La ciudad de Mérida es, proporcionalmente por el número de habitantes, la que más bolos tiene en el mundo. No puede haber otra. Si en las próximas elecciones gana el PSOE ya ha dicho su máximo responsable, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, que desaparecerán.

Si gana el PP la política de bolos al poder se seguirá ejerciendo y en el centro de Mérida, las pocas calles que no hayas sido repobladas, se repoblarán y así conseguir la totalidad de la vía pública. Después se estudiará la posibilidad de las barriadas.

Recoger un encargo es inviable, hay que tomar el transporte público, llevarse bien con el chófer para que pare unos segundos y recoger el encargo del comercio de la esquina.

Hay tantos bolos que, como no haya un seguimiento de ellos, se les escapan de sus lugares y se marchan calle abajo como uno de los que se encuentran en la plazo de Santa Clara, ha tomado las de Villadiego y ha marchado por la calle San Juan de Dios.

Hay maceteros de hierro forjado, que deben haber costado una pasta, que no saben donde colocarlos y adornan algunas puertas como si de macetas particulares se tratara.

Hay aparcamiento en el centro, pagando, pero los hay. A los que vienen de fuera les resulta positivo, pero el ciudadano de aquí, imposible, se desespera, busca un lugar para poder recoger un encargo algo pesado, intenta comprar en la plaza de abasto y espera que llegue el coche para no entrar en una crisis nerviosa que te lleve a la carretera de Valverde y así un día y otro acabando con la paciencia de más tranquilo emeritense.

Y la que nos espera. Los bolos no sólo están al lado de la calzada como en la calle Romero Leal sino taponando otras como la calle Obispo y Arco que te impide salir o entrar por una zona que cada vez es más restringida. Y a callar o se enfadan y te plantan más bolos, te desvían a otra zona y al final de mes la gasolina ha costado un pastón.