-¿Cómo era ser niño?

-He tenido una infancia privilegiada, una madre actriz y un padre que ha trabajado toda la vida en el mundo de la cultura. Creo que la educación que he recibido ha sido maravillosa. He tenido unos padres que me han leído, que me han llevado al teatro, que me han llevado a museos... Igual que la música amansa a las fieras, la cultura hace que la ansiedad en todos los aspectos de la vida baje. Ni mi hermano ni yo hemos albergado pensamientos o ambiciones que nos despedacen demasiado, hemos tenido siempre un ambiente natural. Los niños son lotería y siempre le digo a mi madre, qué suerte se tiene que tener para que se junten factores; te encuentras a niños que son unos cabestros en familias maravillosas y te encuentras a niños que en barriadas sin privilegios y en ambientes de pobreza y de miseria se convierten en verdaderos cerebros, en personas increíbles.

-¿A qué jugaba en los recreos?

-Al fútbol, pero esa fiebre me duró poco. Soy un niño de los 90, tengo 28 años, nací en 1989 y soy de esa generación que empezó con las actividades extraescolares. En aquella época comenzaba toda esa ola de judo, conservatorio, bailes regionales... probé todo lo probable porque era bastante trasto, empezaba una cosa y la dejaba. Casualmente nunca me dio por el teatro, hasta bien adolescente.

-Describa su barrio...

-He vivido toda mi infancia y mi adolescencia en el casco antiguo de Badajoz, en la calle Suárez Somontes, al lado de la plaza de San Andrés. Es un barrio con una diversidad estupenda, donde me han tratado maravillosamente, donde he podido descubrir zonas, bares, restaurantes, rincones... que recordaré a fuego aunque viva en setecientas ciudades diferentes. Badajoz es una ciudad donde el talento sobra. Quizá la promoción y la manera de canalizar ese talento faltan por asentarse. He tenido también la suerte de picotear en el mundo de la música de Badajoz, he tenido bandas de rock y he visto músicos que podrían estar en la élite estatal y europea, como mi hermano, que es músico, pintor y pensador maravilloso. Mi barrio y mi ciudad son lugares ideales para nacer y para vivir.

-Usted es actor ¿por qué?

-A nivel consciente soy actor por matar una inquietud que muchos seres humanos tienen: convertir el material cotidiano en un instrumento de pensamiento, de belleza, contribuir a hacer algo valioso, algo que perdure. Los actores somos el sector que menos gente tiene en la cárcel. Aún con todas las penurias, todos los palos que recibimos, toda la soledad a la que nos vemos expuestos, conseguimos aplacar cualquier dolor físico o emocional, porque aunque mucha gente se empeñe en dejarlo en prioridad de segundo orden, el arte contribuye a construir civilizaciones, mundos, países, y llevándolo al terreno de las personas nos ahorra mucho dinero en terapia. A nivel inconsciente, los artistas no queremos irnos del mundo sin dejar algo que nos inmortalice. Todos tenemos miedo a morir, pero haciendo arte, regalándole al mundo nuestro talento, nos quedamos aquí para siempre.

-Usted se licenció en la Resad y continuó su formación en el campo audiovisual en la Central de Cine...

-Sí. Estaba estudiando Medicina en la Universidad de Extremadura, al terminar Selectividad me vi como tantos chicos de 18 años más perdido que Carracuca, preguntándome qué hago, en qué me meto... así que eché para Medicina con tan mala suerte de que me cogieron. Yo me sentía que no estaba encuadrado y eso me mataba, porque hacer una cosa mal te desgarra. No sé cómo, un día, en plena época de exámenes de Medicina, me cogí un autobús a Madrid y opté a una prueba de la Resad, donde tenía que hacer un monólogo y una canción. Me lo preparé en verano, a espaldas de mis padres con la esperanza de que tanto si me cogían habría demostrado que tenía una posibilidad de dedicarme a esto, y si no me cogían tenía mi camino ya iniciado y seguiría. Decidí la callada por respuesta y una vez que me cogieron se formó el cisma familiar correspondiente. Me trasladé a Madrid y descubrí que estaba en un sitio donde podía echar las horas que hiciesen falta; y era tan gratificante estar ahí, aunque tuvieras toda la incertidumbre laboral del mundo por delante. Me encontré con unos maestros extraordinarios, que me dieron una perspectiva de esta profesión maravillosa, unos compañeros y una compañera en particular que se llama Paula Iwasaki, con la que conecté a nivel artístico y humano, y me lancé al paso de crear mi propia compañía, Caramba Teatro. Esa escuela, ese camino, me ha ido regalando llaves que me han ido abriendo puertas fantásticas.

