Explicaba la guionista y comediante Tina Fey en sus memorias que algunos de sus compañeros en el programa Saturday Night Live orinaban en tazas y jarras cada vez que les daba pereza ir a lavabo y luego las dejaban fermentar en la estantería o mesa que tuvieran más a mano. No solo eso, a veces el mejunje incluía una fina capa de escupitajos. ¿Qué? ¿Han vomitado ya? Fey, que es una tipa dura, también logró mantener el tipo el día que descubrió la marranada. Y con el paso de los años, incluso ha llegado a rentabilizarla. Cada vez que se le requiere «¿qué diferencia hay entre humoristas hombres y mujeres?», ella dispara: «Que los varones orinan en tazas». Y también saca a relucir las micciones cuando se le pregunta por la presencia femenina en la tele de los 90. Veinte años atrás, viene a decir, aquella guarrada era la prueba de cargo de que, en las salas de guionistas y en general en los despachos, las mujeres más bien recibían tratamiento de planta exótica.

La anécdota viene al caso porque, aunque es de suponer que los tiempos han erradicado las viejas costumbres urinarias y las writers rooms cuartelarias, lo cierto es que la paridad es algo aún lejano en la ficción televisiva norteamericana -de hecho, a día de hoy, en la cocina de las series apenas hay un 28% de mujeres. A pesar de ello, la gala de los premios Emmy, celebrada hace unos días, se las apañó para escenificar una suerte de cambio de guardia. Ya saben. Un drama con protagonista femenina, El cuento de la criada -esa distopía patriarcal y totalitaria en la que las vidas y úteros de las mujeres están al servicio de la élite-, arrambló con el premio gordo, algo que no ocurría desde Homeland (2012) y antes que eso -atención al brinco de saltamontes- desde la ochentera Cagney & Lacey. Su directora, Reed Morano, se llevó una estatuilla que no lucía en la vitrina de una mujer desde que Mimi Leder ganó con Urgencias. Y también tocaron podio la miniserie Big little lies -sobre las violencias y miserias que sufren un puñado de madres de vidas aparentemente perfectas-, y la comedia Veep, ese tutorial desastrado de cómo no ser vicepresi

denta, presidenta y candidata en EEUU. En resumen -y salvando la parodia- una orla cuajada de personajes femeninos fuertes y divergentes, de resistencia a las opresiones y de fraternidad.

Dado que las series de televisión han pasado a ocupar el espacio de representación que en el siglo XX tuvo Hollywood y que cada giro de guion se discute como si se fuera un cataclismo, una pregunta sobrevuela el sector. ¿Por qué precisamente este año han arrasado las historias femeninas? Abre fuego la escritora Silvia Nanclares, coautora de Sexo,

mujeres y series de TV: «La ficción televisiva norteamericana está muy aterrizada en la realidad social del país, el diálogo de las tramas con los problemas candentes es muy directo. Es más que probable que este espaldarazo de la industria tenga que ver con la reacción misógina y antifeminista de la era Trump, que requiere de una resistencia fuerte desde algo tan poderoso como la televisión, que se cuela prácticamente en cada casa».

Es cierto que, como mantiene Jorge Carrión en Teleshakespeare, las series rastrean la historia contemporánea y documentan y discuten el presente en marcha. Y tras unos años en los que se sacó a pasear a esa romería de antihéroes cuarentones, de clase media, carismáticos y atormentados que afrontaban una y otra vez «las infinitas variantes del combate masculino y los aledaños del poder» -la descripción es de Brett Martin, notario del fenómeno en Difficult Men-, parece que el periscopio de los tiempos cambia de dirección. Para la guionista y productora Virginia Yagüe, presidenta de la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales (CIMA), los premios no hacen más que «reafirmar el hecho de que se están abordando historias en las que las mujeres capitalizan el relato, como ya ha ocurrido en el mundo editorial, porque son consumidoras activas y necesitan sentirse reconocidas en los conflictos e historias».

A pesar de que las producciones trascienden el público femenino, lo cierto es que las mujeres son las que ven más televisión tradicional y las que más se abonan y siguen las nuevas plataformas. Y esa muesca femenina, a tenor de Concepción Cascajosa, profesora de Audiovisual en la Universidad Carlos III, se ha erigido en un hecho diferencial del medio. La mayoría de las 10 películas del año del American Film Institut -inventaria- tienen protagonista masculino. Y, en cambio, al hacerse la misma lista con la televisión, resulta que más de la mitad son historias de mujeres. «Entiendo que los Emmy -añade Cascajoja- son la coronación de esta tendencia y el resultado de que estos programas han logrado entrar en el radar crítico».

