Después de medio año de negociaciones, hace solo diez días Angela Merkel lograba al fin formar un nuevo Ejecutivo de coalición e inaugurar su cuarto mandato. Va camino de igualar el récord de Helmut Kohl, que llevó las riendas de Alemania durante 16 años -de momento, Merkel suma 13-, pero lo que ya nadie le quitará es el dudoso honor de haber sido la canciller que estuvo más tiempo en funciones en un país particularmente alérgico a la inestabilidad política.

La formación del Gobierno alemán coincide en el tiempo con los comicios italianos, que el pasado 4 de marzo alumbraron el Parlamento más fragmentado e ingobernable de su historia -hasta 13 partidos tendrán voz y voto en la Cámara de Diputados, aunque los antagonismos que les alejan dificultan los acuerdos-, y cuando se cumplen nueve meses desde que Theresa May perdiera la mayoría absoluta en las elecciones de junio del 2017 y se viera obligada a formar gobierno en minoría, fórmula que genera pocas simpatías en Reino Unido.

Aunque coquetearon con la idea, al menos los alemanes se han librado de tener que repetir elecciones, trance que sí vivió España en el 2016 tras fracasar, por ingobernable, el Parlamento surgido de los comicios de diciembre del 2015 y convertir a Mariano Rajoy en el presidente en funciones más longevo de nuestra democracia. Y en Cataluña, a estas horas, lo único seguro es que todos los escenarios son posibles, incluido el de la repetición de las elecciones.

Inestabilidad y fragmentación

En Holanda, el líder racista Geert Wilders, considerado hasta hace poco un outsider de la política con más ardiles para provocar que para gobernar, estuvo a punto de ser el más votado en las elecciones celebradas hace justo un año, pero en Austria sí logró colarse en el Gobierno el partido de ultraderecha FPÖ tras los comicios del pasado 15 de octubre. Dos semanas más tarde, Islandia sacó de las urnas el Parlamento más variopinto de su historia: hasta ocho partidos obtuvieron escaño, en un país de 250.000 habitantes.

Como si una corriente sísmica hubiera sacudido Europa, el paisaje político del continente presenta en el 2018 un grado de combustión que habría resultado inimaginable hace apenas una década. Parlamentos tradicionalmente estables muestran de pronto un fraccionamiento inaudito; partidos surgidos de la nada se erigen en opciones de gobierno a las primeras de cambio; formaciones de perfil populista con vocación antisistema e implantación marginal reúnen de repente tantos apoyos que logran bloquear la formación de gobiernos enteros. Las mayorías absolutas sucesivas y el bipartidismo, otrora patrón oro de la vida política de los estados europeos, hoy parecen marcas de un tiempo lejano con poca pinta de poder regresar.

Aceleración

«Y que no regresarán. Debemos ir acostumbrándonos a este panorama inestable de parlamentos fragmentados, dificultades para formar gobiernos y partidos que nacen y mueren con rapidez. La política se ha acelerado, y esto ha llegado para quedarse», pronostica el politólogo Pablo Simón. ¿La crisis económica ha desembocado en una crisis del modelo democrático y de gobernabilidad en Europa? «No, la democracia no está en crisis. Lo que está en crisis es el sistema de partidos tradicional, que ha saltado por los aires tras la pérdida de confianza de la ciudadanía. Se acabó la fidelidad a las siglas de toda la vida. La gente prefiere apoyar a una formación antisistema o a un líder nuevo y desconocido antes que volver a votar a los viejos partidos», interpreta el politólogo Fernando Vallespín.

Cambio de paradigma

Si el Partido Verde alemán necesitó varias décadas de resultados frustrantes en los comicios para llegar a pisar las moquetas del poder, al Movimiento 5 Estrellas italiano le han bastado nueve años y dos elecciones generales para convertirse en la formación más votada en su país. Si hasta ahora los partidos nacidos en la transición española se habían mantenido intratables en las urnas, Ciudadanos ha necesitado 11 años de existen-