Se dice que en tres años introdujo en Estados Unidos cocaína por valor de 5.000 millones de dólares; las teorías de la conspiración lo han vinculado a la invasión de Bahía de Cochinos, los asesinatos de John Fitzgerald Kennedy y Martin Luther King y el escándalo Irán-Contra. Dennis Hopper lo encarnó en un telefilme del año 1991; y ahora su vida -o al menos una versión edulcorada de ella- es el asunto de Barry Seal: El traficante, la nueva película de Tom Cruise.

Lo primero que sorprende de la película -el próximo viernes llega a los cines- es que Hollywood haya tardado tanto tiempo en hacerla dadas las inmensas posibilidades dramáticas del personaje. Seal vivió al límite desde muy joven y literalmente hasta el fin de sus días. A los 16 años ya se había sacado el título de piloto y antes de cumplir los 20 ya formaba parte de la peligrosa red de colaboradores de David Ferrie, un devoto anticomunista vinculado a grupos anticastristas del que se sospecha que participó tanto en el citado intento de invasión de Cuba como en el atentado contra JFK. Y poco después, a mediados de los 60, empezó a trabajar como piloto comercial para Trans World Airlines (TWA), hasta que la policía aduanera de Estados Unidos lo arrestó por tratar de transportar ilegalmente siete toneladas de explosivos a México. ¿Cómo obtuvo Seal aquel cargamento? La TWA, recordemos, era propiedad del magnate Howard Hughes, un hombre íntimamente conectado con la CIA. Blanco y en botella.

En 1976 Seal empezó a introducir marihuana en Estados Unidos, pero no tardó en ver más posibilidades de negocio en la cocaína. En el año 1979 lo pillaron en Honduras a los mandos de un avión cargado con 40 kilos de aquel producto y lo mandaron a una cárcel de Tegucigalpa. Allí conoció a un sicario de la familia Ochoa, que en 1982 se asociaría con Pablo Escobar para crear el Cártel de Medellín. Desde el primer momento, Barry Seal se dedicó a transportar cocaína por aire para ellos. Hoy día se da por hecho que las autoridades federales norteamericanas no solo supieron en todo momento de esas prácticas, sino que las usaron en provecho propio.

A principios de los 80 el gobierno de Ronald Reagan estaba decidido a eliminar el comunismo a Latinoamérica a toda costa, y la operación orquestada a tal efecto, supervisada por el vicepresidente George HW Bush -o Bush padre, para entendernos- desató lo que hoy conocemos como el escándalo Irán-Contra: el uso de fondos obtenidos ilegalmente vendiendo misiles al Ayatolá Jomeini para derrocar el gobierno sandinista de Nicaragua.

Seal habría sido una pieza instrumental en la operación: los cargamentos de armas que transportaba por avión fuera de Estados Unidos iban a parar a las guerrillas nicaragüenses de extrema derecha y, tras hacer alguna parada en su camino de regreso, descargaba montones de cocaína en suelo estadounidense a través de un pequeño aeropuerto del estado de Arkansas. No se ha podido comprobar si aquellos negocios eran conocidos por el que por entonces era gobernador de Arkansas, Bill Clinton.

Pero es probable que la conexión del piloto con los despachos de la Casa Blanca llegara a ser mucho más estrecha, lo suficiente como para asegurarle un final turbio y violento. A principios de 1984, tras ser capturado mientras intentaba introducir en el país 200.000 unidades de un potente sedante llamado Quaaludes, Seal presuntamente empezó a trabajar como espía para el departamento antidroga encabezado por George Bush; y en junio de ese año, en una base aérea de Managua, tomó en secreto una serie de fotografías que implicaban a Pablo Escobar con el gobierno sandinista.

Tres semanas después, cuando esas imágenes fueron filtradas a la prensa, Barry Seal supo que su sentencia de muerte estaba firmada.

En febrero de 1986, a las puertas del centro de rehabilitación de Baton Rouge (Louisiana) en el que por entonces estaba internado en régimen de libertad vigilada, Barry Seal murió acribillado por dos pistoleros de nacionalidad colombiana. De nuevo, según las especulaciones, su asesinato no fue planeado desde Medellín sino desde Washington. Semanas antes del suceso, el piloto habría amenazado al entorno de Bush con hacer público todo lo que sabía si el Departamento del Tesoro no dejaba de investigar sus cuentas en Bahamas.

Barry Seal fue enterrado bajo una lápida en la que se lee un epitafio que él mismo eligió: «Un aventurero rebelde como los que, en el pasado, hicieron grande a América».