Soy un ferviente y sufrido seguidor del Atlético de Madrid. En casa son todos atléticos: mis hijos y mis nietos, y, naturalmente, sus conyuges. Y mi sobrino Adolfo, que era del Real Madrid, se ha convencido que ser del Atlético es algo más y ya tiene hasta su camiseta. Como debe ser.

Mi nieto mayor Carlos me decía: abuelo, me has apuntado a un equipo que no ganamos nunca . Pero aguantaba hasta que por fin llegó la hora de los triunfos. Mi otro nieto Fernando canta en su cama el himno al dormir y al despertarse. Se lo sabe mejor que el Jesusito de mi vida .

Los colores que siempre hemos tenido en nuestra mente es el rojo y blanco en las camisetas y azul el pantalón, lo triste es cuando se cambian las camisetas. El pasado domingo al jugar con el Valladolid se visten de amarillo, color que es nefasto, más en el fútbol, y el negro, que es de luto. Así salimos. ¡Qué colores más horrorosos! me parecen los colores que llevaban antiguamente el sacerdote en los entierros acompañando al difunto: capa amarilla y negra y al son del Miserere mei Deus... Así como no vamos a perder. ¡Qué ocurrencia!. ¡Vaya colores!

Los Atléticos somos los mejores aficionados del mundo. Seguidores incondicionales y lo viví desde muy pequeño en la barbería de Juan Lozano, el cojo , que tenía en La Zarza y allí la afición sigue hasta el punto que el pasado sábado le dieron una cena a Adelardo y Eusebio.

En Mérida tenemos a un internacional, y quince años jugando como indiscutible titular, Diego Lozano, y en Cáceres a Manolo Sánchez, que estuvo fichado en el C. P. Mérida, se lesionó en pretemporada y se quedó como segundo entrenador y se le acogió como algo nuestro.

En Mérida hay cientos de seguidores tan incondicionales como el Pena o Pehíto , que son tan forofos que hacen de su afición algo personal. ¡Por Dios!, que no vuelvan a vestirse con esos colores que nos vemos en la cola y luchando por la permanencia. ¡Qué ocurrencia!: amarillo y negro.