-Hable de su infancia...

-Yo se la cuento (risas)... Nací en Cáceres en el año 1965. Mis padres vivían por aquella época en la avenida de San Blas, donde sigue viviendo mi padre. Éramos una familia: el bar de la esquina, el quiosco de la esquina, el panadero de siempre, la célebre Romualda, que la teníamos al lado, en la calle Peñas, Alfonsa, que vivía enfrente nuestra, el bar Alfonso, el San Blas... todos te conocían, cuando eras pequeñino sabían cuando entrabas, cuando salías... Me crié a caballo entre San Blas, el que considero mi barrio, y Aguas Vivas, porque durante dos o tres años vivimos en la casa de la fábrica de hielo, donde mi padre trabajaba de encargado.

-Fíjese que esa fábrica la fundó a finales del siglo XIX Joaquín Castel, un farmacéutico oscense que llegó a Cáceres y cuya filantropia le llevó a levantar La Providencia, que además de hielo elaboraba aceites y gaseosas y que permaneció en activo hasta la década de los ochenta...

-Así es. Allí fabricaban la gaseosa La Revoltosa y también Mirinda. Tengo recuerdos fantásticos, correteando por aquella fábrica, haciendo hielo, sacándolo de los grandísimos bloques que se amontonaban por decenas. No olvido los perros, cuatro o cinco pastores alemanes que eran mi delicia cuando yo era pequeñito. Incluso tengo recuerdos de haber probado por primera vez el vino dulce con 5 o 6 años porque goteaba de una de las máquinas.

-Usted fue al colegio de las Damas Apostólicas, otro de los míticos...

-Era un colegio antiguo ubicado en el antiguo convento donde estaban las monjitas que lo regían, y allí hice la EGB. El recuerdo que tengo es muy bueno, sobre todo de algunos profesores, como Teodoro Casado, que fue mi segundo padre, porque me llevó por buen camino y fue el que me introdujo en el deporte. De su mano empecé. Incluso me llevó a jugar al Cáceres y fue el primero que me inició en el baloncesto.

-Teodoro Casado tenía una frase memorable que decía que el Carnaval de Cáceres es un Carnaval de miranda porque todos miran y nadie participa...

-Sí (risas). Tenía muchos dichos. En el cole siempre nos decía: «Don Creique y don Penseque, amigos de don Tonteque». Era un profesor de los que te quería, él y su mujer, doña Esperanza.

-Ese colegio estaba en la calle General Ezponda, tan cercano a la plaza Mayor. Usted perteneció a la generación que conoció de cerca la movida cacereña...

-Siiii. Por el deporte quizá no la disfruté tanto como los demás, pero efectivamente viviendo en San Blas sabía perfectamente lo que era la plaza, porque era mi paso. Así que sí, también alguna vez supe lo que era salir a las seis de la tarde (porque entonces salíamos a las seis) y regresar a casa muy muy de mañana.

-¿Qué ocurrió en su paso de la infancia a la juventud?

-Empecé a jugar un poquito más en serio a baloncesto. Estuvo marcado por el deporte, pasar de ser un niño con 13 años a jugar con grandes veteranos del baloncesto cacereño, incorporarme a sus filas, como fueron José Manuel Recuero, Jesús Blanco, Quini Pulido... Yo siendo un niño, ellos estaban terminando casi sus carreras y yo estaba debutando. Me llevaron a ese paso.

-Este año se cumple precisamente el 25 aniversario del ascenso del Cáceres a la liga ACB. ¿Cómo recuerda ese momento que, además, coincidió con una explosión no solo en lo deportivo sino también en lo cultural o en lo universitario que, desde luego, no ha tenido parangón?

-Lo viví en directo como buen aficionado del basket. Tenía buena relación con todos los jugadores, porque compartía momentos con ellos. El ascenso nos hizo crecer, pero creo que cuando acabaron esos 10 años nos paralizamos. Fue algo mítico, no solo por ese día, sino por lo que conllevó, el cambio que produjo aquello en la ciudad: un boom que viniera a jugar el Juventud, que viniera a jugar el Barcelona, se nos dio a conocer en toda España, una ciudad que entonces tenías que situar en el mapa.

-Con lo que dice me viene a la cabeza un artículo de prensa de quella época titulado ‘Extremadura se escribe con x’. Era tal el desconocimiento de nuestra tierra que aún había gente que lo escribia con s...

-Recuerdo que no solo en el extranjero, también en España compitiendo, me preguntaban que de dónde era. Al decirles que de Cáceres siempre me respondían con otra pregunta: «¿Y eso dónde está?». Gracias a Dios hoy todo el mundo la conoce y todo el mundo nos dice lo mismo: «¡Qué bonita es!».