-Fíjese que Nuria Espert no sale en televisión y es una de las grandes damas de la escena. Es una excepción, ¿por qué en este país si no sales en la pequeña pantalla no existes?

-Cuando uno tiene la oportunidad de trabajar en la tele se da cuenta de la cantidad de profesionales que hay sacando el barco a flote. El resultado y las pretensiones y las demandas de los públicos son otra cosa. Personalmente, si pudiera vivir del teatro no lo dudaría porque el teatro es el medio que más engrandece al actor, así que me encantaría ser la señora Nuria Espert (risas).

-De modo que usted sí ha hecho televisión. En 2016 rodó la tv-movie ‘Lo que escondían sus ojos’ para Tele 5, ha participado en varios episodios de la segunda temporada de ‘Mar de Plástico’ para Antena 3 y en la segunda temporada de ‘Victor Ros’ para Televisión Española...

-Son experiencias estupendas. El medio audiovisual es capaz de conseguir esa cosa que necesita tanto el espectador de hoy en día, que es la verosimilitud en la interpretación. Al igual que la pintura o la poesía, la interpretación ha pasado por diferentes etapas, maneras de hacer. Hay actores maravillosos del cine mudo que ahora no podrían encuadrar con lo que pide el espectador, pero nadie dice que no sean buenos actores. La película de Billy Wilder, ‘Sunset Boulevar’, ‘El crepúsculo de los dioses’, es una película estupenda, con esa Gloria Swanson absolutamente obsoleta porque su sistema de interpretación de cine mudo no encaja en el tecnicolor o el star system. La televisión está consiguiendo que, más que nunca, el espectador se meta dentro de la pantalla.

-Y además, en cine ha rodado dos largometrajes, ‘El país del miedo’ de la mano del director Francisco Espada, y ‘Argi’ de Iratxe Mediaviila...

-Y uno de ellos en Extremadura, sí señor. El cine ya es el último paso, y con tiempo de ensayos.

-Estrenada en 1844, la obra de Zorrilla se ha convertido en la más representada en los escenarios españoles, es un extraordinario fenómeno teatral a través del tiempo... Y ello a pesar de haber sido escrita en escasas tres semanas para rellenar la programación de una compañía teatral en apuros... Ahora usted lo representa y ha sido el gran éxito del Festival de Teatro Clásico de Cáceres que hoy, precisamente, llega a su fin...

-El propio José Zorrilla no tenía ni idea de lo que iba a ser esa obra que escribió. Es más, por eso mismo malvendió los derechos enseguida y se dio cuenta de que los compradores estaban empezando a forrarse con la cantidad de representaciones que salían de su ‘Don Juan Tenorio’, y entonces se pilló un rebote tremendo, empezó a poner a parir a su propia obra e hizo la promesa de escribir una segunda parte mucho más depurada. Don Juan Tenorio tiene una cosa mágica, y es el pacto al que llegas con el público, que recita versos, que recita pasajes de la obra. Cuando como actor llegas a ese segundo previo del ‘¿No es verdad ángel de amor?’ y escuchas al patio de butacas murmurar...

-Es como un concierto de Sabina...

-Totalmente. Es una comunión que supera a la historia. Por eso el teatro clásico es tan maravilloso. El espectador va a ver ‘Medea’, va a ver ‘Antígona’, sabe lo que va a ocurrir y aún así está estremecido en el patio de butacas con el ritual de la mentira y de la verdad. Lo que estamos haciendo es mentira, es lo más teatral del mundo. Don Juan llega a la casa, le dice a Doña Inés que se siente y le empieza a recitar esa retahíla de versos... y eso no ocurre en la vida en ningún momento, pero el espectador te da el permiso de que lo hagas. Esa teatralidad, ese concepto lo tenía muy claro Zorrilla. Y cuando lo haces para la escena, lo pones en pie, uno se da cuenta de lo justificado que está que esta obra sea inmortal.

-Eduardo Haro Tecglen aseguraba que “Don Juan es el sueño de un frailecillo privado de libertad, reprimido; conventuado por su bastardía. Dudo -dijo- que sea un seductor: sólo un violador”...

