La nueva temporada de Narcos recupera la figura de Gilberto Rodríguez Orejuela, el capo del cartel de Cali cuyos sueños de ser incluso más poderoso que Pablo Escobar terminaron en el 2004 en una cárcel de EEUU. Netflix necesitará muchos años de streaming si aspira a revisar la historia de las mafias que sucedieron a el Ajedrecista. Las ficciones sobre los barones de la droga proliferan en la red, la tele, los cines y los libros, y contribuyen a la constante retroalimentación de lo que se conoce como narcocultura. Pero, a la par, el narcotráfico es presente puro, actualidad luctuosa: un problema político y de seguridad que no deja de atravesar a la sociedad en diferentes e inesperados estratos.

Mientras en Medellín existe el Narcotour, un proyecto creado por Mauricio Builes que busca recrear lo que ocurrió en los días de Pablo Escobar a partir de la experiencia de las personas afectadas, en la región de Urabá, a 500 kilómetros de Bogotá, el clan del Golfo desafía al Estado colombiano con un poder que no deja de ser equiparado al que hizo temblar al país a fines de los años 80 y principios de los 90. Heredero de formaciones paramilitares de ultraderecha, el grupo que dirige Dairo Antonio Úsuga David, alias Otoniel, llegó a contar hasta hace poco con más de 2.000 hombres armados, lo que representa una fuerza superior a la del guevarista Ejército de Liberación Nacional (ELN).

El Gobierno del presidente Juan Manuel Santos lanzó contra el clan del Golfo la operación Agamenón. Llamar con el nombre del héroe de la guerra de Troya, solo por debajo de Aquiles en La Iliada, a la caza del enemigo público número uno del Estado poco tiene que ver con afinidades literarias: se trata, para las autoridades, de un combate de aristas casi míticas. Por eso involucra a 1.200 policías, muchos más de los 500 utilizados por el Bloque de Búsqueda para acabar con Escobar.

1.000 sicarios capturados

En los últimos años se han capturado más de 1.000 sicarios y colaboradores de Úsuga David. A su vez, se han incautado de decenas de toneladas de cocaína, destruido 67 laboratorios para el procesamiento del alcaloide y decomisado 156 bienes, entre ellos una poderosa finca ganadera que era el orgullo pecuario del país. Las fuerzas especiales han recuperado 130 millones de dólares en manos de estos narcos de cuarta generación. Los especialistas aseguran que ni siquiera durante los años de lucha contra los grandes carteles de Medellín y Cali se confiscó tanto dinero.

Realidad y entretenimiento a veces desdibujan sus distancias. El clan del Golfo ha decidido responder con el «plan pistola» y matar en represalia a los policías que intentan acorralarlos. También son responsables de los asesinatos de numerosos líderes sociales. Todo esto ocurre casi al mismo tiempo en que en las pantallas de televisión los culebrones colombianos no dejan de recrear al mundo narco. Acaba de llegar Narcos 3 y aún se habla de Alias JJ, una producción del canal Caracol sobre Jhon Jairo Velásquez, Popeye, exjefe de los sicarios de Escobar. Alias JJ repite en ese sentido el mismo camino trazado por Sin tetas no hay paraíso, El cartel de los sapos, Escobar, el patrón del mal, El Capo, La viuda de la mafia: hay sexo, drogas y mucha muerte. Para Omar Rincón, investigador de la Universidad de los Andes, de Bogotá, no se puede detener el influjo de las narco-novelas. Los colombianos las desean. La cuestión no es censurarlas. «Hay que seguir haciéndolas porque la historia es un duelo de relatos y la ficción es la mejor forma de contarla, solo que habría que diversificar los puntos de vista, no solo quedarse en la verdad de los narcos, sino buscar los otros relatos».

Narcotización del gusto

El escritor, ensayista y columnista de El Espectador, Héctor Abad Faciolince, se preguntaba hace casi un cuarto de siglo si Colombia asistía a «una narcotización del gusto». El autor de las novelas Basura y Asuntos de un hidalgo disoluto no pudo prever hasta qué punto se hablaría años más tarde de la narcocultura, en la que confluyen las estéticas del «nuevo rico» norteamericano y el hombre de campo antioqueño devenido millonario.

La fotógrafa Manuela Henao ha puesto, a su vez, la mirada en uno de los aspectos más estridentes de esta narcocultura: sus arquetipos femeninos. Henao ha diseccionado el canon femenino de los capos en el que la mujer es relegada a un papel decorativo que se construye sobre la base de las cirugías y los tratamientos de belleza. No en vano, su serie de imágenes se llama Beauties. Según la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética, Colombia es el sexto país del mundo en el que se realizan más tratamientos de estética.

La narcocultura es la que facilita también que un personaje como Popeye se convierta en estrella de las redes sociales y aspire a ser candidato a la Cámara de Senadores. La «memoria viva» del cartel de Medellín , como le gusta ser llamado al hombre que se ha jactado de la muerte de unas 300 personas, tiene casi 500.000 suscriptores en Youtube. Y después de purgar 23 años de cárcel, aspira a seguir la estela política del expresidente de derechas Álvaro Uribe e integrarse en su partido, Centro Democrático. Sus fans, en su mayoría, son jóvenes para los cuales el cártel de Medellín no es una realidad histórica sino un tema de series de televisión.

El pasado puede ser glamurizado. La coyuntura, en cambio, se presenta como un enorme desafío. El secretario adjunto de Estado de EEUU. para Seguridad y Lucha Antinarcóticos, William Brownfield, ha alertado sobre los posibles «problemas políticos y bilaterales» de la Administración Trump con Colombia si no se frena «pronto» el aumento de la producción de coca. El hecho es que los cultivos ilícitos alcanzaron la cifra récord de 188.000 hectáreas, con una producción potencial de cocaína de 710 toneladas métricas, según los cálculos norteamericanos.

Récord de sobredosis

A lo largo del año 2016, Colombia produjo 910 toneladas, una cifra sin precedentes que, a la vez, representa un incremento del 35 % con respecto al 2015 y triplica las cifras del 2012. El 92% de esta droga incautada en el 2016 en Estados Unidos provino de Colombia, y es en el país norteamericano donde esperaba ser consumida. De hecho, las muertes por sobredosis alcanzaron un máximo de 6.784 en todo el territorio estadounidense durante el 2015. «El narcotráfico no se puede combatir desde una sola nación, hay quienes la compran y hay quienes la venden, así como existen los escenarios que sirven para transportar este tipo de productos ilegales; es por eso que debemos trabajar todos de para acabar con estas mafias», recordó el vicepresidente y el general Óscar Naranjo.