En la lista de morosos que el Ministerio de Hacienda publica cada año para avergonzar públicamente a quienes no cumplen con sus obligaciones económicas con el Estado -siempre queda mejor la lista que pasear por las calles de Madrid a los réprobos con la cabeza y las manos metidas en un cepo- ha aparecido, entre sospechosos habituales como Rodrigo Rato, Mario Conde y demás personajes de moral dudosa, uno de los cantantes españoles más populares de todos los tiempos, Miguel Bosé, a quien se le reclama la bonita cantidad de 1.869.000 euros. La cosa no se acaba de entender porque a este hombre se le supone una vida desahogada, a no ser que su nivel de despilfarro sea comparable con el de Johnny Depp.

Cierto es que, hace un tiempo, se vendió un par de cuadros de Andy Warhol y una colección de cerámicas de Picasso, algo que se suele hacer cuando se está algo tieso, pero ante su silencio sepulcral frente a la acusación de moroso, lo único que se puede hacer al respecto son conjeturas. Y por mucho que coman sus cuatro hijos por gestación subrogada -Diego, Tadeo, Ivo y Telmo-, cuesta imaginar a Bosé pasándolas canutas. De hecho, la noticia le pilló en Roma, saludando al Papa junto a su madre, la actriz Lucía Bosé, quien, si no fue una de las mujeres más atractivas del cine mundial, que baje John Ford y lo vea.

Espeluznante ‘Don diablo’

Bosé empezó a triunfar de muy joven, aunque fuese con canciones tan espeluznantes como Don diablo, uno de los temas más ridículos jamás grabados, a la altura del hit de Luz Casal Rufino (personaje que, por cuestiones inherentes a la rima, la invitaba a comer langostinos). La principal diferencia es que Luz se redimió con Piensa en mí y muchos otros temas de mérito, mientras que Bosé nunca ha dejado de ser ese aspirante a David Bowie o Bryan Ferry cuyo éxito constituye para quien esto firma uno de los misterios más insondables de la historia del pop. Pero, me ponga como me ponga, lo cierto es que Miguel Bosé ha vendido 30 millones de discos, cosa que no logra cualquiera. En su juventud, nuestro hombre cultivó una imagen andrógina que llevó a creer a algunos que teníamos en Madrid a la versión local de Bowie. Pero, más allá de la imagen, lo único que había era un repertorio lamentable para adolescentes sin mucho criterio, de esas que da un poco igual lo que cantes porque en tus conciertos se dedican a chillar de tal manera que no se te entiende nada.

Autohomenaje de ‘Papito’

En los años 80, Bosé trató de redimirse con exitazos como Amante bandido o Sevilla, que siguen siendo lo más destacado de su propuesta musical. Luego se empeñó en fabricar unos discos sobreproducidos que, a base de añadir capas y capas de instrumentación, trataban de hacer olvidar al oyente que allí no había canción alguna que pudiera defenderse a voz y piano pelados (lo mismo le ocurrió en una época a su admirado Bryan Ferry, de quien yo diría que sacó la idea de envolver primorosamente una materia prima más bien deficiente).

En el 2007 logró un éxito internacional con el álbum Papito, una revisión de sus éxitos en forma de dueto con diferentes luminarias de la música latina y un invitado inesperado, Michael Stipe, líder de REM, que no se sabía muy bien qué pintaba allí. El título del disco revelaba, además, que Bosé era una especie de maestro del pop, de padrino que reúne a sus ahijados para darse un homenaje, aunque muchos no supiésemos a qué venía semejante tributo, teniendo en cuenta lo endeble de su larguísimo repertorio: Bosé es un hombre con muy buen gusto musical, pero este nunca se ha visto reflejado en sus composiciones; el álbum Bandido (1984) parecía el comienzo de algo que nunca llegó a cuajar.

Pero eso no le impidió triunfar a lo grande y llenar estadios, mientras, al mismo tiempo, se presentaba como un hombre de izquierdas siempre dispuesto a apoyar causas nobles. Ese es el principal problema de su aparición en la lista de morosos, un caso comparable con el del casoplón de Pablo Iglesias e Irene Montero. Nadie esperaba nada decente de Kiko Matamoros, pero lo de Bosé resulta un pelín decepcionante.