Vértigo, conocida también con otro título que le hace idéntica justicia, De entre los muertos, compitió en el Festival de Cine de San Sebastián en 1958. Alfred Hitchcock estuvo presente en el certamen -existe una exposición itinerante de fotografías del cineasta en lugares icónicos de la geografía donostiarra- y quien dirigía entonces el festival, Antonio de Zulueta, padre de Iván Zulueta, presentó al maestro del cine de suspense (y muchas cosas más) a su hijo, futuro responsable de un filme que sin duda gustaría a Hitchcock, Arrebato (1979). Por alguna razón incomprensible, fruto de las decisiones a veces extrañas de los jurados, la Concha de Oro de aquel año recayó en la producción polaca Eva no quiere dormir, que pocos hoy recuerdan mientras que de Vértigo se acuerda todo el mundo. Hitchcock logró la Concha de Plata al mejor director, compartida ex aequo con el Mario Monicelli de Rufufú.

Dos meses y medio antes de aquella proyección en San Sebastián, el 22 de julio de 1958, Vértigo había tenido su première el 9 de mayo en San Francisco. No podía ser de otro modo, ya que la ciudad de la Costa Oeste resulta en el filme, con sus puentes, ríos, calles, museos, iglesias y bosques de secuoyas, un personaje tan decisivo como lo son los dos protagonistas.

Scottie Ferguson (James Stewart) es un detective que padece vértigo. Madeleine Elster (Kim Novak) es la mujer amada que se precipitará por el campanario de una iglesia y que reaparecerá, de entre los muertos, en la piel de Judy Barton (la misma Novak), convertida en un amor necrófilo para Scottie, quien intentará recrear en ella a la amante perdida.

Nada del fulgor original del filme se ha perdido con el paso del tiempo. Pocas historias de amour fou, enfermizo y destructivo, también onírico y arrebatador, tienen la impronta de esta película que Hitchock llevó a su territorio y que conforma, con Encadenados, Extraños en un tren, La ventana indiscreta, Psicosis y Los pájaros, las joyas de la particular corona que es su filmografía.

En la mayoría de países se estrenó como Vértigo. En algunos obtuvo títulos curiosos pero nada desencaminados. En Italia y Portugal fue La mujer que vivió dos veces. En Suecia optaron por Estudio en crímenes. En la antigua Unión Soviética y Japón prefirieron llamarla Mareos. Sudores fríos se tituló en Francia. En Brasil fueron muy prácticos: Un cuerpo que cae. En España se decantaron por el más inquietante de todos, De entre los muertos, como en Alemania, aunque con matiz distinto (Del reino de los muertos).

Basada en una novela

Todos valen. El personaje de Kim Novak vive dos veces y es un cuerpo que cae al abismo, mientras que el de Stewart padece vértigo desde la primera escena del filme, cuando queda colgado del canalón de un edificio durante una persecución de un delincuente, así que lo de Mareos también serviría. Pero De entre los muertos es el mejor de todos, ya que explica muy bien de dónde parece proceder el personaje de Judy, o la versión morena de Madeleine, ante los ojos enfermos y obsesionados de Scottie, que empieza a modelar en ella la imagen al amor que perdió sin saber que se trata exactamente de la misma mujer.

Este fue el título escogido para la distribución española, aunque hoy se conoce indistintamente como De entre los muertos y Vértigo. Hace honor además a la novela en la que se basó Hitchcock, D’entre les morts, escrita por Boileau-Narcejac en 1954. Una obra anterior del tándem había interesado especialmente a Hitchcock, pero fue Henri-Georges Clouzot quien la llevó al cine en Las diabólicas (1955). Cuando Boileau-Narcejac supieron de este interés, escribieron De entre los muertos pensando en que fuera adaptada por Hitchcock. Su deseo se cumplió.

Al cineasta le interesaba sobre todo el acto obsesivo del protagonista masculino, su recreación de la amada muerta. Por ello Vértigo es una película bella pero sombría. Su tema es ideal para un director que trasladó a la pantalla inseguridades, perversiones y patologías enmascaradas en películas de suspense técnicamente majestuosas. Nadie mejor que Hitchcock podía describirla: para él era la historia de un individuo que «quiere acostarse con una muerta, y esto es necrofilia. Todos los esfuerzos de Stewart para recrear a la mujer son presentados cinematográficamente como si intentara desnudarla en lugar de vestirla», según le explicó a François Truffaut en el libro de entrevistas El cine según Hitchcock.

El director de Psicosis todavía iría más lejos al recordar que cuando Judy vuelve teñida de rubio, Scottie no está satisfecho del todo porque no se ha peinado el pelo con moño como hacia Madeleine: «¿Qué quiere decir esto?», le decía Hitchcock a Truffaut. «Quiere decir que está casi desnuda ante él, pero todavía se niega a quitarse la braguita», se contestaba a sí mismo.

Reestrenada

La película estuvo fuera de circulación durante varios años. Cuando fue reestrenada en 1984 en todo el mundo, en la copia para el mercado español se coló una escena al final, después de la caída de Judy desde el mismo campanario en el que supuestamente había perecido Madeleine, en la que Scottie vuelve apesadumbrado al apartamento de su mejor amiga, una cola innecesaria que impusieron los productores para que el final no fuera tan devastador. Alfred Hitchcock logró impedir que se utilizara, pero apareció por sorpresa en las copias españolas.

La influencia de Vértigo, de su trazo dramático, el empleo de los colores rojo y verde, el sentido de sus títulos de crédito diseñados por Saul Bass como una cinta de Moebius y la música envolvente de Bernard Herrmann, es absoluta, y no solo en el cine, donde películas como Fascinación (1976), de Brian De Palma, y Mulholland Drive (2001), de David Lynch, le rinden tributo directa o indirectamente. El filósofo Eugenio Trías escribió un revelador ensayo sobre la película, El abismo que sube y se desborda -en alusión al efecto óptico de la escena inicial, cuando Scottie, colgado del canalón, mira hacia abajo y parece que sea el suelo el que sube hacia él-, incluido en su libro Lo bello y lo siniestro (1982).

Vértigo ha cambiado por completo la tendencia en las listas cinematográficas. Durante cinco décadas, las votaciones de críticos de todo el mundo recogidas por la revista británica Sight & Sound habían dado como mejor filme de la historia a Ciudadano Kane. En el 2012, la película de Welles terminó en segundo lugar, por detrás de Vértigo, que en las votaciones de 1992 ocupó la cuarta plaza, en las del 2002 prosperó hasta la segunda y en el 2012 se aupó hasta una primera posición de la que, probablemente, va a ser difícil desbancarla.