han conseguido trascender fronteras. Nombres como Bomba Estéreo, Herencia de Timbiquí o Systema Solar no son ajenos para el público que ha sentido curiosidad por saber qué se cuece más allá de Shakira o de Juanes.

«Colombia y Perú son musicalmente hablando las dos potencias musicales latinoamericanas del momento -explica Jaime Andrés Monsalve, jefe de Programación Musical y Cultural de Radio Nacional de Colombia, la radio pública colombiana-. Países como Brasil, México y Cuba ya tuvieron su momento. Gracias a la oficina de Emprendimiento Cultural que el Ministerio de Cultura puso en marcha hace seis años actualmente hay un respaldo decidido a la música independiente. No solo eso, sino que además se quiere visibilizar al país a través de ella, porque se ha entendido que es una fortaleza cultural que debe ser mostrada en el extranjero». Una expresión concreta de este esfuerzo es la presencia sostenida de bandas nacionales en las últimas ediciones del festival Womex de músicas del mundo que tiene lugar cada año en una ciudad europea. «Para la edición del año pasado se presentaron mil candidaturas, fueron escogidas 60 y entre ellas había tres colombianas: Elkin Robinson, Pixvae y Cero39 -dice Monsalve- La verdad es que están pasando muchas cosas, y me siento privilegiado de ser testigo de esta época».

Un fenómeno que también ha puesto a la música colombiana en el panorama internacional es el de las discográficas extranjeras que se han dedicado a rescatar y editar músicas olvidadas que 30, 40 o 50 años después suenan notablemente modernas, a gusto del público extranjero. Es lo que han hecho sellos como el español Vampi Soul, los británicos Soundway y Strut Records, el alemán Analog Africa y el estadounidense Names You Can Trust. «Vienen, buscan, encuentran joyas escondidas y las reeditan -dice Juan Carlos Piedrahita, editor de Música y Entretenimiento del periódico El Espectador-. Eso despertó en el país la conciencia de que teníamos música más allá de la cumbia y el vallenato, y en parte explica el auge de los independientes hoy día».

Un ejemplo es el del músico barranquillero Abelardo Carbonó, un nombre extraviado en la memoria musical local hasta que en el 2010 Soundway rescató tres temas suyos en el compilatorio Palenque Palenque: champeta criolla & afro roots in Colombia; poco después, Vampi editó El maravilloso mundo de Abelardo Carbonó, donde está recopilado lo mejor de su trabajo musical.

Todo esto ha conseguido que el panorama musical latinoamericano sea impensable sin el aporte colombiano. «En todos los premios de la música latina Colombia está jugando un papel muy importante -dice Piedrahita-. Los premios Hit, los premios Grammy, los premios Billboard no serían nada sin el aporte colombiano. Hoy día tenemos la satisfacción de poder decir que la música que se hace aquí suena en toda Latinoamérica, desde México hasta Argentina».

No es menos interesante el momento que viven la literatura y el sector editorial. Entre el 17 de abril y el 2 de mayo pasados tuvo lugar la 31ª edición de la Feria del Libro de Bogotá, la Filbo, que visitaron más de 585.000 personas, 25.000 más que el año anterior. Lugar de encuentro de autores y editoriales locales y extranjeros (en los últimos años han pasado por allí escritores como J.M. Coetzee, V.S. Naipaul y el francés Le Clézio), de su buena salud habla también el hecho de que la ciudad durante los días que dura la feria literalmente se vuelca con los libros y la literatura. Es, después de las de Guadalajara y Buenos Aires, la tercera feria en importancia de la región. «Estamos muy satisfechos -dice Andrés González, jefe de Proyectos de la Filbo-, porque este año hemos consolidado la parte de la feria como lugar de negocios. Vinieron 500 empresarios de 25 países entre agentes y editores y hubo un gran movimiento en cuanto a compra y venta de derechos de autor. Ya era una feria muy sólida en cuanto a visitantes, escritores invitados y actividad académica, pero nos faltaba trabajar un poco más eso, y este año lo hemos conseguido».

Una generación con talento

Una novedad de la feria de este año fue el Pabellón de Editoriales Independientes, que supuso un reconocimiento al sector que en la última década, superando no pocas dificultades, se ha abierto paso hasta encontrar su lugar en el panorama local. Participaron una treintena de editoriales, entre ellas algunas que ya se han hecho un nombre como Rey Naranjo, Luna Libros, Laguna y El Peregrino.

El libro ya no es monopolio de los grandes grupos, y así lo dejó claro la Filbo. «Para mí, lo de las independientes es un síntoma del florecimiento que está teniendo lugar a todos los niveles -dice Juan David Correa, escritor, cofundador de El Peregrino, exdirector de la revista cultural Arcadia y hoy director editorial del Grupo Planeta para el área andina-. «Hay una generación de colombianos que salieron del país y al volver tomaron la decisión de arriesgarse a hacer cosas por su cuenta. Han fundado editoriales, han hecho películas, han abierto librerías. Es una generación cosmopolita y desacomplejada que está transformando las cosas. La cultura hasta hace poco la manejaba la clase política con la idea de que era el divertimento de los salones privados de la burguesía, pero esta generación está cambiando esa visión obsoleta».

