Hoy nos parece inconcebible, pero hubo un tiempo durante el que un avión era secuestrado cada mes. A principios de los 70, en concreto, aquella era una táctica habitual entre los grupos armados palestinos para reclamar la liberación de prisioneros y para dar publicidad a su causa. Ninguno de esos actos de terrorismo internacional llegó a ser tan famoso y tan políticamente relevante como el que derivó en la Operación Thunderbolt, más conocida como Operación Entebbe, y eso en parte explica que a lo largo de los últimos 40 años hayan visto la luz numerosas películas inspiradas en ella. Protagonizada por Daniel Brühl y Rosamund Pike, la última de ellas ha llegado este fin de semana a los cines españoles. 7 días en Entebbe, asegura el director José Padilha, «trata de recrear el suceso de otro modo, desde la perspectiva que otorgan el paso del tiempo y décadas llenas de inmovilismo político».

Los hechos

El vuelo 139 de Air France había despegado de Tel Aviv a las 9 de la mañana del 27 de junio de 1976 con destino a París y había hecho parada en Atenas; allí, la falta de medidas de seguridad permitió que embarcaran en el avión dos estudiantes alemanes cofundadores del grupo de extrema izquierda Células Revolucionarias y dos miembros del Frente Popular Para la Liberación de Palestina. Armados con pistolas y granadas, los cuatro asaltantes tomaron los controles de radio siete minutos después del despegue y ordenaron al capitán que desviara el vuelo a Benghazi (Libia) para repostar. En la madrugada del día siguiente el avión llegó al aeropuerto de Entebbe, en Uganda, país que acababa de convertirse en aliado palestino. Su líder, el dictador Idi Amin, había tomado el poder en 1971 y desde entonces se había convertido en una molestia para las potencias mundiales, en parte por malas costumbres como matar a sus rivales políticos y alentar el genocidio.

Instalados en una terminal abandonada, los secuestradores exigieron la liberación de 53 terroristas presos en Francia, Alemania Occidental, Suiza, Kenia e Israel. Los rehenes israelís, niños entre ellos, fueron separados de los demás y sometidos a un trato más duro; y los temores que esa circunstancia despertó en ellos se intensificaron cuando, dos días después, los 148 pasajeros no israelís fueron liberados.

Por entonces casi nadie se planteó que el gobierno de Tel Aviv fuera a autorizar una misión de rescate; no existían precedentes de operaciones militares de ese tipo. Por otra parte, la autoestima colectiva israelí estaba en horas bajas. Tres años atrás el país se había visto sorprendido por un ataque árabe el día del Yom Kippur; y antes de eso, en 1972, había observado impotente el secuestro y posterior asesinato de 11 de sus atletas durante los Juegos Olímpicos de Múnich. Tanto a ojos de sus ciudadanos como a los del mundo entero, Israel necesitaba recuperar su credibilidad como país capaz de defender a los suyos.

Equipo de rescate

El entonces primer ministro Yitzhak Rabin, antiguo jefe del ejército, se opuso a cualquier intento de rescate; temía que su fracaso acabara no solo costando la vida a los rehenes sino también causando la caída de su gobierno. Shimon Peres, su rival dentro del Partido Laborista israelí, no tenía tales temores, y en cambio consideraba que la actitud de Rabin solo servía para alentar más terrorismo. Finalmente, Peres ganó el pulso.

Compuesto por 29 comandos de élite, el equipo de rescate aterrizó en Entebbe en la medianoche del 4 de julio. Ataviados con uniformes del ejército ugandés, emprendieron su camino a la terminal a bordo de un Mercedes negro y dos Land Rover para dar la impresión de ser la escolta de Amin o de algún otro funcionario de alto rango. Cuando dos soldados ugandeses trataron de detenerlos, el teniente coronel Yonatan (Yoni) Netanyahu ordenó a sus hombres que abrieran fuego. Pese a ello, los terroristas no se dieron cuenta de que las tropas israelís los estaban atacando hasta que fue demasiado tarde para ellos. En total la operación duró poco menos de una hora, y se saldó con la liberación de 103 rehenes. Todos los secuestradores, tres rehenes y cinco soldados ugandeses murieron. Entre los soldados israelís, solo Netanyahu perdió la vida, e inmediatamente se convirtió en mártir. Se da por hecho que su muerte fue factor determinante en la entrada en política de su hermano y actual primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu.

Los efectos

El legado de la Operación Entebbe resultó ser enorme a varios niveles. De entrada, supuso el fin inmediato de la campaña de secuestros aéreos por parte de palestinos, que en todo caso ya había ido remitiendo en intensidad. Asimismo sirvió para establecer un procedimiento estándar para la lucha antiterrorista, en tanto que ejércitos de todo el mundo la tomaron como modelo -se dice que inspiró el plan que culminó en la captura y muerte de Osama Bin Laden-. También marcó el punto álgido del apoyo internacional a la causa israelí, antes de que el país fuera quedando progresivamente aislado a causa de la diplomacia fallida y las políticas represivas.

El éxito de la operación, por último, plantó un pensamiento entre el ala más dura de la derecha israelí que ha resultado decisivo en la postura mantenida por el país en las décadas posteriores respecto a su relación con sus vecinos y, más concretamente, a su rechazo a cualquier negociación con Palestina: la creencia en que la única solución pasa por la fuerza militar.-

En ese sentido, resulta inevitable preguntarse qué importancia acabó teniendo Entebbe no solo en el asesinato de Isaac Rabin en el año 1995, horas después de pronunciar un discurso en favor del proceso de paz; también en el ascenso al poder del propio Netanyahu, para quien tal vez la actitud inflexible e implacable para con los palestinos sea en parte una forma de saciar la sed de venganza.