Cuando alguna comida yo pago, pregunto antes cuánto me va a costar, por mucho que pase el tiempo siempre me cuesta pagar. He descubierto que cuando yo pago o me duele la cabeza o me da igual el vino o no hace falta que comamos tanto (esa simbiosis entre devorarroces y cepillaensaladas). Cuando yo pago ese día tengo alergia a las gambas y al marisco. Cuando yo pago nuestra mesa se llama la Maestranza, entramos a pie y salimos a hombros (apoyados siempre) y el local algo así como el Vaticano, entramos de cura (amistosa) y salimos de Papa (vuelve a casa).

Cuando yo pago la botella de Cutty Sark no puede estar lejos. Cuando yo pago las burbujas terminan pareciendo falsas esperanzas. Cuando yo pago no se pide jamón, que eso ya lo tengo, además detecto cierta intolerancia (por toda la cara). Cuando yo pago se me olvidan los nombres (y a veces las caras) de quienes están a nuestro lado. A estas alturas de la columna les confieso que pagar, pago pocas veces.

Cuando yo pago se bendice la mesa y, si se tercia, se exige Gibraltar español. Cuando tengo que pagar yo y me traen la cuenta siempre digo: ¿Tanto?, para después sorprender al camarero dándole las gracias (quizá él esperase otra cosa). Cuando yo pago a quien usa el móvil le digo: «A ti no te pago». Cuando yo pago ese día me acabo de poner a régimen. Cuando yo pago no hace falta que vayamos al A de Arco ni al Gonzalo Valverde porque soy de barriada y ese concepto de comida no me entra. Cuando yo pago la mesa tiene que quedar como la Charca en época de sequía: vacía. Cuando yo pago los comensales no pueden ir sin afeitar (o no les pago, como al del móvil), empezando por mí mismo (que no tengo más remedio que pagarme). Cuando yo pago da igual porque siempre elige mi cuarto hermano.