-¿Usted tuvo un accidente en el que perdió su brazo izquierdo. Podría detallar qué pasó aquél dia?

-El 30 de enero de 1985, exactamente a las ocho y diez de la mañana, tuve un accidente en la carretera que va a Malpartida de Cáceres, justo a la entrada del pueblo. Aquella mañana iba a pescar con un amiguete mío, Antonio Crespo, que viajaba de paquete conmigo en la moto. Llevábamos una moto de campo porque íbamos a pescar lucios al río Salor. Y bueno, un coche se puso a adelantar de frente, nos llevó, no nos vio, yo intenté esquivarlo y por eso el impacto sobre todo en el lado izquierdo. Y ya en ese mismo momento, en la carretera, me di cuenta que había perdido mi brazo. Mi brazo se arrancó, no saben ni se sabe por qué, se quedaría entrillado en algún sitio con el coche y lo que hizo es que me lo arrancó, no me lo cortó. Recuerdo aquel día como el más triste que puedes recordar en tu vida. Después creo que he sabido afrontarlo y pienso que sin el accidente mi vida no hubiera sido como es hoy.

-¿Qué ocurrió instantes después?

-Tuve la gran suerte de que me recogió en la carretera un ats de Brozas que venía a trabajar esa mañana con su mujer a la residencia. El señor sacó a su mujer del coche, la dejó en la carretera, me montó a mí, me hizo un torniquete con la misma manga del chubasquero que llevaba puesto y me llevó al hospital. Recuerdo perfectamente ese viaje porque no perdí el conocimiento en ningún momento. Entré andando a la residencia, gritando, dando voces para que no me tocaran, pidiendo que me durmieran, que me pusieran algo para el dolor, que me dolía mucho. Y bueno, no olvido aquellas dos horas mientras me reconocían y me hacían placas porque no querían quitarme el casco hasta realizar todas las pruebas puesto que el casco tenía un golpe bastante severo en una de las dos partes. Después me durmieron, me hicieron la primera intervención, tuvieron mi muñón cinco días abierto para limpiarlo, para sacarle toda la tierra y cristalitos que tenía por dentro. A partir de los cinco días me lo cerraron y el 14 febrero me dieron el alta.

-¿Qué edad tenía?

-20 años.

-¿Y cómo hace uno con 20 años para superarlo. Lo consiguió usted solo o con ayuda de psicólogos?

-Era otra época, son más de 30 años y eran otros tiempos. Ahora pasa cualquier cosa y enseguida te ponen un gabinete psicológico para tratarte. Yo nunca lo tuve, de hecho no hablé nunca con un psicólogo y la verdad que se afronta con un poco de coraje. Me afectó mucho ver a mi familia muy destrozada, muy hundida, pero hasta el punto de decir que si yo no era capaz de salir de aquéllo ellos no iban a salir. Mi madre no hacía otra cosa más que llorar todo el día, mi padre por esa línea, y me mentalicé de que iba a ser fuerte, no ya por mí sino por ellos. Les tenía que ayudar. Y esa fue la pauta que seguí. Tuve que salir de ese trauma tan grande porque no deja de ser un trauma. Me tiré, sobre todo los dos primeros años, echando muchas cosas de menos. Era empezar una nueva vida con 20 años, pero siendo un bebé. Tenía que aprender de nuevo a vivir, a lavarme la mano, a lavarme la cara, a ponerme un pantalón vaquero y abrocharme una cremallera, a comer... era aprender el día a día. Y todo eso fue a base de esa superación que ya me había dado el deporte. Me ayudó mucho el que había sido deportista, que me había gustado siempre ganar, que siempre había estado ahí luchando en la época del baloncesto. Así fui normalizando mi vida, aprendiendo a hacer las cosas, con muchos sofocones y muchos disgustos a solas, en un rincón, que lo recuerdo muchísimas veces, sobre todo cuando no era capaz de atarme mis zapatillas, que era un auténtico trauma para mí.

-Ha sido usted un ejemplo para mucha gente que ha sufrido un accidente de tráfico...

-Eso para mí es una satisfacción grande. Ahora empiezo a pensar que aquel día no me quedé en la carretera porque había destinado para mí otro fin: ayudar a los demás, demostrarles que la vida no se acaba en una tragedia. Supe convertir la tragedia de perder mi brazo en una virtud que me ha llevado a conseguir cosas como el Premio Extremadura al Deporte o que me nombren Hijo Predilecto de mi ciudad. Y creo que eso sin el accidente no hubiera sido posible. Supe cambiar y enfocar mi vida después del accidente para ser lo que soy hoy. Seguramente con mis dos brazos no hubiese conseguido ni la mitad de las cosas que he logrado.

