Ese día mis padres se llevaron a mis hijos al pueblo, a Torrebaja, en la comarca valenciana del Rincón de Ademuz. Yo trabajaba como administrativa en un despacho de las torres de Hipercor y mi marido me dijo: «Te llevo al despacho, compro en el súper y, como no tenemos niños, hacemos algo». Íbamos a bajar juntos al párking porque había un ascensor que subía directamente a mi planta, pero me apeé y tomé el que estaba a pie de calle. Oí la explosión cuando salía del ascensor. «A Pepe no le ha dado tiempo de salir del aparcamiento», pensé. Bajamos todos los compañeros, llamé a mi suegro y no lo encontrábamos. Tampoco en los hospitales. Mi suegro y yo nos quedamos en casa pendientes del teléfono, y mi cuñado fue al Clínico. Ya de noche supo que mi marido estaba entre los muertos.

Mientras, en el pueblo los niños vieron la noticia por la tele y uno dijo: «Yayo, mamá trabaja allí, ¿ha pasado algo?». «Mamá está bien, pero tenemos que volver a Barcelona». En el autocar de vuelta escucharon que uno de los fallecidos era padre de unos niños del pueblo. Al llegar a Barcelona se les dio la explicación.

Desde ese momento, mi prioridad fue sacarles adelante, darles lo mejor, intentar que todo aquello no les afectara, que fueran buenas personas (muchas cosas no se les ha dicho). Al cabo de unos meses me dijeron que volviera al despacho, fui acompañada, pero lo dejé. Nunca he vuelto a entrar en Hipercor.

En todo ese tiempo, salvo los primeros telegramas de pésame, nadie me llamó. Nos dieron la indemnización y ya está. La AVT dio conmigo en 1991. La psicóloga Sara Bosch vino un par de veces a visitarme, pero yo quería salir por mí misma, con mis medios, junto a mis padres y mis hermanos. Trabajando pasaban las horas. El jefe me decía «no te quiero ver llorar». Al principio seguí una especie de diario, pero rompía muchas páginas. Y he procurado no hablar. Sigo tomando los antidepresivos que me recetó el centro de salud.

El tiempo ha ido cicatrizando la herida, pero cuando llega junio, el mes en que me casé hace 44 años y el mes en que me quedé viuda, o cada vez que veo un atentado en las noticias, reaparece la angustia. Yo he estado en el lugar de esas familias, de la de Ignacio Echeverría y de tantos otros. Y me ha quedado el miedo en el cuerpo. Al principio, si alguien venía por detrás, tenía la sensación de que me iba a hacer daño. No he rehecho mi vida sentimental. Solo deseo que mis hijos y mis tres nietos estén bien. Preferiría no hablar nunca del atentado.