Apenas se sabe qué tipo de liberal es Emmanuel Macron, pero el mundo se ha enterado de que está casado con Brigitte Trogneux, la que fuera su profesora de francés en el instituto de Amiens, 25 años mayor que él. Esa fidelidad inoxidable es un hecho diferencial con respecto a los anteriores dirigentes de Francia, desde Felix Faure (presidente entre 1841 y 1899), que sufrió una letal apoplejía en plena cópula con una amante, al actual jefe de Estado, François Hollande. Todos tuvieron dobles vidas.

¿Es la universal erótica del poder? El historiador Robert Muchembled apuesta por la tesis de que es algo típicamente francés desde finales de la Edad Media. El rey, explica, era considerado «el fecundador supremo». Y los republicanos heredaron esa concepción de que la virilidad es (casi) una virtud política.

Valéry Gicard d’Estaign estampó su Ferrari cuando hacía manitas con una estrella de cine y tuvo su hora tonta con Diana de Gales. François Mitterand, tan impenetrable él, tan irreductible, tuvo una hija con Anne Pingeot, a la que instaló en el palacio republicano; y un hijo con la periodista sueca Christina Forsne. El voraz Jacques Chirac, propenso al aquí te pillo aquí te mato, tuvo aventuras a porrillo, entre ellas con la actriz Claudia Cardinale. Nicolas Sarkozy, recién divorciado, se encaprichó de la modelo Carla Bruni (y la desposó), y François Hollande, separado de la madre de sus hijos, Ségolène Royal, le puso los cuernos a su novia, la periodista Valérie Trierweiler, con la actriz Julie Gayet. Macron es un mirlo blanco.