-Así que el deporte hizo el resto...

-Yo con 20 años no sabía lo que era el deporte paralímpico, ni yo ni nadie. Un día me llegó una carta de una federación para discapacitados físicos en la que me animaban a jugar a basket, pero empecé a ver modalidades y comprobé que había atletismo. Entonces hablando con Lázaro García, el que ha sido mi entrenador durante mi época de atleta, me dijo que podíamos preparar el 100 metros, que yo tenía posibilidades. Comenzamos a entrenar y el logro es que en el 88 hice las mínimas para ir a la olimpiada de Seúl, una sorpresa para mí, para la federación extremeña y para la española que saliera alguien de golpe que hiciera las mínimas para ir a unos juegos olímpicos. A partir de ahí fue meterme en un constante entrenamiento, en preparar, en seguir preparando. Evidentemente el siguiente aliciente que había era una olimpiada en casa, la de Barcelona 92, que preparamos con mucho detenimiento, cuidándome muchísimo en comidas, en dietas, para poder hacer esas marcas mínimas. Lo conseguí. Fui a los juegos paralímpicos de Barcelona y desde aquel momento creo que cambió el deporte paralímpico en España. A partir de ahí acudí a campeonatos del mundo, de Europa, otra olimpiada, en ese caso la de Atlanta, a la que me quedé sin ir por esas cosas del deporte que no se deciden en las pistas sino en los despachos. Pero no desistí e intenté conseguir Sidney, me clasifiqué y llegó mi mejor resultado en una olimpiada: mi cuarto puesto. Entonces decidí que esa época había acabado: empecé a hacer carreras populares, medias maratones, hasta que coroné mi primer maratón por una apuesta que hice con mi gran amigo Javi Conde de que la terminaría en 03.30 horas: hice 03.28. En 2009 apareció otro deporte paralímpico nuevo, el paratriatlón, que me ha llevado a estar el quinto en el ránking del mundo, ser campeón del mundo de duatlón, de Europa en dos ocasiones...

-¿Cuántas veces ha subido a un pódium?

-38 oros, 23 platas, 12 bronces y 3 diplomas. En total, 73 medallas.

-¿Y qué se siente?

-Cada carrera tiene algo distinto. Hace 20 días el campeonato de Europa de duatlón me ha hecho una ilusión como pocos porque venía de una época mala. Llegué entre lágrimas. La emoción de subir a un pódium y que suene el Himno Nacional en un país extranjero es lo mejor que te puede pasar, sin ninguna duda. Aunque a veces es más gratificante cruzar la meta sabiendo que has cumplido un objetivo y que has hecho tu trabajo que subir a un pódium.

-Sí, porque hacer deporte es una actitud ante la vida...

-Es cierto. Refleja tu forma de ser y de sentir. Es una forma de vida y no sabría vivir sin él.

-Ahora además de ser entrenado, entrena...

-Estoy siendo entrenado por un entrenador y entreno a 35 opositores a policía nacional y bomberos, además de los clientes que pasan por nuestro gimnasio.

-¿Y qué les recomienda?

-Que sean conscientes de lo que hacen. En la actualidad hay un boom muy grande del deporte y se están cometiendo muchas locuras, gente que no está preparada para afrontar los retos que se marca, sin control, sin preparación, sin alguien que les guíe. Recomendaría sobre todo que tengan muchos controles, que antes de una media maratón pasaran por un cardiólogo. Empezar con pausa, sin prisa, con retos pequeños, que los grandes siempre habrá tiempo para hacerlos.

-Ahora sube usted a otro pódium, el de ser Hijo Predilecto de la Ciudad de Cáceres...

-Sin lugar a dudas es de lo más bonito que me ha pasado en mi vida porque te reconocen por llevar el nombre de mi ciudad por donde he ido. Estoy muy orgulloso de ser cacereño.

-Además es abuelo y ya le ha regalado al niño unas zapatillas y una bicicleta...

-Siiii (risas). Ya tiene el material para enfocarlo a esa vida sana y de deporte que tantas satisfacciones a mí me ha dado.

-¿Para terminar esta entrevista, qué tiene que pedirle a la vida?

-La vida me castigó muy jovencito quitándome a mi madre y quitándome el brazo pero me ha sabido recompensar con creces lo que sufrí. Por eso no quiero pedir nada, lo que vaya viniendo se irá recogiendo. Que me dé salud, que me permita entrenar mucho más tiempo y que tenga 80 años y pueda seguir saliendo a correr. Esa sería la mejor recompensa que me podría dar la vida.