Rafael se llama Rifat depende de quien se lo pregunte. Recibió su segundo nombre durante el servicio militar y, desde entonces, lo ha mantenido: le sirve para ocultar su verdadera identidad. «Un día me vino a buscar el sargento de la brigada. Me dijo: ‘Ven aquí, chaval. A ver, tú eres el único del batallón que tiene un nombre que no es turco, ¿no?. Esto no puede ser. A partir de ahora te llamarás Rifat. Nada de Rafael’. No es que me disguste Rifat, así que desde entonces lo he estado usando», explica Rafael o Rifat; depende. Rifat es bajito, pelo y bigote blanco recortados. Rifat es y habla turco, trabaja en una zapatería en el Gran Bazar de Estambul, está casado, tiene dos hijas, 66 años y, de momento, ningún nieto. Rafael también es todo eso y es, además, judío y sefardí y su idioma materno es el ladino o djudeo-espanyol. Sus antepasados, explica, vinieron de Sevilla o Toledo a Turquía hace 526 años: fueron unos de los 150.000 judíos expulsados de la península ibérica en 1492 por los Reyes Católicos. Como Rafael quedan muy pocos: en el mundo hay algo más de 1,5 millones de sefardíes. Pero, de ellos, solo 5.000 hablan ladino: el idioma se está muriendo.

La de los sefardíes ha sido una historia de exilios. Al ser expulsados de las Coronas de Castilla y Aragón, muchos se fueron a Marruecos, Portugal -de donde también fueron echados cinco años después-, Italia y Holanda. La mayoría, unos 90.000, acabaron en el Imperio Otomano. Solo allí fueron plenamente aceptados: «Con los cristianos siempre habían tenido problemas. Eran acusados constantemente de haber matado a Cristo, de beberse la sangre de los niños en sus rituales. En la península ibérica, antes de su expulsión, hubo muchas matanzas y progromos», explica José Antonio Lisbona, especialista español en historia sefardí: «Siempre habían sido más aceptados entre las comunidades musulmanas, así que la mayoría acabaron allí».

Gente culta

Expulsados de Europa, los sefardíes se repartieron por todo el imperio de los sultanes: Algeria, Túnez, Egipto, Palestina, los Balcanes y, sobre todo, Grecia y Turquía. Salónica, entonces, se convirtió más judía y castellana que ortodoxa y griega. «Fue una auténtica bendición para la Sublime Puerta. Muchos de los sefardíes eran gente muy culta y literata: médicos y abogados. España perdió a algunos de sus mejores ciudadanos; y el Imperio Otomano ganó muchísimo», dice Lisbona. Allí, durante 430 años, tuvieron una situación privilegiada. Los sultanes les garantizaban protección a cambio del pago de la yizia, el impuesto que impone el Corán para las comunidades no musulmanas. Vivieron, como ya lo habían hecho en la península ibérica, encerrados en sus círculos: y es gracias a esto por lo que el ladino aún sigue vivo. «Su supervivencia es algo excepcional y maravilloso. Nunca en ningún otro país del mundo ha pasado algo así. Normalmente, la cuarta generación de inmigrantes abandona el idioma de origen. Aquí hemos conservado el nuestro», dice y saca pecho Karen Sahron, estudiosa del ladino y coordinadora del Centro Sefardí de Estambul. Este idioma está hecho en la carretera. Su base es el castellano que se hablaba en el siglo XV, pero mezcla, también, palabras y formas del catalán, portugués, francés, italiano, griego, turco y hebreo: en ladino no se lee, sino que se melda, en ladino no se tienen hijos sino ?jos, y ahora no es ahora sino agora. La chorba (sopa, del turco), además, si se kome en ladino, se debe comer con kuchara.

Rafael nació 30 años después de la desaparición del Imperio Otomano y lo revive con nostalgia. «Mis padres no tuvieron que hacer el servicio militar y fueron a la escuela judía, donde aprendieron francés, ladino y turco. Esa educación era de las mejores. Yo fui a la escuela turca», dice Rifat.

Rafael también se llama Rifat precisamente por esto: porque, a diferencia de sus padres, a él le tocó vivir en otra época y en otro país. Al acabar, en 1923, con el Imperio Otomano, Mustafá Kemal Atatürk fundó la República de Turquía y decidió que se había acabado: ya no habría más distinciones ni privilegios entre comunidades. Turquía sería solo turca o no sería, hablaría solo en turco o no hablaría y Rifat se llamaría así: mi nombre es Rifat.

El ladino desapareció de la escuela. Rafael, que aún lo habla con su mujer, dice que por esto no lo sabe ni leer ni escribir. «Me apena mucho solo poder leer en turco», dice. Atatürk triunfó: «Cuando los de nuestra generación éramos niños -cuenta Karen Sahron-, la lengua vehicular de los judíos era el ladino. Todo el mundo lo hablaba. Ahora es el turco. Todo se hace en turco. Solo los mayores de 50 años sabemos djudeoespanyol». El ladino solo se conserva en Turquía. En los Balcanes y Grecia, la invasión nazi lo hizo desaparecer a través del «trabajo» y la «libertad» que prometía la puerta de entrada a Auschwitz. En el norte de África, fue la creación del Estado de Israel lo que lo condenó: con el hebreo como lengua franca de todos los judíos, el ladino perdió parte de su valor de identi?cación sefardí.

Los 5.000 que quedan que hablan ladino -la gran mayoría están en Estambul- ya han perdido la guerra. Su idioma, cuando mueran, lo hará con ellos. «Es muy triste -dice Rafael-. En 20 o 30 años todo se habrá acabado». La lengua, ahora, da sus últimos coletazos. España, en el 2015, aprobó una ley para conceder la nacionalidad a los sefardíes que la pidiesen. Portugal ha hecho lo mismo, y algunos miles ya han conseguido el pasaporte. «Esto ha creado mucho interés por la cultura sefardí y española en nuestra comunidad. Los jóvenes se lanzan a aprender español, y eso les acerca al ladino», explica Sahron. Ella y su familia son, ahora, o?cialmente españoles. Rafael y la suya, cuando la consigan, serán portugueses. «Muchos de la comunidad se fueron a Israel hace años, y ahora otros muchos emigran a España. En Turquía tenemos miedo. Solo quedamos 15.000», dice Rafael; no Rifat. «El Gobierno islamista de Erdogan solo gobierna para los musulmanes. Las demás comunidades no le importamos y somos marginados. Estambul es nuestra casa y nuestra ciudad. Queremos quedarnos, pero si las cosas se ponen feas nos marcharemos. Por eso nos estamos haciendo la nacionalidad portuguesa», explica.

Karen Sahron, alma del movimiento sefardí de Estambul, edita el único diario en djudeo-espanyol de todo el mundo, El Amaneser, y publica diccionarios, refraneros, cuentos, cómics, estudios, tesis, traducciones y recopilaciones en ladino. Crea grupos en Whatsapp, Facebook, Twitter, Instagram y la que sea que tenga que ser la nueva red social de moda. «Lo que nos gustaría, al menos, es dejar material para las futuras generaciones. Para que conozcan su pasado, de dónde vienen», dice. El ladino vive pero agoniza. Cuando muera, en unos años, solo quedará el trabajo de Sahron y de sus compañeros: cadáver perfectamente embalsamado para que pueda visitarse y ser conservado. Vladímir Lenin o Evita Perón o Mao Zedong en versión lingüística.