-Mi compañera y mi primera maestra, Memé Tabares, dijo que para ella esta obra es una especie de cómic sobre la redención. Y estoy muy de acuerdo por la cantidad de géneros y temáticas inabarcables que aborda la obra. El Tenorio guarda todo lo que un espectador puede desear. Hay amor, hay acción, hay religión, hay ética y dentro de ello hay moral. La moral del Tenorio es el conflicto que inició Tirso de Molina en ‘El burlador de Sevilla’, es el conflicto entre el corto y el largo plazo. La juventud establece la máxima del ‘¡cuán largo me lo fiáis!’ y a partir de ahí las posibilidades que el personaje puede tener son infinitas porque la gente va al teatro a ver a los personajes equivocarse, a ver a personas que cometen errores, tanto en el drama como en la comedia asistimos a ver historias para compadecernos, para epatar con los personajes. El Tenorio es un joven pijo adinerado, machista, pagado de sí mimo y soberbio al que le pasan factura todas esas faltas a una velocidad trepidante. De manera que, volviendo al sueño del frailecillo de Haro Tecglen, es nuestro compromiso como equipo artístico que pone en escena un Tenorio representar todas esas características de un personaje de una manera no juiciosa. Ningún espectador puede decir que Don Juan Tenorio sea bueno, pero nosotros tampoco tenemos que decir como artistas que es malo. Y esa liberación de polvo y paja y de juicios artísticos y morales como actores de nuestra propuesta teatral es lo que cala en el espectador de hoy.

-Muchos investigadores del comportamiento humano han visto en Don Juan una doble sexualidad (Marañón) o una histeria (doctor Rodríguez Lafora)...

-Todos los actores somos actores porque en mayor o menor medida estamos cómodos con estar un peldaño separados de un auditorio muy grande, es decir, hay personas que quieren estar imbuidas en la masa, otras prefieren estar siendo vistas por la masa, es un componente de ego y autocontemplación del actor que se puede trasladar a Don Juan: el hecho de estar rodeado de su público y ese tributo que tiene que pagar el artista para con su público es lo que le pierde. El mayor de los defectos de Don Juan Tenorio, o por lo menos tal y como yo lo abordo, es el afán de tribuna. Don Juan comienza escribiendo una carta a la persona que va a ser su esposa, porque los padres tanto de Don Juan como de Doña Inés, han acordado que ellos se casen. Esa carta creo que es sincera, es una carta de amor. Pero ocurre que luego llega el contendiente, el archienemigo, su mayor rival, don Luis Mejías; haciendo un paralelismo futbolístico son como Messi y Cristiano Ronaldo en el siglo XVI en una taberna, ambos comparando su palmarés. No se han visto en un año y llegan y comparan los goles que han metido. Si uno analiza la obra, los dos están en negociaciones de boda, y los dos están enamorados, es decir, los dos están pensando en sentar la cabeza, pero ¿qué ocurre?, que volvemos a una frase de Zorrilla del final de la obra: Don Juan dice, «Sabed señor capitán que yo soy siempre Don Juan», eso es esencial para comprender el Tenorio. El Tenorio puede estar expuesto a mil adversidades, a mil penurias, pero el espíritu de Don Juan, para bien o para mal, está ahí. Entonces llega su Cristiano Ronaldo y Don Juan tiene que consagrarse a lo que se consagra Don Juan: ver cuántas pendencias han tenido, apostar como si fuesen ludópatas en el bingo de Torrelodones, seguir lanzándose a aventuras, poner en riesgo el honor de las damas que aman, etcétera, etcétera. Son unos absolutos gañanes, en cambio Doña Inés y Doña Ana de Pantoja son bondad pura, los traidores son ellos. Pero en nuestra puesta en escena y personalmente en mi trabajo se nos ha insistido en compatibilizar el estar muy enamorado y el ser un profundo cabrón por alardear, porque eso está en la esencia del ser humano y en la esencia del hombre.

-¿Y ya para terminar, qué tiene de contemporáneo Don Juan Tenorio. Viviría en Marbella, se llamaría Borja, estaría ya en la cárcel o en un manicomio o, quién sabe, lo encontraríamos felizmente casado?

-Don Juan Tenorio no puede ser quien quiera sino quien pueda. Tiene unos elementos que le ayudan a ser quien es y hay un componente de fortuna, de suerte, de duende, que lo hacen especial. Don Juan podría estar tanto en La Alameda de Sevilla, como en Ibiza, como en Mallorca. Puede tener muchas faltas como ser humano, pero no está bloqueado por voces mentales que le constriñan. Es un tipo que se puede hacer un moño con un cordón de zapato y está guapo. Yo he sido un niño gordito y los que hemos sido gordos somos gordos toda la vida en nuestra cabeza, y los gestos parásitos de la gente gordita, de separarse la camiseta del cuerpo cuando se le marca un michelín es la antípoda de lo que tiene que ser Don Juan. Puede haber un Don Juan de 120 kilos, porque a la hora de hacer un Tenorio John Goodman, por ejemplo, nunca se separaría la camiseta para que no se le viera el michelín. Esa es la esencia de Don Juan.