Hace ahora casi 13 años, entrevisté a Daddy Yankee, recién aterrizado en Barcelona y con su Gasolina a punto también de prender aquí. Entonces parecía que la ola de reggaeton que acababa de irrumpir estruendosamente por nuestras latitudes pasaría tan rápido como había llegado. Hoy, sin embargo, Daddy Yankee es el histórico rey de un género que continúa en ascendente esplendor.

En aquella entrevista, él, como todos los reggaetoneros pioneros, se consideraba un artista de hip-hop. Radicalmente. Hoy coprotagoniza con Luis Fonsi el Despacito que tantos récords sigue batiendo. Muchísimo más que la canción del verano. De hecho, ya en Semana Santa circulaban delirantes vídeos en los que, antes de meterse en procesión, las cofradías hacían bailar a los pasos mientras la banda lo tocaba. La canción en castellano más universal en lo que llevamos de siglo XXI. Y el vídeo (en cualquier idioma) que más se haya visto nunca en Youtube; canal que por cierto aún ni existía cuando explotó la Gasolina.

Por su resonante eco planetario, a menudo se compara el Despacito con la Macarena. Pero mientras esta (al igual que el Aserejé) era un hecho aislado, una canción solo representativa de sí misma, el fenómeno Despacito no puede entenderse fuera de contexto. Es la punta del iceberg del auge, ya para todos los públicos, de un suavizado y más radiable reggaeton.

En la más legendaria historia del rock y el pop anglosajón, los años terminados en 7 fueron sinónimo durante mucho tiempo de eclosión. Tan cabalístico número se convirtió consecutivamente en amuleto de consagración de nuevos estilos. Si 1957 fue el año de gloria mayoritaria de ese rock’n’roll que aún colea, el lisérgico verano del amor del que ahora se cumple medio siglo marcó un antes y un después de 1967. El auge del punk monopolizó los medios en 1977, año grande también de una corriente entonces infravalorada por la prensa pero de todavía mayor trascendencia: la música disco. Y 1987 entronizó el hip-hop, cuyos variopintos derivados han terminado sustituyendo como sonido vehicular de las nuevas generaciones al rock’n’roll.

Mientras Despacito se baila en todos los rincones del mundo, en las zonas hispanohablantes el año 2017 será recordado como el que el pop comercial abrazó definitivamente el reggaeton. Rotas las barreras generacionales y de clase, cada día son más los artistas que se rinden a su ritmo. El mainstream se ha reggaetonizado, aunque tan grande fue el estigma barriobajero que pesaba sobre el género que, todavía, la mayoría prefieren hablar siempre de sonidos urbanos. Suena más fino.

Tal eclosión no ha brotado de la noche a la mañana. De manera inversa, también los grandes reggaetoneros de principios de siglo viraron hace ya tiempo hacia el pop. Daddy Yankee, Don Omar y Nicky Jam llevan lustros yendo a más a base de mezclar tan radical estilo con melódica accesibilidad. Y ya como figuras pop han nacido los nuevos reyes. Salvando las distancias y en nuestro entorno idiomático, los colombianos Maluma y J. Balvin son (respectivamente) lo que en los año 80 eran Michael Jackson y Prince. Mientras el grupo CNCO reproduce el papel que respecto a la música negra tuvieron algunas boy bands noventeras.

En realidad ha ido todo muy Despacito. Por cierto, no deja de ser paradójico que, ahora que la rapidez se ha convertido en apremiante signo de los tiempos, arrase esta oda a la calma. Ni fast ni furious. El mismo patrón que inauguró tres veranos atrás Bailando de Enrique Iglesias, que ahora ha vuelto mano a mano con su autor, el cubano Descemer Bueno, tras otros dos consecutivos años en la cúspide.

La lista de ídolos latinos que a día de hoy reggaetonean sería inacabable: Chayanne (junto a Wisin), Alejandro Fernández (junto a Morat), el joven ídolo Sebastian Yatra, los venezolanos Carlos Baute y los hermanos San Luis, el dúo mexicano Jesse & Joy, el rey del vallenato Carlos Vives…. Y todavía sorprende más la reconversión de tantas figuras españolas. David Bustamante vuelve a lo urbano en Lo pide el alma, 12 años después de haber sido el primer artista pop patrio en hacer un reggaeton. Su ya viejo Devuélveme la vida salió casi a la vez que La Tortura de Shakira, antecedente a la actual tendencia donde los haya.

Arropado por Cali y El Dandee, el joven Antonio José cambia de registro en la exitosa Tú me obligaste y rompe puntualmente su imagen de baladista pop-rock. Y el que parece vivir una transformación en toda regla es el ídolo adolescente Abraham Mateo, cuyo trepidante Loco enamorado preludia una nueva etapa. También Gemeliers, aunque de manera ocasional, rozan el género. Y los hermanos Kiko y Shara, y Soraya (aludiendo explícitamente a Las 50 sombras de Grey), y los resucitados Café Quijano (acompañados de Willy Taburete, el famoso hijo de Bárcenas)… Y no solo el pop comercial baila reggaeton. La gran sorpresa cañí del año la ha dado el exbutanero utrerano Demarco Flamenco, con La isla del amor. La Bien Querida lo acerca inesperadamente a la parroquia indie en 7 días y, forjado en la escena rap madrileña, C. Tangana da un mayúsculo salto al son de su fulgurante Mala mujer.H