Donald Trump, está claro, no se lleva bien con Hollywood, y eso a pesar de que le debe buena parte de su celebridad. Después de todo, es el segundo presidente de Estados Unidos, después de Ronald Reagan, en llegar a la Casa Blanca con una lista de créditos actorales en su currículo, gracias a cameos en películas como Solo en casa 2 (1992) y Zoolander (2001) y teleseries como El príncipe de Bel Air o Sexo en Nueva York.

Pero Trump nunca fue aceptado por Hollywood. A diferencia de Obama, que antes y durante sus ocho años de mandato se rodeó de actores y actrices, el nuevo presidente no ha recibido casi ningún apoyo por parte del star system -Sylvester Stallone y Clint Eastwood, y pocos más-; es más exacto decir que Hollywood lleva meses en guerra con él, explicitada a través de vídeos de propaganda protagonizados por Robert Downey, Jr. o Emma Stone, parodias en Saturday night live o marchas de protesta. Trump y Obama representan dos mitades distintas de América, Hollywood pertenece a la de Obama. Y a la que apoya a Trump no le podrían importar menos los Globos de Oro o La La Land.

Tiranteces

Estaba cantado que las tiranteces entre Hollywood y el presidente aumentarían después de que este decretara la prohibición de entrada en territorio estadounidense a refugiados sirios y ciudadanos de siete países de mayoría musulmana. Era de esperar que la ceremonia de entrega de premios del Sindicato de Actores (SAG) del pasado domingo se convertiría en un cabreado acto político, y que incontables celebridades pondrían el grito en el cielo en Twitter dos días después tras el cese de la fiscal general Sally Yates.

Pasan varias cosas. En primer lugar, la política migratoria de Trump puede perjudicar mucho a los estudios. El sentimiento antiamericano que sin duda generarán podría torpedear coproducciones con una industria tan poderosa como la china y, si se le siguen tocando las narices desde Washington, el gobierno de Pekín quizá limite la entrada de cine americano en su país.

Trabas a visados

Pero el gran problema es que un posible aumento de las trabas a la concesión de visados supondría un ataque a los pilares básicos de una industria que siempre se ha apoyado en el talento extranjero tanto delante como detrás de la cámara. El vínculo del cine americano con la inmigración, de hecho, se remonta a su fundación misma a principios del siglo XX a cargo de un grupo de inmigrantes judíos que llegaron de Europa del Este para montar los grandes estudios. Y desde que Charlie Chaplin dirigiera y protagonizara Charlot emigrante (1917), la de Hollywood ha sido una historia de vidas de inmigrantes dentro y fuera de la pantalla.

El flujo de escritores y directores judíos fue constante desde entonces, y se convirtió en una verdadera inundación cuando la subida al poder de Hitler forzó al éxodo a talentos como Fritz Lang, Billy Wilder y Marlene Dietrich. Eso sin duda ayuda a explicar que tradicionalmente Hollywood haya sido promotor esencial del sueño americano, la idea de que personas de diferentes nacionalidades, etnias y creencias religiosas pueden mezclarse en una nueva nación sin abandonar sus diversas culturas; la idea de que Estados Unidos es un crisol donde todos pueden vivir juntos en paz y prosperar. Está claro que Trump no lo ve así.

Lo peor es que, combinados, la inquina de Trump hacia los inmigrantes y su odio a Hollywood podrían llegar a poner la industria patas arriba. Después de todo, la lista de celebridades con antepasados nacidos en territorio musulmán es nutrida: Keanu Reeves, Zoe Saldana y Vince Vaughn tienen sangre libanesa; Jerry Seinfeld posee vínculos sanguíneos con Siria, y Rami Malek -protagonista de Mr. Robot- con Egipto; y entre las estrellas vinculadas genealógicamente con países donde el islam tiene presencia están Idris Elba (Ghana), Chiwetel Ejiofor (Nigeria), Ruth Negga (Etiopía), Dev Patel (Kenia) y M. Night Shyamalan (India).

¿Y qué decir del talento procedente de México, otro de los países a los que ha declarado la guerra? Por un lado, actores como Gael García Bernal, Diego Luna y Salma Hayek, que además tiene sangre iraní -Trump, al parecer, le pidió una vez una cita; no se la dio-; por otro, cómo no, los cineastas Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón y Alejandro G. Iñárritu. Los dos últimos ganaron el Oscar al mejor director en los últimos años. Antes, en 2013, lo obtuvo Ang Lee, chino de Taiwán.

Por eso, es de esperar que cuando Natalie Portman, Ryan Gosling y el resto de candidatos a los premios de la Academia de este año 2017 se preparen para la gran noche del cine, no solo se harán las preguntas que han azotado a todo nominado desde tiempos inmemoriales -qué vestir, qué decir al ganar--; también decidirán qué decir acerca de Donald Trump. Él, mientras tanto, posiblemente estará en su sala de proyecciones privada viendo una película de su actor favorito, Jean-Claude Van Damme -otro inmigrante-, pasando a doble velocidad las aburridas escenas de diálogos para ir directamente a los tortazos.