«Suena el silbato de partida y no pude evitar el llanto por la tristeza que me producía su marcha. No llores, dos meses pasan pronto. Dos meses que nunca han pasado. Dos meses que ya se han convertido en 864 meses de recuerdo incesante, guardado en lo más profundo de mi existencia y para el que no ha existido ni un solo día de olvido». Esta es la desgarradora confesión de Juan Ramírez de Lucas, el último hombre que vio con vida a Federico García Lorca en Madrid antes de que lo fusilaran. De manos de su hermano Jesús, estas memorias, que recrean su noviazgo con el poeta, salen a la luz en EL PERIÓDICO EXTREMADURA.

-¿Cómo vive Juan Ramírez el fusilamiento de García Lorca?

-Ufff. Dicen que en señal de arrepentimiento por no irse con Lorca a Méjico, Juan se marchó a la División Azul, y eso no es cierto, no es cierto. Yo viví aquellos momentos, terminaba una guerra, vencieron unos, otros salen derrotados... entonces había un espíritu de colaboración que caló profundamente en la juventud, en los chicos de 17, 18 y 19 años. De hecho, dos hermanos, Antonio (médico psiquiatra) y Juan, se fueron a la División Azul como voluntarios juntamente con muchos amigos de Albacete. Escriben personas ajenas a todo esto que se fue para expirar sus pecados, que se sentía culpable de la muerte de Lorca: incierto totalmente, incierto totalmente. Y respecto a la pregunta, ¿cómo vivió la muerte de Lorca? Él lo cuenta en sus memorias y yo autorizo esta transcripción de cómo se enteró de la muerte de García Lorca y cuál fue su reacción en agosto de 1936. Estaba en Albacete, él se fue un día después de que Lorca partiera hacia Granada y su manuscrito dice así: «En este clima de angustia y malestar no era raro que los cuerpos se deteriorasen, y eso me sucedió a mí. En mi mano derecha comenzaron a surgir unos abscesos localizados sobre el hueso de la muñeca y la parte inferior del dedo índice. Su aspecto era tan alarmante que mi hermano Otoniel, médico, decidió intervenirme. Debió de ser por los días finales de agosto (Lorca murió el 18 de agosto de 1936). ‘No tengo anestesia -me dijo-, tal vez te duela algo, y mientras con el bisturí abría el dedo dañado, como un comentario más añadió: ‘Dicen que han matado a Federico García Lorca’. A partir de ahí ya no sentí la operación ni la curación posterior. El golpe había sido tan repentino y fulminante que quedé totalmente anestesiado, con un dolor tan profundo ante el cual desaparecían todos los posibles dolores físicos. Quedé mudo y sin siquiera poder gritar o gemir mi dolor, sin poder comunicárselo a los otros. Después procuré leer los periódicos en los que se mezclaban las noticias contradictorias. ¿Era verdad, no era verdad? Mi refugio desde aquel día fue la buhardilla de la casa, un camaranchón en el que se guardaban los muebles inservibles, la ropa para el invierno, y que había servido de lugar de juegos infantiles para todos los hermanos. Sentado junto a una ventana, tras los barrotes de hierro en cruz de una reja, pasaba horas y horas esperando la salida del lucero de la tarde, que aparecía sobre los tejados de tejas viejas y mohosas. Era mi único instante de consuelo y a él me aferraba queriendo y esperando que todo fuera un bulo de los muchos que circulaban, que no habían matado a Federico. ¿Por qué iban a matarlo, a él, el poeta y autor teatral de mayor fama en aquellos instantes, de éxitos reconocidos en todo el mundo, a él, que no se había significado en política porque estaba por encima de todo eso. Por qué?». Este es un documento en exclusiva para EL PERIÓDICO EXTREMADURA. ¿Que mi hermano escribiera esto, 70 años después de que ocurriera, es fuerte o no? Yo me emociono mucho leyendo sus memorias.

-Lorca y Juan se despiden en Atocha. ¿Cómo fue esa despedida?

-En sus memorias mi hermano lo cuenta así: «Suena el silbato de partida y no pude evitar el llanto por la tristeza que me producía su marcha. No llores, dos meses pasan pronto. Dos meses que nunca han pasado, que siguen presentes como en aquel instante decisivo, dos meses clavados en lo más profundo de mi alma y que nunca, nunca pasarán. Dos meses, estas fueron sus últimas palabras. Dos meses que ya se han convertido en 864 meses de recuerdo incesante, guardado en lo más profundo de mi existencia y para el que no ha existido ni un solo día de olvido».

-Y Juan tenía toda esta documentación guardada...

-Así es. Toda esa documentación la tenía guardada en una caja de madera que custodió durante muchos años nuestra hermana Lola, que era monja, en el convento. Al morir Lola, Juan se llevó esa caja a su casa, que era un auténtico templo, y encontrarla fue para nosotros todo un descubrimiento. La caja estaba en una habitación junto al salón, al lado de mucha obra gráfica, aquello era como un estudio. Abrimos la caja de madera, donde están cuatro dibujos de Lorca, originales, firmados por él, aparece el poema del ‘Rubio de Albacete’, la carta que le escribe Federico a Juan en respuesta a la que éste le escribe comunicándole los problemas familiares que tiene y que le impiden marcharse con el poeta a Méjico, fechada el 18 de julio del 36, el mismo día del alzamiento, y a eso se añaden sus memorias sobre su relación con Federico, que Juan escribe 70 años después.

-¿Y cómo comienzan esas memorias de su hermano Juan?

-El comienzo explica por qué él se decide a escribir esas memorias y su legado, y dicen así: «Durante más de 60 años he estado dudando si escribir o no estos recuerdos de los instantes más importantes de mi vida. De los momentos emotivos que me marcaron para siempre, tan intensos fueron... aunque su duración no fue de mucho transcurso temporal. Las dudas surgían por la índole del tema y seguramente también por los complejos educacionales y sociales que se adhieren a tu personalidad como una hiedra no deseada, pero de los que es muy difícil o casi imposible prescindir. Si me decido a hacerlo en este mes de septiembre de 1996 es porque considero que no tengo derecho a llevarme conmigo estos momentos secretos y privar a las generaciones futuras de detalles interesantes referidos a la gran figura de Federico. Todo lo que se refiera a las individualidades geniales de la Humanidad tiene interés permanente y general, hasta los detalles más mínimos e íntimos, incluso los menos confesables aparentemente. ¿Cuánto no daríamos hoy por saber intimidades de figuras como Platón, Buda, los faraones, Juan El Bautista, Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel, El Greco, Cervantes, Cristóbal Colón, Mozart, Beethoven, Bach, Nietzsche o Velázquez, y tantas otras que han destacado como cimas entre la mediocridad de las multitudes? Toda persona es un conjunto de buenas, malas y regulares condiciones que pueden repetirse con monótona regularidad, pero cuando esa persona adquiere la categoría de lo que llamamos genio, o sea, persona excepcional en su modalidad, el posible conocimiento de todo su vivir, pensar, laborar, cobra inusitado interés. Esta es la principal razón por la que ahora me he decidido a fijar con la escritura el recuerdo de aquellos días venturosos, alegres, trágicos y tristísimos obsesivamente».