Stephen Witt es el Indiana Jones del MP3. Este periodista de Brooklyn podría haberse contentado con incrustar sus académicas narices en los libros ya existentes sobre la era digital o el advenimiento de la piratería, pero prefirió encasquetarse sombrero, agarrar el látigo y salir por la ventana a husmear él mismo en las fuentes físicas. El resultado es el revelador Cómo dejamos de pagar por la música (Contra, 2017), una obra que se lee como una apasionante novela policiaca, pese a que versa sobre friquis, laboratorios de «psicoacústica» y ejecutivos de la industria musical. El libro entrelaza tres historias ignotas: la de Karlheinz Brandeburg, padre del MP3; la de Doug Morris, el big daddy de Universal Records; y la de Dell Glover, un piernas cualquiera quien, casi sin darse cuenta, al empezar a planchar cedés desde su habitación, se convirtió en el mayor filtrador de música inédita del mundo y varió para siempre el curso de la historia.

-Su libro me recordó a la película ‘JFK’, cuando Garrison se cita con «X» en las escaleras del Capitolio. Solo que en lugar de investigar asesinatos de presidentes…

-Hablé con tíos que robaban cedés [ríe]. Sí. Es algo así.

-Todo parece empezar en un lugar y un momento muy concreto, como en los documentales de Adam Curtis.

-Cierto. Lo que sucede con Adam Curtis es que él amolda la verdad a su teoría. Nos cuenta algo que podría haber pasado, más que lo que pasó. En mi caso, todo es real. No exagero la importancia histórica de algo. Un 80% del libro es inédito, se basa en investigaciones propias, no fuentes ajenas o artículos ya publicados. Preferí hablar del subsuelo, de lo secreto. El primer gran pirata de la era digital, Dell Glover, por ejemplo. El paciente cero. Un tipo que nadie conoce, pese a que creó el mundo en el que vivimos.

-¿No tuvo un poco la sensación de que aquello era la «banalidad del mal», como se dijo de Adolf Eichmann? Dell Glover, que trabajaba en la fábrica de cedés de Polygram y lo empezó todo, no es precisamente un ‘villano Bond’.

-Yo creía que iba a topar con la historia de una generación bajándose cosas gratis en sus ordenadores poco a poco. ¡Pero descubrí que todo venía de un solo hombre! Glover no era un tipo banal, era un trabajador negro de una fábrica de prensado de cedés cuyos mayores intereses son los ordenadores y las motos de carreras. A primera vista es el estereotipo de personaje de clase obrera, pero su inusual proclividad hacia los aspectos tecnológicos del proceso, sumado al hecho de que estuviese tan bien situado para empezar la filtración masiva de material, le convierten en alguien único.

-En historia, grandes cambios se producen por razones locales. Muchos de los personajes que provocaron cambios radicales en la industria musical actuaban por pequeñeces.

-Marx creía que la grandes revoluciones comunistas vendrían como consecuencia lógica de tomar los medios de producción, no por la afiliación a una ideología. La gente quería tener más cosas. Y eso es literalmente lo que sucedió en este caso. Un tipo se adueñó de los medios de producción y empezó a producir objetos desde su casa, sin obedecer las normas de propiedad intelectual o las pautas capitalistas de intercambio económico. Y no lo hizo porque fuese un radical de izquierdas. Lo hizo porque quería una moto de agua. Glover no era un marxista, pero nosotros sí podemos darle una interpretación marxista. Lo suyo fue una revuelta en toda regla contra los propietarios de los medios de producción.

-Yo estaba predispuesto en contra de la industria musical. Pero los piratas tampoco me cayeron muy simpáticos, la verdad.

-No lo eran. Eran trolls mezquinos, en su gran mayoría. No era gente que aceptase ninguna responsabilidad por lo que hizo, por su comportamiento negativo y antisocial. Por otra parte, eran chavales. Cualquier actividad que atraiga primordialmente a chicos adolescentes va a tener un elemento antisocial asociado. Pero algunos de esos críos sí querían realizar actos de naturaleza política. Se dieron cuenta de que formaban parte de un movimiento político que estaba liberando información a través de internet. Yo simpatizo con esa idea. Solo desearía que...

-…fuese verdad.

-Exacto. Ojalá no fuese gente aburrida en su casa saqueando cosas gratis. A la vez, un porcentaje de esos trolls creía en lo que hacía, y estaban dispuestos a ir a la cárcel por ello. No se rindieron, ni siquiera cuando empezaron a ir a por ellos. La mayoría no era así: estuvieron en el ajo hasta que les llegaron las primeras denuncias: entonces se asustaron y empezaron a delatar a sus amigos.

