Álbum de cromos sobre Atapuerca, publicado en el año 2002: en una página, una mujer adulta y una adolescente llenan de agua unos recipientes. Subtítulo: Batería de cocina. En la página siguiente, unos hombres participan en una batida de caza. Subtítulo: Armas arrojadizas. A quien jugara con estos cromos, le debía de quedar claro el papel destinado a hombres y mujeres desde la noche de los tiempos.

Representaciones de este tipo abundan en cómics, documentales, museos y libros de texto. «El hombre suele estar de pie con algo en la mano, cortando piedra, haciendo fuego o pintando. La señora está arrodillada con las criaturas», resume Asunción Vila Mitjà, arqueóloga y profesora de investigación jubilada del CSIC.

«En el 2012, en una exposición en Madrid, se representó a una mujer pintando la cueva de Altamira. Supuso un impacto. Se alzó mucho la voz desde la academia. ¿Por qué ponéis a una mujer, si no está comprobado que lo fuera? Bien, tampoco está comprobado que fuera un hombre», afirma Ana Herranz, investigadora en un proyecto sobre arqueología y mujeres en la Universidad de Jaén.

Las mujeres prehistóricas suelen ser representadas dedicándose a las tareas del hogar. Las prehistóricas más famosas, Vilma Picapiedra y Betty Mármol, responden al cliché de la ama de casa de los años 60. «Tienen gracia: al menos son protagonistas. En las películas, al contrario, suelen ser o bien secundarias o bien muy sexis», afirma Lourdes Prados, profesora de Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid. En la película Hace un millón de años, Raquel Welch aparece sin un pelo y con un ajustado triquini de piel.

Manuales sesgados

Prados es editora del libro Museos arqueológicos y género. Educando en igualdad, que se acaba de publicar. Lo que más le preocupa son las representaciones divulgativas. «La mayoría de los manuales escolares están sesgados. En los últimos años, se ha intentado que los textos sean más equilibrados. Sin embargo, las imágenes no se han cuidado. Y, para un niño, la imagen es lo primero que llega», afirma Lourdes Prados .

«Estas representaciones están transmitiendo lo que consideramos natural, algo que siempre ha sido así y que no se puede cambiar: la familia nuclear, el enamoramiento, que la mujer se ocupe de cuidar a los hijos y de las tareas de la casa, que siempre han mandado los hombres…», desgrana Vila.

El problema es que no hay ninguna prueba de que eso sea cierto. «El margen de arbitrariedad en esas representaciones es muy alto. La arqueología ha mejorado mucho, pero, en cuanto al género, no ha habido grandes proyectos o grandes presupuestos para investigarlo», explica Vila. «Realmente, no tenemos muchos datos para diferenciar los papeles», afirma Prados.

Sin embargo, hay indicios que invitan a la cautela. En 1971, se descubrió en Granada la dama de Baza, una estatua íbera del IV siglo a.C. La escultura, emplazada en una cámara funeraria, estaba rodeada de un gran número de armas y contenía huesos en su interior. Al principio, se dio por descontado que pertenecían a un guerrero y que la figura era una divinidad. Sin embargo, pruebas sucesivas comprobaron que los huesos eran de mujer. «Igual no era una guerrera, pero seguramente era un personaje de gran importancia», asevera Prados.

«En sepulturas de la edad del bronce, se han hallado puñales al lado de huesos de mujer y joyas al lado de huesos de hombres», afirma Vila. «La caza mayor necesita un grupo: es probable que las mujeres participaran. Se vincula a la mujer con la aparición de la agricultura, por sus conocimientos en recolección. Sin embargo, su imagen desaparece en las representaciones agrícolas», argumenta Prados. «En cuanto al arte, las pinturas de manos son pequeñas: podrían ser de mujeres o de individuos infantiles», afirma Herranz. «Claro que las mujeres parían, pero la capacidad de reproducirse es biológica, mientras el hecho de reproducirse es social», afirma Vila. En otras palabras: la decisión de tener hijos y la manera de criarlos depende de factores sociales.

Lo que los prehistoriadores no encuentran en las excavaciones lo suelen buscar entre los pueblos de cazadores y recolectores de la actualidad. Este proceso se llama analogía etnográfica y no está exento de controversia. Esos pueblos, aunque parezcan primitivos, han tenido tanta historia como los otros. «Que el nivel tecnológico sea el mismo que los prehistóricos no quiere decir que la sociedad sea la misma», explica la profesora Vila.

Al margen de esto, tampoco la analogía etnográfica sustenta los estereotipos de género. «En estos grupos hay casos demostrados de mujeres que cazan o hacen cerámica», apunta Vila.

No obstante, a medida que museos y libros se hacen cada vez más visuales y multimedia, los sesgos en la representación de las mujeres prehistóricas se amplifican. «Si buscas prehistoria en internet, te salen casi solo imágenes de hombres», ejemplifica Herranz.

«Estas imágenes parten de información producida básicamente por hombres: este hecho ha influido en cómo vemos la prehistoria», añade la investigadora. «Los primeros arqueólogos eran hombres blancos, curas, burgueses», coincide Vila. «Durante la carrera, éramos feministas en la vida cotidiana, pero parecía que no lo éramos cuando hacíamos arqueología, porque no habría sido científico. Luego empezamos a pensar que no era necesariamente así», recuerda la veterana científica.

Arqueología del ‘engendrar’

«Los investigadores también somos productores de ideología. No puedes investigar lo que no te planteas investigar: hay cosas que no ves si no te las planteas», afirma Prados. Obviar los aspectos de género puede eclipsar cuestiones fundamentales. «Cuando hablamos de reproducción, estamos hablando de la continuidad de la sociedad: no es un tema menor», explica Vila. Por eso, algunos investigadores no emplean los términos «arqueología feminista» o «arqueología de género» (gender), sino «arqueología del engendrar» (engender).

«Quisiéramos que se incorporara la arqueología sexual en la normalidad, no como un tema a parte. No obstante, la mayoría de los catedráticos consideran que estas son cuestiones de mujeres», lamenta Vila. «Las cosas están cambiando, pero cuesta. A veces se monta un museo y se echa encima un poco de género», afirma Prados. «El problema es que intentamos hacer discursos e hipótesis, pero aún no tenemos un método feminista en arqueología. No hemos definido qué deberíamos buscar para ver si una sociedad tenía estas normas u otras», comenta Vila.

A falta de hallazgos ciertos, las expertas piden que, como mínimo, se intente ser lo más inclusivo posible en las representaciones. «En la duda, es mejor poner alternativas posibles: en algún lugar se puede representar a una mujer descuartizando un animal y a un hombre cuidando de los hijos», argumenta Vila.

El Museo Arqueológico Regional de Madrid (donde se representó la pintora de Altamira) ha apostado por esta estrategia. El proyecto Pastwomen, que reúne arqueólogas de diversos centros españoles, organiza un taller con ilustradores este mes en Jaén, para trabajar en representaciones más equilibradas. «Es importante que, cuando estudian o van a un museo, las niñas no se sientan excluidas», concluye Prados.