Literatura y deporte

Un ejemplo: Caballito de Acero, una editorial especializada en literatura y deporte que echó a andar hace un año y ya ha sacado al mercado tres volúmenes. Su fundador, Luis Alejandro Díaz, vivió en España ocho años, primero en Madrid y luego en Barcelona, donde hizo un doctorado sobre literatura y fútbol. Fue allí, haciendo sus estudios, que se dio cuenta de que «no había una editorial en el mundo hispano dedicada exclusivamente a la ficción en el deporte», de modo que al regresar decidió poner en marcha una. «Pensé que a mí me gustaría tener esta clase de libros en mi biblioteca, y en general, que podía tener éxito como negocio. El mercado en Colombia se abrió, hay más librerías, más canales de distribución. Yo soy un convencido de que si se hacen libros, se venden. Solo hay que saber hacerlo». Díaz invierte todos sus ahorros y entusiasmo en el proyecto.

La visión que tiene una autora consolidada como Piedad Bonnett, probablemente la más internacional de las escritoras colombianas, autora de libros de poesía como Las herencias y Explicaciones no pedidas y de novelas como El prestigio de la belleza y Lo que no tiene nombre, es que hay una generación de escritores colombianos que hoy tienen entre 30 y 40 años de la que se pueden esperar grandes cosas. «Sobre todo me gustaría subrayar el caso de mujeres como Margarita García Robayo, Pilar Quintana o Patricia Engel, cuya obra se inscribe en el de toda una generación de escritoras latinoamericanas que están haciendo un excelente trabajo», dice.

El rasgo común de esta generación, añade, es el hecho de haber viajado y haberse educado en otras partes, «y de estar totalmente despegada del peso que tuvo el boom en mi generación». «Son gente cosmopolita y arriesgada, y no me extrañaría que alguno de ellos en algún momento escribiera una obra que causara un pequeño remezón».

En los últimos años, Colombia se ha convertido en un país donde abundan las ferias, los festivales y las citas culturales con vocación internacional. Solo en Cartagena de Indias tienen lugar en apenas dos meses, cada año, entre enero y febrero, el Hay Festival, el Festival Internacional de Música y el Festival Internacional de Cine (Ficci). También en febrero Barranquilla acoge el Carnaval Internacional de las Artes, mientras que en marzo tiene lugar el festival de música alternativa Estéreo Picnic en Bogotá. Luego, en abril, la Filbo. No son sino un puñado de ejemplos de una actividad mucho más extensa, que incluye citas de renombre como el Festival de la Leyenda Vallenata o el festival de música del Pacífico Petronio Álvarez: encuentros que siempre, por defecto, están sembrados de multitudes. «No son encuentros aislados, es una dinámica de festivales cuya vocación es enseñar producción cultural nacional e internacional», dice Daniella Cura, comisaria y programadora del Carnaval Internacional de las Artes de Barranquilla.

Cita multidisciplinar

El Carnaval de las Artes es una cita multidisciplinar donde han tenido cabida desde Tinto Brass hasta Jorge Drexler, desde Kevin Johansen hasta Fernando Vallejo. Su organización corre a cargo de la Fundación La Cueva, responsable del legado del llamado Grupo de Barranquilla que integraron artistas y escritores como Alejandro Obregón, Álvaro Cepeda Samudio y Gabriel García Márquez. «Nuestro objetivo es mostrar los procesos creativos de artistas de todas las disciplinas», sintetiza Cura. El festival se nutre de recursos públicos y privados, pero Cura se muestra crítica con el nivel de compromiso de la empresa privada. «Acá no está consolidada del todo la parte de responsabilidad social de las empresas. Creo que se puede hacer mucho más. Hay todo un potencial cultural sin explotar que saldría a la luz con un apoyo más decidido», dice.

El plató colombiano

La gente de la cultura reconoce la importancia que ha tenido el apoyo estatal a la creación cultural. Amén de la ya mencionada oficina de Emprendimiento Cultural, se suele citar la Ley del Cine promulgada en el 2003 como el mecanismo que ha permitido dar sostenibilidad a la producción cinematográfica, y llevado a las producciones nacionales a estar presentes en los carteles de los grandes festivales internacionales. Como Pájaros de verano, de Ciro Guerra, que inauguró este año la Quincena de Realizadores de Cannes.

Tanto esa ley como la reducción de la violencia han convertido al país en plató de grandes producciones extranjeras: antes, películas sobre Colombia no se grababan en Colombia por miedo; hoy, Netflix puede rodar Narcos en territorio colombiano, o la mexicana Patricia Riggen puede elegir las minas de sal de Nemocón, a dos horas de Bogotá, para grabar las escenas cruciales de Los 33, la película sobre los mineros chilenos que en el 2010 quedaron atrapados en la mina de San José. «La gente confía en el país -dice Juan Carlos Piedrahita-, y eso ha permitido que se establezcan interesantes alianzas entre productoras locales y extranjeras que están dando frutos».

Hace una semana tuvo lugar en Bogotá ArtBo Fin de Semana, el evento de la Feria Internacional de Arte de Bogotá cuya razón de ser es acercar el arte al público en general. Galerías, museos y espacios autogestionados -casi 60 en total- abrieron sus puertas y se llenaron de curiosos. Eso no ocurría en Colombia hace 10 años. Sí, el país adolece de muchas cosas. Sí, Bogotá es una ciudad caótica y contaminada y la paz colombiana no es una paz consolidada, pero hay en medio de todo un ambiente propicio para emprender, para imaginar proyectos. La guerra nunca mató la imaginación, y ahora, sin guerra, la imaginación desborda. «No somos triunfalistas -dice Juan David Correa-. «Esto tiene una medida, y aún no aguanta comparaciones con el primer mundo. Pero es la cultura de un país en desarrollo construyéndose dentro de sus posibilidades de una forma muy interesante».H