-’Futurama’ los describía muy bien. Un montón de friquis granujientos escondidos en el chat ‘IRC’…

-Eran así. Cuando todo esto empezó, en 1997 o 1998, la cosa era 100% masculina. Todos sus integrantes eran varones de 17 años. El internet moderno ya no es así. Todo dios está allí, ha cambiado radicalmente desde que empezó la revolución del smartphone. Gente mayor, chicas… de repente todo el mundo estaba on line. Eso creó una gran fricción en la red, casi podría decirse que hubo una guerra de géneros. Virtual, claro.

-Por mal que caigan los ‘trolls’, es difícil sentir compasión por gente como Doug Morris, CEO de Universal, quien cobraba 50.000 dólares al día.

-Hizo una enorme fortuna mientras la industria musical se hundía. Permaneció en la cima, pero su bando fue aplastado. Le voy a decir lo que deberían haber hecho para triunfar en la batalla que perdieron: deberían haber abandonado el cedé en el año 1997. Era su formato más lucrativo y se hicieron de oro con él, pero deberían haberlo soltado para concentrarse en algo que tuviese una fácil distribución a través de internet. Pero no lo hicieron. Se aferraron al formato hasta el último aliento.

-¿Fue por pura avaricia? ¿Ignorancia?

-Avaricia sí. Autocomplacencia también. Pero hay que comprender una cosa: algo como internet nunca había sucedido. La industria discográfica fue la primera en enfrentarse a aquella nueva amenaza. Bill Gates escribió un libro en 1997 sobre el futuro de la informática, y casi ni menciona internet. Mucha gente no pensaba que aquello fuese a cuajar, ni desde un punto profesional ni social. Y, para colmo, no comprendían la nueva tecnología. No entendían qué era aquello de la tecnología de compresión (pues es casi incomprensible). Creían que el cedé era el formato perfecto: daba una inmensa calidad de sonido, era semi-portátil y muy barato de producir. Los beneficios eran colosales. Uno puede entender que rechazaran una propuesta que en el fondo sonaba así: «Vamos a obtener un sonido inferior, sin formato físico, en archivos 100% portátiles, y por cierto, no vais a sacar ni un duro de ello».

-No suena muy desable, no.

-No, pero hay más: aunque la piratería no hubiese existido, la industria musical estaba acabada. Porque en la nueva industria digital, el single se iba a desacoplar del álbum. Eso les mató. Hoy casi no existe la piratería; la mayoría de gente se ha movido al streaming. Pero la industria discográfica no levanta cabeza. Y eso sucede porque durante muchos años se salieron con la suya al meter un hit single en un elepé, y vender 10 o 15 millones de álbumes, a 13 o 14 dólares cada uno. Ese mundo ha muerto. Rechazaron invertir en el futuro de la distribución musical, y un puñado de adolescentes lo hicieron por ellos.

-¿Le cantamos un «se lo merece» a la industria musical?

-Ganaron demasiado dinero durante demasiado tiempo, y a expensas del consumidor. A la vez, esas ganancias descabelladas crearon un sistema cómodo de egos artísticos, bastante prolíficos, y aquel dinero permitió que mucha gente formara parte de la industria; gente que hoy día no tiene acceso a ella, pues la industria se ha encogido. Hasta cierto punto, como era difícil hacer dinero de las ventas de los álbumes (o del streaming), aquello forzó a mucha gente hacia una mentalidad mercenaria. Y por eso la música que tenemos hoy suena a anuncio de Pepsi. Porque todos los músicos quieren hacer un anuncio de Pepsi. Los valores son mucho más conformistas y pro-corporativos.

-¿Todo lo que cuenta podría haber ido en otra dirección si alguno de los capítulos hubiese terminado diferente? Pongamos que el MP2 hubiera ganado al MP3, y no al revés. ¿Se habría hundido igual la industria?

-La mejor analogía para hablar de ello es Galileo Galilei. Galileo era el científico más importante del siglo XVII. Había construido el telescopio más sofisticado de su época. No era más complejo que unos binoculares actuales, pero con él fue capaz de ver los anillos de Saturno por primera vez. Imaginemos que el día en que Galileo iba a construir su telescopio, se cae a un pozo y se parte el cuello. ¿Sería el mundo distinto? La respuesta es no. La tecnología de lentes que estaba progresando en aquel momento permitió que múltiples científicos estuviesen trabajando en telescopios. Galileo Galilei era mejor artesano y llegó a ello antes, pero era inevitable que otra gente llegara a sus mismas conclusiones tarde o temprano. El progreso en ese campo era imparable. El destino en nuestro campo era el mismo: la tecnología del streaming habría acabado apareciendo, y con ella la economía que lo acompaña.