Lo segundo en lo que uno piensa cuando oye términos como prima donna o diva es una criatura casi sobrenatural que se nutre de elogios y aplausos y pasea por la vida sobre un camino sembrado de dinero, joyas y amantes; alguien para quien la realidad es solo una extensión del improbable mundo de la ópera, hecho de odios y amores apasionados, celos extravagantes y gestos escandalosos. Eso, decimos, es lo segundo que uno piensa. Lo primero es simplemente un nombre: Maria Callas.

«Siempre seré tan complicada como sea necesario para conseguir la excelencia», afirmó una vez la soprano más célebre de todos los tiempos para explicar su fama de artista tiránica y caprichosa. Y es probable que sin esa actitud intratable no habría logrado ser la figura que a lo largo de la historia más hizo por popularizar el arte operístico. El precio personal que pagó por tamaño éxito, eso sí, fue muy alto; numerosas biografías se han dedicado a lo largo de los años a cuantificarlo. Ahora le toca el turno de hacerlo al documental Maria by Callas, que cuenta la historia de la cantante a través de palabras que ella misma pronunció en entrevistas televisivas y cartas privadas.

«Hay dos personas dentro de mí. Me gustaría ser Maria; pero también está la Callas, de quien debo estar a la altura. Así que lidio con ambas como buenamente puedo», afirma la soprano al principio de la película, que llega a los cines españoles el próximo viernes; y a lo largo de su metraje quedan claras las dificultades que sufrió para conciliar ambas identidades. Hoy nadie cuestiona la altura del pedestal sobre el que su figura reposa, pero, a lo largo de su corta carrera-menos de dos décadas, de 1947 a 1965-, sus apariciones en público invariablemente provocaron tanta adoración por un lado como furioso rechazo por el otro.

«La noche más violenta». Esas son las palabras que Callas usa en la película para describir lo sucedido el 2 de enero de 1958 en el Teatro de la Ópera de Roma, cuando una supuesta afonía causada por una bronquitis la obligó a cancelar su montaje de Norma, de Bellini, después de interpretar el primer acto. Su espantada provocó los abucheos de los espectadores, los insultos de los periodistas y hasta las críticas del presidente de Italia, Giovanni Gronchi. Aquello la marcó de forma profunda e irreparable. «No quiero que se me asocie con el mal gusto o la calidad insuficiente en el canto o la interpretación», aseguró la soprano en la revista Life en 1959, y a partir de entonces decidió que nunca volvería a subirse a un escenario a menos que las condiciones fueran óptimas.

En el proceso se convirtió en un imán para la mala publicidad. La prensa la acusó de romper contratos sistemáticamente, y de fingir enfermedades para cancelar actuaciones; se escribieron páginas y páginas sensacionalistas sobre su rivalidad con su coetánea Renata Tebaldi -Callas afirmó que ser comparada con Tebaldi era como comparar «el champán con la Coca-Cola»-; se la atacó por airear trapos sucios sobre su propia familia y acusar a su madre de haberla privado del tipo de infancia al que toda niña debería tener derecho. «Me han arrastrado hasta situaciones exasperantes, y aun así siempre he mostrado calma y paciencia», lamentó ella al respecto en una de las entrevistas que el documental recopila. «Seguro que el tiempo demostrará lo que de verdad soy».

Fascinada

Pero sin duda nada de lo que Callas dijera o hiciera tenía tanto interés para los paparazi como su relación amorosa con Aristóteles Onassis, que inició cuando todavía estaba casada con el empresario Battista Meneghini. «Me quedé fascinada por su encanto, pero sobre todo por su personalidad arrolladora», recuerda en la película. «No solo estaba lleno de vida, sino que era fuente de vida». Lo consideraba el amor de su vida y eso le impedía ver que, para él, ella era solo una más de sus conquistas. «Amor mío, necesito afecto y ternura. Soy toda tuya. Haz conmigo lo que quieras», implora en una de las cartas que componen la narración de Maria by Callas.

Sentimientos tan intensos no evitaron que Onassis se casara en 1968 con otra de las mujeres más famosas del mundo, Jacqueline Kennedy. Aunque siguió viéndose de forma puntual y clandestina con el magnate griego, Callas nunca se recuperó de aquella traición. Había abandonado los escenarios para disfrutar de su amor, y ya nunca volvería a ellos. En 1974 reapareció puntualmente para acompañar al tenor Giuseppe di Stefano en el Carnegie Hall de Nueva York, en un par de actuaciones que provocaron histerismo entre los fans y cierta tristeza entre una crítica asombrada por la pérdida de facultades de la diva.

Cuando murió en el año 1977, hacía tiempo que se había convertido en una reclusa adicta a los cócteles de calmantes y estimulantes. Aunque el motivo oficial de la muerte fue un paro cardiaco, hay quienes la conectan con la depresión que le causó la pérdida de Aristóteles Onassis, fallecido dos años antes. Otros señalan el frágil estado de salud en el que la llegaron a sumir los desórdenes alimentarios, constantes a lo largo de su vida desde que al principio de su carrera perdió más de 40 kilos de peso para poder interpretar papeles románticos.

Por su propia estrategia narrativa, Maria by Callas apenas aborda qué fue lo que convirtió a su heroína en una figura esencial para entender la historia moderna de la ópera. De entrada, fue ella quien rescató del olvido a autores del bel canto como Bellini, Donizetti y Rossini, cuyas obras hasta entonces se habían considerado demasiado complejas como para ser interpretadas.

Pero su gran logro, aseguran los expertos, es que fue ella quien dotó la ópera de verdadera vida. Aunque su voz nunca fue convencionalmente bella ni su técnica especialmente pulcra, fue capaz de suplir esas carencias a base de intensidad expresiva. Las numerosas actuaciones que la película recoge muestran a una intérprete capaz de hacer que cada gesto signifique algo, y que el más mínimo movimiento provoque un clímax dramático. ¿Hasta qué punto estuvo esa expresividad avivada por traumas personales? Posiblemente ni ella misma lo supiera. «Es algo terrible ser Maria Callas», lamentó en una ocasión. «Porque significa pasar la vida intentando entender algo que en realidad es incomprensible».