Nada más que hayan leído medio artículo sobre Kris Jenner, seguro que se habrán topado con un palabro, momager (mother+manager), que por lo visto ella, que olisquea el negocio en cada esquina, ha registrado sin demasiado éxito pero que, sin embargo, describe a la perfección su papel en esta familia-marca cuyo reality acaba de celebrar sus primeros 10 años en antena. El caso es que Jenner no oficia solo de madre chillona y metomentodo -«¿quieres dejar de convertir cualquier cosa en una trama?», le recriminó un día su hija Kendall-, sino que también es la agente de sus hijas-producto (se lleva el 10% de los ingresos) y la productora ejecutiva, y por tanto ideóloga, de ese artefacto televisivo -Las Kardashian- que a base de drama guionizado, chifladuras recreativas y redes sociales ha levantado un imperio corporativo cuajado de ropa, cosméticos, aplicaciones, videojuegos, memorias y novelas que exprimen esa celebridad tan del siglo XXI por la que la fama es un fin en sí mismo y cada experiencia puede ser marketinizada y convertida en un producto consumible las 24 horas del día.

Cómo esta antigua dependienta de ropa para bebés y azafata de American Airlines ha acabado como la ejecutiva más poderosa de la telerrealidad es todavía una caja negra que inspira estudios culturales, seminarios de emprendeduría y márketing, y alguna que otra pregunta que siempre acaba siendo retórica. Por ejemplo: ¿por qué eligió para todas sus hijas -le plantean una y otra vez- un nombre que empezara por K, letra que se ha acabado convirtiendo en la identidad corporativa de la casa? ¿Acaso siempre había planeado convertir su hogar en una teletienda global? Ella, cabe decir, habla mucho, pero cuenta poco. En algunas entrevistas, mantiene que todo lo que sabe de los negocios lo aprendió en las veladas que organizaba su primer marido -ya saben: el abogado y confidente de O.J. Simpson Robert Kardashian, con quien tuvo a Kourtney, Kim y Khloe-, en las que ella sonreía, callaba y procesaba cuanto escuchaba. En otras, no sin malicia, afirma que fue su segundo esposo, Bruce Jenner -que hoy vive como Caitlyn Jenner y es padre de Kylie y Kendall-, quien le impartió una master class con su talento para «ordeñar» durante décadas los dos días de gloria olímpica que tuvo en los Juegos de Montreal del año 1976.

El filón de ‘E!’

No está mal el dardo, ¿eh? Sea como sea, Kris dejó de ejecer solo de dama bien californiana a principios de los 90, exactamente el día en que apareció como atrezzo sobre una cinta para correr en uno de los anuncios de teletienda, sección gimnasia, de su ahora expareja. Luego creó una empresa de comunicación para gestionar los bolos del exatleta, pero parece que la epifanía no llegó hasta que vio a los Osbourne petarlo con su reality: ¿acaso no podían hacerlo también sus chicas, con ese talento que tienen para meterse en todos lo charcos que les ofrece la vida? Ella misma grabó un piloto, lo envió al presentador y productor Ryan Seacrest, anfitrión del programa American Idol, y el resto ya es historia: los 500 millones de fortuna amasados en estos 10 años; las 13 temporadas del programa y sus cuatro spin off, y el rumor de que fue la propia Kris quien, en vísperas del estreno del reality, filtró el famoso vídeo sexual con el que Kim dejó para siempre ser la amiga que gestionaba el armario de Paris Hilton para investirse en reina absolutista del clickbait.

El reparto de papeles en la serie que ha permitido a la cadena E! pasar de ser la 13ª opción entre mujeres de 19 a 34 años a la número uno está bastante claro: las estrellas son las hijas, pero quien da juego, quien samplea el psicodrama con la banalidad y el exceso es la mestressa. También quien ha inventado esa evolución de los culebrones de los años 80 por la que las protagonistas, a diferencia de las divas de antaño, documentan desde cómo hidratan y hacen fitness con sus vaginas -pregunta seria: ¿qué le ha dado al showbusiness con los bajos femeninos para convertirlos en el último nicho de mercado?- hasta, en el caso de la propia Kris, cómo puede quedar la cara tras un mal bótox. A eso, convendrán, no se habría prestado jamás Alexis Carrington.

Guionizada o no, la vida de estas mujeres parece a menudo ir en una vagoneta descontrolada, aunque monitorizada. En estos 10 años, han dejado momentos televisivos como aquel «Kim, ¿puedes dejar de hacerte fotos? Tu hermana va a la cárcel», que le soltó Kris a su hija, la blockbuster de la familia, cuando esta no paraba de hacerse selfis mientras llevaban a Khloe a la prisión por haberse saltado la condicional conduciendo borracha. Pero lo cierto es que a base de trifulcas familiares, asaltos a punta de pistola y transiciones de género televisadas, esta gran máquina expendedora de historias se ha convertido en la estirpe mejor pagada de la tele (66 millones de dólares por año) y también de las redes sociales, según un estudio reciente de la consultora Hooper. Kim, por ejemplo, cobra 419.000 euros por post en Instagram; Kylie, 300.000; Kendall, 273.000 y Khloe y Kourtney, 184.000. Entre todas, suman una audiencia de 400 millones de seguidores solo en Instragram: tantos como ciudadanos tiene la UE. Y un PIB anual de más de 120 millones. En un momento en que las grandes compañías no tienen rostro, ellas, gustosamente, se han convertido en la cara sonriente de la máquina corporativa.

¿Y tras una década de liftings, rehabilitaciones, amoríos, infidelidades e incluso partos en streaming, no acusa el fenómeno signos de fatiga? Pues no parece. Por ejemplo, el periodista Jerry Oppenheimer, rastreador no autorizado del dinero y el poder en EEUU, olisquea en este hueso de los tiempos con un libro, The Kardashians: an american drama, que salió el pasado martes y que, además de abundar en el rumor de que O. J. Simpson es el padre de Khloe, asegura que va dirigido a todos aquellos que se preguntan «cómo esta familia disfuncional con poco o ningún talento más allá de la autopromoción se han convertido en un fenómeno cultural». «Su reinado es una anomalía y representan un momento concreto en la historia de la cultura popular por la relación simbiótica entre la telerrealidad y la prensa amarilla -ha contribuido al debate el representante y productor Darren Bettencourt- . Creo que el éxito de Kris y las Kardashian es más un producto de la cultura del siglo XXI que de ellas mismas».

Pero a Jenner le interesan poco artículos como el de Naomi Fry en la sesuda The New Yorker, en el que apuntaba que el clan también nos dice «algo significativo sobre cómo las personas interactúan en el capitalismo tardío». En sus seminarios de neoliberalismo avanzado deja caer tres observaciones. La primera: que en su casa de Calabasas, familia y marca son sinónimos. La segunda: que para ser una Kardashian se ha de tener la piel gruesa. Y la tercera: que no son de consumo obligatorio. «Si no te interesamos, no nos sigas».