El Pelín no me habla. Me ha retirado la palabra y la etérea mirada porque compré lotería a Michel Nevado (pa ná) y no lo hice en el Chinche, donde han tocado 6.000 leuros por décimo. Pelín está que bufa y anda diciendo por ahí y por la Alcantarilla Romana que me aconsejó, el día que nos cruzamos con Angelito Tirado por el Puente Romano, que le comprara pues él no usa dinero (casi como yo). Y, si le hubiera hecho caso, hubiera pellizcado la hipoteca o salir de casa algunos de mis hijos, esos de la generación mejor formada de la historia que no abandonan el hogar familiar con menos de 30 años. O, que si lo hacen, es para irse al extranjero porque aquí no encuentran trabajo.

Intenté hacer las paces con Pelín por Pontezuelas y, con sorna, se puso a tararearme con ritmo de bolero el ‘Borriquito como tú’ de Peret, obra maestra de la métrica y poesía de todos los tiempos. Siempre que me cruzo con Pelín, fantasma del buen humor, me canta algo dependiendo de su estado de aire. Mi hijo Juanito me preguntó un día que quién era Demis Roussos porque Pelín había entonado el «triqui triqui triqui…» sugiriéndole que yo era como el griego pero sin barba.

Lo que más fastidió a Pelín es que cuando me reprochó la oportunidad perdida del Chinche le contestara: «Me da igual», frase que aborrece hasta las cachas, convencido de que nada en la vida da igual, sea pequeño o grande, irrelevante o trascendente, doméstico, hogareño o laboral. «El me da igual es una frase de perdedores y gente que no valora la existencia», filosofa mi enojadísimo amigo, «solo comparable a esa imbecilidad que sueltan algunos políticos mediocres de como-no-podía-ser-de-otra-forma, porque todo puede ser de otra manera si te esfuerzas, trabajas y sufres un poquino». Realmente está cabreado el Pelín, a ver quién le dice que me ha tocado la lotería del PCE.