¿Recuerdan a la actriz Jessica Chastain, cuando desde el jurado de Cannes lamentó el papel de comparsa decorativa y aguanta-abrigos de los papeles femeninos en el cine? Pues Cascajosa dispara aún más fuerte. «Frente a la flexibilidad y la diversidad de la televisión, el cine parece sufrir una parálisis», dice la especialista, que mantiene que tanto los filmes de gran presupuesto como los de autor son territorio hostil para las cineastas porque «no se confía en ellas» y por el sesgo masculino de crítica y jurados. «A veces, veo alguna película muy alabada por los críticos, y por la forma en la que representan a las mujeres y la violencia machista, tengo la sensación de que se han quedado atrapados en 30 años atrás. Creo que es por algo que el público, especialmente el femenino, prefiere ver series».

Es cierto, dirán, que la televisión también abusa de estos tics. A menudo, los personajes femeninos han servido para ayudar a los protagonistas o recordarles los límites que no pueden traspasar, para provocarles reacciones o para expender escenas sexuales. Incluso se ha tirado de violación para convertir a la víctima en una persona más agradable (sí: hablamos de Claire Underwood en House of Cards) o se ha abusado de la enfermedad mental para justificar comportamientos erráticos que en un personaje masculino no habrían requerido de parte médico. Aun así, también es verdad que desde que las nuevas plataformas empezaron a presentar un hambre feroz de contenidos -y se miró más allá de esos señores poderosos y enfadados que siempre querían más pero que nunca nada calmaba sus tormentos-, un puñado de creadoras han dispuesto de más canales para sacudir la zona de confort de los telespectadores con un nuevo orden del día de conflictos y personajes.

Punto de inflexión

«Creo que el punto de inflexión fue Mad men, que tuvo una audiencia amplísima y contaba con guionistas que habían leído feminismo para documentarse en los conflictos de sus personajes femeninos», apunta Nanclares, que añade en su selección de créditos disruptivos a Lena Dunham y su Girls, «una patada a un montón de cosas que se supone que debía tener y no tener una serie hecha por mujeres»; la hornada de «superhumoristas» de Saturday Night Live, como Tina Fey y Amy Phoeler, «y como colofón, Orange Is The New Black, que ha abierto aún más trecho con las identidades sexuales y los problemas raciales y que ha sido creada por la diosa de la ficción Jenji Kohan». Por cierto, que incluso Matthew Weiner, creador de Mad men, lamenta que Kohan «raramente reciba tratamiento de pionera cuando ha ido 10 años por delante de todos» y ha hablado antes que nadie de violencias, «de justicia, del mundo trans y de privilegios» y opresiones de género, clase y raza.

La influencia de estas creadoras que redefinen cánones y marcan el paso de la televisión es muy poderosa. Sin embargo -prepárense para la ducha fría-, la última comparativa histórica del Center for the Study of Women in Television and Film (con datos de las cadenas generalistas) recuerda con terquedad que solo el 23% de quienes están al mando de la creación y la dirección ejecutiva son mujeres, apenas cuatro puntos más que en 1997. En mayor medida ha aumentado el grueso de guionistas (del 20% al 35%) y directoras (del 8% a 17%), pero ¿saben? A este ritmo de tortuga coja, la paridad tras las cámaras se alcanzará en el 2077. «Por eso es necesario que la búsqueda de historias femeninas abra la puerta a un mayor número de showrunners y directoras», apunta Cascajosa.

En lo que hay consenso es que el tirón femenino... continuará, que se diría en argot del ramo. Y Virginia Yagüe explica por qué. «En un mundo construido sobre estructuras patriarcales que perpetúan la desigualdad, el conflicto hacia las mujeres está garantizado -afirma-. Y si asumimos que este es la base del relato, concluiremos que, narrativamente hablando, la mujer constituye un mundo de conflictos maravilloso por explorar. Y más aún cuando se dan por hecho nuestras libertades y derechos y, paradójicamamente, se nos niegan. Ojalá que estemos llegando a esa fase en la que nuestra madurez nos diga que estas son las historias sobre las que deberíamos trabajar». En efecto, parece que hay tema para rato.