La novia esperaba a que la llamaran para salir con el padrino el sábado pasado. La boda estaba prevista a las 21.15 horas, según lo confirmó el párroco hace más de un año, en la concatedral de Santa María, donde se clausuraba el Congreso Eucarístico que ponía fin a las celebraciones de los 1750 años de cristianismo en Mérida. Mil años antes que en Badajoz.

Comienzan las vísperas: introducción, himno, tres salmos y una lectura breve de la pala bra, que en este caso se refería a una carta de San Pablo a los Corintios. Como el acto era una solemnidad, el arzobispo emérito Antonio Montero, sin que nadie le advirtiera que tenía que ser breve, se alargó, de un par de minutos a más de 30.

Llega el arzobispo Santiago Garcia Aracil y tienen que esperar. Se pone sus ornamentos y cuando quiere comenzar la misa son las nueve.

Ya están llegando los invitados de la boda. Uno se asoma y preocupado comprueba que comienza la misa. "¡Madre de Dios! la boda va a terminar con el alba". Llega a las 21.15 horas el novio y le dicen que hay que llamar a la novia porque el retraso va a ser considerable. Y llaman a la novia que, nerviosa, como es normal, espera impaciente en casa con su padre, que es un santo bendito, y tranquiliza a todos.

Los 300 invitados, en la calle. El cielo amenaza lluvia. Y llueve. Mientras, el arzobispo sigue con su misa sin saber lo que ocurría fuera. Nadie le advierte.

Acaba la misa a las 21.45. Se avisa a la novia. Comienza la boda 45 minutos después. Terminó a las once de la noche. Señores arzobispos, una boda es una boda.